Carlos Manuel Álvarez
Hace pocas semanas, el disidente político cubano Guillermo Fariñas suspendió una huelga de hambre de casi dos meses con la que exigía el cese de la violencia contra la oposición pacífica y el respeto a los derechos humanos. Esta huelga no impidió que Habaguanex, empresa perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, pasase a manos de las Fuerzas Armadas, ni que aerolíneas norteamericanas como JetBlue o American Airlines continuaran con los recién inaugurados vuelos regulares a distintas ciudades de Cuba.
Pero la suspensión de la huelga ocurrió en un contexto particular.
El 12 de septiembre empezó a circular una información en la que supuestamente el Parlamento Europeo se hacía eco de las demandas de Fariñas y decidía nombrarlo asesor para los asuntos referidos a Cuba. Fariñas creyó que era una buena oportunidad para suspender su radical método de protesta, pero el Parlamento Europeo aclaró inmediatamente que ninguna enmienda había sido siquiera discutida.
La disidencia llegó a la conclusión de que fue el Estado cubano quien difundió el engaño, con el objetivo de que Fariñas suspendiera su huelga. Unos días antes, sin embargo, consideraban que el mismo Estado había dado la orden de dejarlo morir. Una de las dos cosas es falsa, porque el Estado no puede pretender al mismo tiempo que Fariñas muera y que salga de la huelga.
Después de conocer el fraude, Fariñas calificó su gesta como una victoria porque “logró que la voz de los opositores no violentos sea oída en los dos parlamentos (Europa y Estados Unidos) más importantes del mundo”, y porque bastó para unir al espectro de la disidencia, infinitamente fragmentada en grupos y organizaciones minúsculas que nadie que no pertenezca a ellas sabría diferenciar.
Pero esto no es verdad. La huelga no denunció alguna violación nueva, ni tampoco contrarrestó la supremacía totalitaria del Estado. Que los derechos civiles de los cubanos han sido secuestrados, que no hay libertad de asociación ni transparencia informativa, y que domingo tras domingo las Damas de Blanco —mujeres que reclaman la libertad de los disidentes detenidos— son religiosamente linchadas por marchar por las calles de La Habana, es algo que no solo saben ya los parlamentos de Europa y de Estados Unidos, sino, incluso, el de Kiribati, si es que llegase a haber parlamento en esa pequeña isla del Pacífico.
Guillermo Fariñas ha comenzado y concluido, a lo largo de estos años, alrededor de veinte huelgas de hambre, banalizándolas en la reiteración y apuñalando progresivamente el impacto que puedan tener. Si es cierto que algunas de ellas han tenido éxito, como la disidencia se encarga de decir, entonces no puede ser cierto que la represión política se mantenga con el mismo grado de intensidad, tal como la disidencia también dice.
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