La sal del paraíso, la telenovela de Joel Infante que recientemente terminó en Cuba Visión, estuvo salada. Y no fue solo por el título. Es que mostró demasiada salación, más de la que podemos soportar los cubanos, luego de la brega diaria, también por la TV y a la hora de la telenovela, que se supone, aun la de factura nacional, que sea para desconectar. Porque es así. Olvídese de los que se quejan de que las telenovelas cubanas no reflejan la realidad nacional, los problemas de la gente de ahora mismo. Cuando en alguna lo intentan, siquiera tímidamente, hasta donde se puede y los dejan, como hizo hace años Rudy Mora, los televidentes ponen el grito en el cielo. O apagan el televisor. Especialmente ahora, cuando hay seriales norteamericanos por Multivisión. Además, cuando muchos disponen de los programas del “paquete”, una alternativa con la que ni se soñaba en los tiempos de los muy politizados e idílicamente revolucionarios novelones de Maité Vera, como El viejo espigón.
Se las trae, que luego de pasar el día enfrascado en buscarse unos pesos para ver qué pone en la mesa, de la lucha con las guaguas, de cargar cubos de agua porque no se sabe si mañana vendrá a la tubería, como corresponde, de disuadir a nuestros hijos para que no se encaramen en una balsa y se tiren al mar, de soportar la bulla de los vecinos con el reguetón, de que nos digan en el noticiero de los sobrecumplimientos en la producción de casi todo y de cómo la economía crece y el país enrumba hacia el desarrollo y el socialismo sostenible y próspero, gracias a los Lineamientos, uno ponga la telenovela y tenga que enfrentarse a los problemas de una muchacha que luego que su madre se suicida tirándose debajo de las ruedas de una guagua, se enfermó de los nervios, la preñó un delincuente, la viola su cuñado, y encima de eso, su hermana la bota de la casa porque considera que le quiere quitar el marido.
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