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Precios y desprecios

No hay nada en Cuba / Foto: Cortesía

Cuando hace una semana se volvió inminente que desaparecerían de carnicerías y mercados privados las carnes y la mayoría de los productos del agro por las devaluaciones impuestas, pocos recordaron las palabras del General ante la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), en diciembre, declarando que “no se va a tolerar la acumulación (en otras manos que no fuesen las consabidas) del capital”.

Corrida la voz, comenzaron a vaciarse las estanterías. Porque “llenarlas” implicaba la palabra mágica que retrotraía al funesto “Plan maceta”.

Bueno, no resultaba inteligente colmar de expectativas a la audiencia circunspecta, pero agregó en su monserga el asunto de los precios topados y demás severidades inventadas para estorbar al desarrollo del ente emprendedor, y —por ende— crear contentura en la mayoría. Sin embargo se cuidó de establecer la suma máxima para iniciar proceso penal contra aguerridos infractores de la ilegalidad socialista.

La gente murmura que si Obama, en vez de comer con su familia en una paladar cubana hubiese rentado un hostal, tal vez la guerra habría comenzado al revés.

Prohibiendo vender carne de cerdo, y ejemplarizar con el mamífero nacional, más allá del cupo de 16 pesos por libra, que es el precio estatal, se indujo a criadores, intermediarios y revendedores a dejarnos, en masa, parados, pero sin masa en el plato. Porque corrieron todos a esconder el muerto. Y ahora lo despachan en trastienda, birlando cercos, a riesgo de decomiso. Desde entonces se necesita, además del billetaje, contraseña.

Las placitas lucen la sola vianda “enseña–patria”: el plátano —y burro, pero nada de fibra de borregos—. El colmo es que no haya boniato, coprotagonista extremo en “El hambre” ubicua, según contaba Onelio Jorge Cardoso.

A continuación, y ante la imposibilidad de controlar suministros estables y desvíos hacia lugares “especializados”, así como abusos aduanales para importaciones que incluyen el ingreso al país vía valija (personal, diplomática, de catering, etc.), se adelantó el fin de las permisividades al cuentapropismo solvente, comenzando por los restaurantes caros. Encontrar en algunos de punta algún burdeos, caviar o camarones, evoca a la vieja Europa corrupta y contagiosa.

En breve, patrullas de inspectores (¿sobornables?) manosearán las mercaderías que se oferten en esos sitios escandalosamente redituables. Y también cuestionarán orígenes de soportes y medios de trabajo. Como si sus propietarios fueran un hato de tahúres, deshonestos encausables. Pero después, camino a esfumarse cerrando un pacto, abrirán la mano.

Comenta el populacho que cada ocasión que un ciclón nos destutana, resulta perfecta para inculparlo y reiniciar cacerías. No en balde Halloween volverá pronto a La Habana proveniente de Miami, aunque intenten fustigar a sitios que promuevan la ajena e importada festividad. El insulto a las buenas costumbres (y a las brujas) comunistas del año anterior no se puede repetir.

Los descarados revendedores de medicamentos —faltantes en farmacias que no alcanzan a suplir las dosis para enfermos crónicos— dispararon al techo sus latrocinios de jolongo, arguyendo que “todo está desviado pa’ Guantánamo”. Las compañeritas dispensadoras les secundan y hasta sugieren dónde encontrarlos.

El Estado, que no puede contener al bandidaje, tampoco goza de inspectores decentes que eviten que los productos agrícolas lleguen al pueblo envenenados con maduradores artificiales y los cárnicos destilando sales de nitro en cantidades industriales. No mentemos los dineros que gastamos para morir de antemano, porque los recomendables pescados, acusados de esconder dentro pesados metales como el mercurio y el plomo, también resultan impagables. Dietas médicas subsidiadas que precisan la ingestión de peces azules, han sido sustituidas por incoloras clarias.

En cuanto al turismo, calidades y precios de Punta Cana o Cancún rivalizan con la zarrapastrosa hotelería estatal.

