Al conocer de la conferencia magistral que impartió en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el primer ministro canadiense Justin Trudeau, fue inevitable que muchos rememoraran el discurso del presidente norteamericano Barack Obama pronunciado en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso en marzo pasado.
En ambos casos se trató de una nueva generación de dirigentes, provenientes de países con un sistema político diferente al cubano, y deseosos de contactar directamente con el pueblo de la isla. Aunque, claro está, con un precedente muy distinto en lo referido a las relaciones de sus respectivas naciones con el gobierno cubano.
Sin embargo, al margen de posibles semejanzas y diferencias, no sería ocioso especular acerca de la receptividad con que el auditorio universitario acogió las palabras del joven político canadiense, el cual expresó algunas ideas que pudieron no ser del agrado de la cúpula gobernante. Y, sobre todo, cualquiera podría verse tentado de responder a la siguiente interrogante: ¿correrían la misma suerte las ideas de Trudeau que las expuestas por el inquilino de la Casa Banca?
A decir verdad, las palabras de Obama colmaron de inquietud a los elementos de línea dura de la nomenclatura raulista. De no haber sido por ese discurso, es probable que el oficialismo no hubiese lanzado una contraofensiva tan virulenta contra la influencia dejada por su visita a la isla.
El castrismo no le perdona a Obama que expresara “en Estados Unidos tenemos un monumento claro de lo que pueden construir los cubanos: se llama Miami”. Ni que dijera frases al estilo de “aunque levantáramos el embargo mañana, los cubanos no podrían alcanzar su potencial sin hacer los cambios necesarios aquí, en Cuba”; o “un trabajador debía de poder conseguir trabajo directamente en las compañías que invierten aquí”; o que “debería de haber internet disponible en toda la isla para que los cubanos se puedan conectar con el mundo entero”.
Por su parte, el joven Trudeau habría despertado la suspicacia del gobernante Raúl Castro y del resto de la envejecida dirigencia que también se hizo presente en el Aula Magna del recinto universitario, al afirmar que “más que los líderes del mañana, los jóvenes deben ser líderes desde ahora”.
En otro momento del discurso, Trudeau señaló: “La voz de Canadá que estoy intentando transmitir al mundo tiene que ver con la inclusión, la apertura, la oportunidad, la construcción de una sociedad estable, que es de esta manera porque existe seguridad y diversidad dentro, y no en contra de lo uno y de lo otro”.
No es difícil imaginar que a unos gobernantes que excluyen a las personas que disienten del discurso oficial, no les quede otra opción que acoger con recelo cualquier llamado que apunte hacia la inclusión, la apertura y la diversidad.
Mas, existe otro elemento que no debemos pasar por alto. Alguien dijo una vez que, aquí en Cuba, lo importante no es qué se dijo, sino quién lo dijo. El castrismo vio en Obama al representante de un imperio que, aun mediante medios diferentes, mantiene el mismo fin de cambiar el sistema político de la isla.
Por el contrario, a Trudeau lo contemplan como el mandatario de un país amigo, y heredero de un político que mantuvo buenas relaciones con Fidel Castro. Quizás por ello sus palabras tomen otro cauce.
Por Orlando Freire Santana
Publicado originalmente en CubaNet