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Una farsa electoral en Nicaragua

En las elecciones del domingo, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Bajo un sistema electoral controlado por el partido gobernante, sin observadores independientes y sin oposición, la historia reciente del país se repite como farsa.

En las elecciones del domingo, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Bajo un sistema electoral controlado por el partido gobernante, sin observadores independientes y sin oposición, la historia reciente del país se repite como farsa | cpem
En las elecciones del domingo, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Bajo un sistema electoral controlado por el partido gobernante, sin observadores independientes y sin oposición, la historia reciente del país se repite como farsa | cpem
En las elecciones del domingo, el presidente de Nicaragua Daniel Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Bajo un sistema electoral controlado por el partido gobernante, sin observadores independientes y sin oposición, la historia reciente del país se repite como farsa | cpem
Daniel Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Bajo un sistema electoral controlado por el partido gobernante, sin observadores independientes y sin oposición | cpem

Unos meses antes de la reelección del general Anastasio Somoza Debayle en 1974, mi padre, el periodista Pedro Joaquín Chamorro, suscribió un manifiesto con 26 líderes opositores proclamando que en Nicaragua “No hay por quién votar”. En la víspera de la elección, su periódico, La Prensa, se adelantó a los resultados y tituló con sorna: “Estos ganaron mañana”, detallando incluso los escaños para diputados que serían asignados al partido Conservador, colaboracionista, de acuerdo al sistema pactado de “minorías congeladas” que le aseguraba un tercio de los cargos públicos.

El 10 de enero enero de 1978, mi padre fue asesinado por sicarios de la dictadura somocista. Su muerte desató una inmensa ola de protesta nacional, simbolizando que al cerrarse el espacio político, al país no le quedaba otra alternativa que la rebelión para terminar con una dictadura dinástica.

Casi cuatro décadas después, habiendo Nicaragua recorrido un tortuoso ciclo de revolución y contrarrevolución, guerra civil y agresión externa, transición democrática y regresión autoritaria, la historia se repite como farsa bajo el régimen de Daniel Ortega, el exguerrillero presidente entre 1985 y 1990 que regresó al poder en 2007.

En las elecciones del domingo, Ortega concurrirá a su segunda reelección consecutiva con su esposa Rosario Murillo como candidata a vicepresidente. Habrá votaciones pero la palabra “elección” no describe el resultado. Bajo un sistema electoral férreamente controlado por su partido el Frente Sandinista, las votaciones se efectuarán sin observación electoral independiente y sin oposición, porque la coalición organizada en torno a la segunda fuerza política del país fue ilegalizada en un acto de fuerza y excluida de participar en los comicios.

Emulando a “los veintisiete” de la época de Somoza, nuevamente surgen grupos de protesta ciudadana proclamando que no hay “por qué, ni por quién votar”. Como en 1974 hay otros partidos, pero han sido cooptados o participan en las elecciones con candidatos ficticios o a quien nadie conoce —“zancudos”, los llamamos los nicaragüenses— que están ahí solo por el incentivo económico. El resultado son unos comicios que más bien se asemejan al ritual de un régimen de partido hegemónico.

El único interrogante a despejar es el porcentaje que obtendrá el voto protesta reflejado en la abstención, único competidor real del régimen, pero aún este dato político será imposible de conocer con certeza en un sistema electoral sin ninguna transparencia. La última encuesta de la firma Cid Gallup, basada en un simulacro de votación, proyecta ganador a Ortega con una intención de votos del 52%, mientras el 42% de los electores dejarían la boleta en blanco. Sin embargo, desafiando esta tendencia, el presidente del Consejo Supremo Electoral ya vaticinó que estas elecciones tendrán “un nivel histórico de participación”, por encima del 75 por ciento de votantes.

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Written by @norismarnavas

Productora de contenido en Cubanos por el Mundo. Locutora certificada. Profesora universitaria. Investigadora

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