Existe una elocuente, incluso sarcástica relación entre la dictadura y la longevidad. Lo sabemos en España y lo supieron los camboyanos. Lo saben los cubanos a cuenta del síndrome de Estocolmo que ha cultivado Fidel Castro desde la purga y el victimismo, así es que debió resultarle monstruosa la imagen de su hermano plegándose como un monaguillo ante un presidente americano y negro.
Insisto en lo de negro porque la dictadura cubana fue siempre discriminatoria en el reparto y en la pedagogía del poder, incluso racialmente paternalista cuando sobrevenían las misiones africanas, aunque sospecho que Fidel Castro no estuvo nunca al corriente del acto de conciliación con la administración yanqui.