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Donald Trump, el ganador envuelto en dilemas

El candidato republicano Donald Trump | CPEM
El candidato republicano Donald Trump | CPEM

A casi una semana del sorpresivo triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales en Estados Unidos, muchos de los votantes que confiaban en la victoria de Hillary Clinton, aunque por mínima diferencia, no salen del estupor. En diferentes medios de comunicación se suceden los análisis explicativos de este giro inesperado o el cuestionamiento sobre por qué fallaron las encuestas. Esto, en un año en que los pronósticos de los sondeos han recibido importantes desmentidos: el Brexit en Gran Bretaña, los acuerdos de paz en Colombia y ahora el resultado adverso que dio la presidencia norteamericana a un personaje por el que al principio pocos apostaban.

A pesar de las protestas que encienden diferentes puntos estadounidenses y las exclamaciones llamando a desconocer la realidad, es un hecho evidente que el magnate neoyorkino se impuso con fuerza para obtener los votos necesarios. Ocurrió desde que se coló favorito en la campaña republicana a pesar del rechazo de sus propios correligionarios de partido, quienes primero menospreciaron al rival y, cuando vieron que este les ganaba terreno, trataron de ponerle toda clase de obstáculos y artimañas. Aunque mi voto no fue para él, desde que se anunció su participación por la carrera presidencial le veía como el rival a derrotar para Clinton, inevitable contendiente por la parte demócrata.

La voz polémica de Michael Moore, quien avizoró con tiempo este resultado, señala la contradicción de un electorado mayoritariamente liberal que cree en la lucha contra el cambio climático, aboga por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, quiere una sistema de salud y de educación universal y asequible al bolsillo de todos, desea el aumento del salario mínimo o no está por una política de intromisión en asuntos externos. Moore arguye el resultado en el sistema de Colegio Electoral, mecanismo que califica de arcaico e injusto al permitir que un candidato que haya obtenido menos votos populares sea investido presidente. Pero el cineasta pone énfasis en la otra cara de la moneda que es la frustración de millones de estadounidenses excluidos por un sistema político bipartidista que se ha desentendido de muchas de sus necesidades y anhelos. Cabe destacar como ejemplo el testimonio de la periodista Asra Q. Nomani al argumentar la razón de su voto al republicano pese a reunir en su persona la triple condición de musulmana, mujer y emigrante, aspectos que marcaron la retórica negativa de Trump durante su campaña.

Decía un amigo que los republicanos habían ganado estas elecciones de manera contundente, pero más bien habría que apuntarle a Donald Trump el hecho de que el mapa de Estados Unidos se pintara mayoritariamente de rojo el pasado 8 de noviembre. O dicho de otra manera, fue Trump el verdadero ganador. Y fue así desde un principio porque su discurso manifestó cosas que muchos querían escuchar sobre el sistema político, la economía y algunos otros asuntos candentes que preocupan a la sociedad norteamericana, como son el tema de la corrupción, la inmigración ilegal o la seguridad, nacional entre otros. Lo hizo de manera grotesca y amenazante en una actitud que, lejos de restarle votos, al final le atrajo el preocupante resultado que arrojaron las urnas nutridas por el populismo del candidato.

Otro detalle curioso y que ha tenido un determinado peso en la carrera de Trump ha sido el apoyo que le brindaron sin cortapisas desde el exterior. Concretamente desde Rusia y Europa. No es raro que los primeros en saludar su triunfo hayan sido el presidente ruso Vladimir Putin o la francesa Marie Le Pen, aspirante a la gobernación de su país por la extrema derecha. O que Nigel Farage, puntal del Brexit, haya sido el primero en acudir a felicitarle personalmente, aún antes que se produzca la mudanza desde la Torre Trump a la Casa Blanca.

El apoyo ruso hacia Trump fue claro y evidente. Desde los presuntos ataques cibernéticos para sacar información de la campaña demócrata a favor del republicano, hasta los posicionamientos en cuanto a preferencia a su candidatura frente a la de Clinton o la defensa emprendida por los medios de comunicación y diplomáticos rusos, incluso a niveles de la Asamblea General de la ONU. Apreciable por igual fue la activa manera en que Julian Assange colocó tan oportunamente los chismes de WikiLeaks en perjuicio de la candidata demócrata, en una movida que provocó a sus protectores ecuatorianos cortarle esa “libertad” de información en la que se abandera. Assange lo hizo utilizando los medios de la misma embajada donde parasita como refugiado desde hace tiempo, incluso irrespetando la inclinación del gobierno de un Correa, proclive a Clinton, arriesgando a que le pusieran de patitas en pleno Piccadilly Circus, a merced de las autoridades que piden su extradición.

Ahora solo queda esperar con incertidumbre cómo será la nueva administración de un flamante Donald Trump, envuelto en la contradicción de seguidores que apoyaron su discurso nacionalista y arropado por un electorado en el que se descubren latinos, afroamericanos, trabajadores y nacionales de confesión musulmana. Es posible que la mayoría de sus promesas tengan que sufrir la adecuación a esa realidad o simplemente queden en mera palabrería electoral. O tal vez no.

El famoso muro de las disquisiciones dejó de ser un asunto grave desde que el propio Peña Nieto dio un espaldarazo al propulsor del proyecto, recibiéndole de igual a igual en México. Tampoco hay que alarmarse mucho por lo que haga Trump en ese sentido. Y menos sonrojarse. Por un lado ya se levanta una de esas barreras en Jordania con tecnología electrónica punta y ayuda norteamericana, mientras en Munich construyen un émulo de aquel que diera nombre a la división de dos bloques enfrentados. En este caso la nueva cortina de concreto, considerada vergüenza europea, es más alta que su predecesora, según los medios, y su objetivo es separar a los alemanes de los inmigrantes que se aglomera en la ciudad germana, huyendo de guerras y condiciones infrahumanas en Oriente Medio y África.

El tema cubano que mantiene en vela a algunos amigos en la Isla, no debe ser demasiado inquietante en las nuevas circunstancias en que las relaciones ya están establecidas. No se equivoca Yoani Sánchez al señalar que Cuba no es prioridad de la nueva administración. El gesto de felicitación por parte del gobernante Castro al ganador Trump da una pista. Otro aspecto tranquilizador es la cercanía que parece existir entre algunos de los más cercanos amigos de La Habana hacia el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Lo más que pudiera ocurrir es una ralentización en las relaciones, que en definitiva más que perjudicial sería conveniente para aquellos que en la otra orilla no solo dudan de las conveniencias del acercamiento en la nueva coyuntura, sino que hasta lo rechazan. En definitiva Obama fue demasiado a prisa para su gusto y un enfriamiento les daría tiempo y espacio para dilucidar el futuro que se diseña.

Queda esperar a ver qué ocurre tras el 20 de enero del 2017, cuando Donald Trump pasará a dirigir los destinos de Estados Unidos envuelto en varios dilemas. Primero, cumplir con las promesas que le procuraron la victoria, pero cuyas intenciones ya comienza a matizar. Después, sortear una mayoría republicana en todos los frentes, aparente beneficio con el que los votantes parecen haber querido blindar las decisiones de su candidato preferido, pero que a la larga colocan al futuro mandatario en manos de sus más enconados detractores dentro de su propio partido. Lo que sí es seguro vaticinar que, de no materializarse aquellas aspiraciones que produjeron este inesperado resultado, es muy posible que las elecciones del 2020 traigan nuevas sorpresas.

Por Miguel Saludes

Publicado originalmente en CubaNet

Written by John Márquez

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