
Adolfo Taylhardat
He dicho varias veces que soy fiel devoto del diálogo, siempre que sea entre partes iguales. En Venezuela las opiniones están divididas en cuanto a la conveniencia o no de participar en un diálogo como el que está planteado. Las dos alternativas son riesgosas. Es como dice el refrán: “si no te agarra el chingo te agarra el sin nariz”.
La razón principal para no participar en ese diálogo es la asimetría. Una de las partes es poderosa, tiene en sus manos todas las ventajas del poder tanto material como inmaterial y lo emplea o amenaza emplearlo con toda la arbitrariedad, el abuso, el despotismo, y la maldad que le caracterizan. La otra parte está en desventaja, indefensa frente a los desmanes del contrincante. Sus principales armas son la justicia, la razón y, sobre todo, la Constitución.
Sentarse a negociar en esas condiciones sería un suicidio. De esto existen antecedentes que no se deben repetir. Eso sería explotado como un triunfo del régimen, como una demostración de que su objetivo es la paz, en contraposición a la disidencia que, según el ilegítimo, lo que busca es dar un golpe de Estado, propiciar una intervención extranjera y generar una guerra.
Negarse a participar en el diálogo es igualmente arriesgado. La no participación será explotada por el ilegítimo y sus secuaces como un acto de cobardía, de inconsistencia, de incoherencia que confirmaría la incongruencia con que se maneja la oposición. Sería igualmente la confirmación de un doble lenguaje de la disidencia que estaría despreciando la oportunidad de encontrar solución a los problemas del país.
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