El lunes a medianoche, mientras todavía se escuchaban discursos de políticos y dirigentes, la enorme Plaza de la Revolución comenzó a vaciarse con una coreografía lenta y cansada. Los primeros en irse fueron los que se habían acercado espontáneamente, apenados por la muerte del líder.
Los medios oficiales calculan que unos dos millones de cubanos se despidieron de Castro durante los dos días que duraron las exequias en la plaza. Muchos caminaron decenas de cuadras para despedir a Fidel, pero la mayoría parecía parte de una enorme brigada política que se bajaba de buses oficiales gritando consignas. Algunos guardaban silencio mientras las lágrimas les corrían por las mejillas.
“Al final yo lo despedí por mi mamá, nunca la había visto llorar así. Y como ella está enferma me dijo que viniera”, explicó Yoansi González, un joven carnicero de 33 años.
“Soy santera, hija de Obatalá, y vine porque el luto ha sido muy duro para nuestro pueblo. Era una gran persona que nos ayudó a hacer revolución pero llegó el momento de los cambios”, dijo Jessica Beltrán, una joven estudiante de 22 años. “La gente tiene que dejar de pelearse y estar unidos para cuando se acabe el bloqueo”.
Yoansi, Jessica y muchos otros jóvenes que asistieron a las exequias de Castro provenían de Centro Habana, un populoso barrio de calles estrechas y antiguos edificios neoclásicos. Es un circuito urbano de casi cuatro kilómetros cuadrados que amaneció calmado mientras las cenizas de Fidel iniciaban su recorrido por Cuba hasta llegar a Santiago, la ciudad que alberga los restos de otros héroes cubanos como José Martí.
Las exequias públicas son una forma de codificar institucionalmente la pérdida, de montar una escena para los libros de historia; es inevitable recordar ejemplos como los funerales de Stalin en la antigua Unión Soviética, los de Kim Jong-il en Corea del Norte o más recientemente los de Hugo Chávez en Venezuela. En Cuba se decretaron nueve días de duelo.
Con Fidel muchos cubanos sienten que el amor y el odio se plasman en el mismo legado. Aunque desde 2006 estaba retirado del poder siempre tuvo una poderosa influencia institucional que, para muchos, retardó los cambios y reformas económicas emprendidas por su hermano y sucesor, Raúl Castro.
El lunes sus cenizas abandonaron La Habana —la ciudad que transformó a su gusto, donde gobernó por décadas y que, pese a los intentos de asesinato que sufrió, se convirtió en el único lugar del mundo donde se sentía seguro— y para muchos cubanos críticos del gobierno fue inevitable sentir una gran pena al verlo partir.
‘¿Y ahora qué hago?’
“La muerte de Fidel no es fácil de asimilar porque toda la vida te dijeron que era eterno”, dice José Ángel Toirac, un artista plástico cubano cuya obra hace un seguimiento exhaustivo de la iconografía de la Revolución cubana. Su estudio está en Centro Habana, en el último nivel de un edificio ruinoso cuyos pisos y escalinatas de mármol son el tenue recuerdo del esplendor que a mediados del siglo XX convirtió a esta ciudad en una joya de la arquitectura caribeña.
Cada pared está cubierta con sus obras sobre Castro: Fidel votando, hablando, de espaldas, en vasos, al lado del Che y hasta en un tarot que narra su vida.
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