Respirar aires de libertad, vivir tranquilo, contar con un buen sueldo, así es como sueñan vivir los cientos de cubanos que en estos momentos, atraviesan selvas, ríos y se enfrentan a oficiales corruptos en su travesía de llegar a los Estados Unidos.
Las historias son diversas, pero todas se entrelazan en algún punto. El Caso de Duniel Rojas es una de ellas, el es uno de 567 cubanos que logró cruzar la frontera colombo-panameña sin tener que enfrentarse al tapón del Darién o entregarse a los “coyotes”. Ellos soportaron constates amenazas de deportación en Ecuador, Colombia y Panamá. Fueron víctimas de estafas, asaltos y de chantajes por parte de las autoridades. El grito “La selva no cogeremos” los ha unido.
Pero esta crisis tiene dos caras, la de los cubanos, que sufren y viven en carne propia las calamidades que deben atravesar. Y la de los traficantes, que se aprovechan de esto para generar ganancias, que según ellos no es suficiente a pesar de ser lucrativo.
Cifras
En los últimos cinco meses el tráfico ilegal de personas en la frontera entre Colombia y Panamá ha movido un total de 4.772.400 dólares. Esta cifra se deduce, después de hacer un simple ejercicio matemático con los datos aportados por la administración del Muelle de Pasajeros de Turbo, Colombia.
Según datos recogidos entre el 18 de marzo y 16 de agosto de 1016, un total de 23.862 emigrantes irregulares se han embarcado desde Turbo con destino a la localidad fronteriza colombiana de Capurganá.
Este trayecto se les permite hacer de forma legal, solo si llevan un salvoconducto válido por cinco días, otorgado por Migración Colombia. Su fin es atravesar de forma ilegal la frontera con Panamá.
A tan solo unos pocos metros del puesto de Control de Migración Colombia de Capurganá son recibidos por el coyote (traficante de personas), quien en pequeños grupos los llevan a un potrero a las afueras del caserío hasta completar 100 y así, después de recibir 200 dólares de cada uno, emprenden la primera de ocho jornadas para cruzar la frontera colombo-panameña.
Habla un coyote
Brayan (nombre ficticio para proteger su identidad) es un joven colombiano afrodescendiente, de apenas 20 años, sus brazos están llenos de cicatrices, producto de las heridas sufridas al atravesar la espesa jungla del Tapón del Darién.
Él no se considera coyote; es “un guía”, dice en tono enérgico. Explica desde su visión el tráfico ilegal de personas entre Colombia y Panamá.
Según Brayan, las únicas opciones que tenía para salir de la pobreza estaban dentro de la ilegalidad. Entre ser coyote, paramilitar, guerrillero o raspachín (recolector de hoja de coca), eligió la primera.
Su inicio fue a temprana edad, a los 16 años. Era encargado de recibir a los emigrantes en el puerto y a los 17 años llevó su primer “viaje de extranjeros”.
¿Costo?
“Eso depende, ahora el negoció está bueno con la cerrada de la frontera con Panamá, se cobra 200 dólares por cada uno, el camino es muy duro, ellos hacen la ruta en cuatro días, pero para uno es el doble, cuatro de ida y cuatro de regreso, por eso hago un solo viaje por mes. Salgo con grupos entre 30 y 100, sí, es mucha plata, pero a uno le queda poca. Uno le tiene que dar a todo el mundo. A los paramilitares, no, ellos nos persiguen, dicen que porque les calentamos la zona”.
¿Pero si gana en un mes 30 veces el salario mínimo de un colombiano, cómo va ser mal negocio?
“Como ya dije hay que darle la mordida (soborno) a todo el mundo, además esa plata es maldita, no dura en el bolsillo”.
¿Cómo funciona la red?
“Mire, red como tal no hay, eso es una cadena, a mí me los mandan de Turbo, él los recibe de otro, que los manda desde Medellín y yo se los entrego a otro en la frontera con Panamá; otros vienen recomendados por alguno que ya llegó y lo recomiendan a uno”.
¿Es verdad que muchos emigrantes no pasan la Loma de La Muerte?
No responde.
Pese a que este joven utiliza el tráfico de personas como negocio para no morirse de hambre, otros de sus colegas ven a los migrantes como productos que pueden ser desechados con facilidad porque otros vendrán.
Esto genera que el valor de la vida humana valga eso, unos 200$, pues decenas de cubanos, haitianos y africanos, mueren en el trayecto sin siquiera poder decirles a sus familias lo que ocurrió.
Por tal motivo, los gobiernos de América Central, que se autoproclaman defensores de los derechos humanos, atentan contra los derechos de los cubanos por anteponer sus políticas burocráticas o simplemente para rendirle pleitesía (caso de Ecuador, Colombia y Nicaragua) a un régimen que a diario empuja a sus pobladores a arriesgar sus vidas con tal de alcanzar los beneficios que su propia patria no les ofrece por la terquedad de un dictador de querer controlar todo a cuestas de la necesidad de su gente.
Con información de Diario de Cuba.