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La vendedora de pandas

“De niña yo jugaba a las casitas, pero era el papá, fíjate”, cuenta en tono coloquial y hasta romántico, Ana Belkis, una joven lesbiana, ex maestra emergente, miembro de una pareja interracial, y dispuesta a burlar ciertos tabúes y convenciones sociales que aún le provocan, a veces, deseos de desaparecer.

Como desapareció hace varios años del aula de Medicina, carrera que tenía prácticamente en sus manos, por obtener una silla en el aula de los aspirantes a Pedagogía. “Todo lo hice por amor, a pesar de las advertencias de mi familia y mis maestros”. Amaba a una muchacha, y era esa su oportunidad de conquistarla y, por si fuera poco, en La Habana, adonde trasladaban a los recién graduados Profesores Generales Integrales (PGI).

Aunque no consiguió conquistar a la muchacha, Ana Belkis se quedó en la ciudad y con los años encontró, eso sí, un negocio estable, que le da para vivir, cubrir sus gastos y rentas. Desde hace ocho años descubrió una laguna del mercado estatal y ha pretendido llenarla hasta donde pueda: “Todavía no hay un sitio de ventas (estatal o de cooperativo) al que la gente pueda acudir para comprar televisores de uso en buen estado… y te puedo decir que la demanda es muy alta, especialmente en las provincias de Oriente.”

“Muchas personas, por lo general campesinos, y de pocos recursos, no tienen televisores en sus casas. A la hora de comprar uno, buscan equipos de uso que combinen calidad y resistencia con buen precio. Poco importa la resolución o si tienen puerto USB para memorias. No quieren pantallas de plasma, sino modelos chinos ATEC-Panda. En Oriente gusta el Panda porque es resistente, hay piezas de repuesto, y se les tiene confianza, después de haberlos probado por más de 15 años”.

La Ana Belkis PGI era una adolescente con colmillos de oro, que a veces llegó ebria al aula y usaba medias tobilleras que exhibían un tatuaje a media pierna. Ahora cuenta dos tatuajes más: una golondrina y la inicial de su actual pareja: Iraida. Aunque tras cinco años de relación no está segura de seguir amándola. “Y cuando se acaba el amor, se acaba todo”.

Con Iraida, no obstante, ha llevado adelante este negocio que prefiere llamar “trabajo” porque siente, dice, que ayuda a las personas. Les lleva directamente a sus domicilios los televisores, después de unas 14 horas de viaje por la autopista nacional, en guaguas Yutong, y de pagarle algo a los choferes para que no protesten por el exceso de equipaje.

“En cada viaje cargo dos o tres televisores–que según las normas no se pueden llevar– con su propiedad y todo, para que no haya problemas ni me los decomisen en los Puntos de Control: la policía está alerta porque hay muchos robos… Aquí en La Habana compro los equipos entre 100 y 120 CUC (2500 a 2700 pesos cubanos, MN) Ya tengo muchos contactos que me avisan de cualquier venta, y allá en Oriente los doy entre 4500 y 6000 MN.”

Confiada, entusiasta incluso, por el alcohol que ha estado bebiendo mientras hablamos, Ana Belkis sazona la explicación de su “trabajo” con anécdotas de la vida a veces al margen que ha llevado, como lesbiana y ex maestra emergente. Varias veces, insiste, ha tenido ganas de desaparecer. Pero superado el raptus de melancolía, remarca que vive feliz y satisfecha con los resultados de su pequeño negocio:

“Me ha dado para comprar una casa en La Habana y traer a parte de mi familia, y para vestirme, comer bien y construir mi propia vivienda… soy un personaje, ¿verdad?”.

Ana Belkis prefiere mostrar su identidad a medias.

Publicado originalmente en El Toque

Written by eltoque

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