Una historia de superación, sí. También es una historia de supervivencia. Ese instinto primitivo que se desarrolla en quienes se niegan a morir de hambruna en la Isla. De travesti y prostituta a un peluquero homosexual. “Mónica” se desvaneció para abrirle paso a Alejandro León Echevarría.
Es un antes y un después de la apertura al cuentapropismo. La prostitución, oficio al que se dedicaba no por placer sino “por necesidad” logró dejarlo para ponerse al frente de propio negocio.
“Nunca fui bueno para los estudios, pensar en la universidad o graduarme de algo estaba fuera de mis planes. Eso sí, tenía que ganarme la vida de alguna manera. Con el salario de mi mamá como enfermera no alcanzaba para mi hermanita, mi abuela y yo (…) por eso comencé a hacer la calle a los 16 aquí en Pinar y a los 18 ya como travesti en La Habana”.
La oscuridad disimula el biso azul de una barbilla recién depilada. Quien se mueve se sabe dueña de cada una de las noches de aquel lugar y presume, presume ese toque de meretriz entre labial de boutique y escote tentador.
Lo hacía por necesidad, no por placer…
-¿Sabías a lo que te enfrentabas?
-Lo único que sabía o que pensaba era en los 30 CUC que mandaba para mi casa cada mes. En cómo hacía para ayudar a mi familia: comprarle a mi hermana los zapatos y la mochila de la escuela, que tuviera qué desayunar porque desde los siete le quitaron la leche y había que conseguirle por ahí a 15 y 20 pesos unas bolsitas clandestinas, y que mi abuela tuviera al menos picadillo de la tienda para comer.
“Mi papá nunca se ocupó de mí (…) Era mi mamá sola. Había noches que compartíamos dos huevos fritos para cuatro. ¿En qué más podía pensar yo que no fuera echar pa´alante? sin miedo”.
– ¿Y entonces qué cambió?
-Yo no fui de las más flojitas de la calzada, pero eso no es vida. Escondiéndonos de la policía que nos trancaban alegando peligrosidad y nos mandaban para nuestras provincias vestidas de mujer. Había que lidiar con los homofóbicos que nos tiraban piedras y nos ponían aquello malísimo. A mi pareja le dieron una puñalá, incluso…
“Tenía que aguantar, además, los clientes con mil vicios: hasta una pistola me sacó un cubano que vivía en Estados Unidos porque le resultaba excitante al muy… ‘bonito’
“Con la apertura del cuentapropismo empezaron los cursos de capacitación. Por la Federación de Mujeres Cubanas salió uno de peluquería y yo entré con un permiso especial, era el único varón del aula. Así dejé de ser Mónica, la prostituta, para convertirme en Alejandro, el peluquero”.
Lo que antes era la sala-comedor de un apartamento de microbrigada construido por la Revolución a principio de los años 70-hoy es un improvisado salón de belleza.
Pero no solo la casa varió en la vida de Alejandro: fue de las pelucas y los tacones de aguja a las tijeras y la Queratina de importación.
Ahora Alejandro paga sus impuestos, es cuentapropista (“emprendedor”) y se define “revolucionario y homosexual”… Un cubano con ilusión, un muchacho de 23 años con la oportunidad de apostar por su país y vivir de manera digna y legal, dice.
Con información de: El Toque