Pocas cosas hay para vender o comprar (Foto: Pedro M. González)
Pocas comida para vender o comprar / Foto: CubaNet

Cerrando en los cayos varios hoteles (Iberostar, Warwicke, etc.) por faltarles turistas, se encuentran las corporaciones militares, además, en desventaja ante desleales hosteleros particulares, quienes serán los próximos en caer fulminados. Poco contribuirá lo aportado durante años; ni el alivio al fondo habitacional de la nación “cuando lleguen los yanquis a granel”, porque ni un comino podrán garantizarles.

Los cubanos “normales” saben cómo inventar la sobrevida en tiempos difíciles, así repican la consigna que en los años 90 campeaba en los campos de tiro: “Cada cubano debe saber tirar, y (robar) bien”.

Laurenti Beria, exministro de policía estalinista, solía golpear con su pistola los barrotes de los calabozos en los que guardaba a “ingratos reclusos que se quejan de que cada medida aprobada por el partido y enfilada a aminorar las miserias del pueblo, termina inexplicablemente por revertirse en su contra”. No se sabe cuál relojero mecanismo operaba, de modo que los reos guardaban silencio. Y cuando salían se enteraban de que la canasta alimentaria, en verdad, vagaba por los cielos.

La cadena de tiendas CIMEX consta de un departamento nombrado “Destrucción” al que van a parar los productos vencidos o a punto de estarlo. Se me ocurrió indagar qué hacían con ellos y me informaron que “enterramientos y quemas periódicas” eran lo indicado. Nunca darlo a hogares de hambrientos, a tiempo justo antes del sacrilegio de demoler lo que otros pudieran aprovechar. No estamos aún en fase de hambruna nacional, pero se avizoran visos en el firmamento.

Bajarles 10 centavos al litro de aceite, 20 al Kg de pollo, 25 a la leche y pocos renglones alimenticios más, fue suficiente para que otros mil productos reaparecieran —sin redoblante ni trompeta— muy subiditos de precio. El té que costaba 60 centavos hoy vale 100. A los granos importados le subieron 45, a las especias 30. Los alimentos para niños y ancianos que se abaratarían de inmediato… nadie supo bien en cuáles tiendas; quizá en los supermercados de la élite, los de Siboney, El Laguito y Miramar.

Las vacas de Punto Cero y Jaimanitas, numeradas y prediseñadas genéticamente por la ingeniería para dar leche homogenizada preservando in vitro a sus apoderados, no tienen parentesco alguno con las vulgares reses que —jaranea la gente— aguardan fuera, en la embajada hindú, por una visa que las salve de matarifes y arranca patas. Allá podrían —sacro animal— solazarse si acá les concedieran autorizo.

Los mediocres ventiladores de producción nacional (INPUD), que son los únicos que refrescan las vetustas recaudadoras para atenuar la canícula, saltaron aspas este mes de 40 a 48 CUC, como por arte de birlibirloque. Ignorando los precios de combustibles, componentes, más costes indirectos que descendieron estrepitosamente en todo el planeta. Nada mella el ímpetu de enriquecerse como sea a costa del explotado. Pero claro, nosotros somos extraterrestres.

La OPEP, que se reúne constantemente por estos días para parchear el escache venezolano que los precios del crudo ocasionan a su regalona economía, adelantó que cierta estabilidad próxima les mejorará el mercado.

En el caso cubano, donde reunirse con sus propios elegidos no hace falta y exponerle alternativas o permitirles opinar sobre el tema muchísimo menos, los decisores están a salvo de las secuelas de sus edictos reales.

También se declaró que, en breve, a la siempre victoriosa renta socialista nada podrá atosigarla, y que la gente comerá y beberá a sus anchas, sin restricciones (salariales, ni policiales). Aunque luego, tras el empacho, no encuentre con qué medicarse. Ni pagando el importe que esté en boga.

Por Pedro Manuel González Reinosa

Publicado originalmente en CubaNet

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