Luego de la masiva marcha de la semana pasada, el movimiento opositor de Venezuela convocó otra manifestación que se dirigirá esta semana al Palacio de Miraflores, sede del ejecutivo, para exigir la restitución del referendo revocatorio. Como respuesta, el gobierno de Nicolás Maduro ha llamado a sus seguidores a defender la revolución en las calles. Es poco probable que ese enfrentamiento tenga un final feliz.
Visité Venezuela por primera vez en 1992, ocho meses después del fallido golpe de Estado de Hugo Chávez. Fue un período desolado. No solo había una crisis económica que afectaba el estado de ánimo del pueblo, sino que existía la sensación de que la élite política había perdido, de forma irremediable, el contacto con la población, por lo que evitaba los cambios a toda costa.
En los años siguientes, la legitimidad de la élite política de Venezuela se erosionó progresivamente. Los dos partidos que solían recibir el 90 por ciento de los votos durante los primeros treinta años de la democracia —Acción Democrática y COPEI— solo alcanzaron, combinados, un 11 por ciento en 1998. El surgimiento ese año de la candidatura presidencial de Chávez como una opción viable fue la primera vez en que pude percibir un verdadero entusiasmo por la política entre los venezolanos.
Nunca me consideré partidario de Chávez, soy demasiado liberal para eso. Desde el principio pensé que su estilo de políticas sociales era insostenible, sus críticas a la democracia liberal eran simplistas y su campaña contra la corrupción estuvo mal concebida. Pero admiré mucho la capacidad de ese “movimiento de los pobres” que pudo usar la democracia electoral para voltearle la mesa a la élite política tradicional y cambiar a la sociedad venezolana.
Al mismo tiempo, mi problema con la oposición era su débil compromiso con la democracia electoral. No solo orquestaron un golpe en 2002, clamaron fraude en el referendo revocatorio de 2004 y se abstuvieron de participar en las elecciones legislativas de 2005 cuando quedó claro que las iban a perder. Con pocas excepciones, no involucraron a la población, ni escucharon sus problemas, ni presentaron alternativas concretas a las políticas chavistas.
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