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Me cuesta mucho trabajo entender a los que lloran por la muerte de Fidel.

Fidel Castro comprobó lo que ya se sabía, no hay dictadores buenos

Me cuesta mucho trabajo entender a los que lloran por la muerte de Fidel.
Me cuesta mucho trabajo entender a los que lloran por la muerte de Fidel.

La historia de la humanidad está repleta de dictadores que gobernaron con poder absoluto –Hitler, Stalin, Jong Il, Mao, etcétera–. Fidel Castro se cuenta como uno de ellos. Y aunque sabemos que el Estado no puede ser ni bueno ni malo, Fidel comprobó lo que ya se sabía, no hay dictadores buenos.

Fueron muchas las reacciones en relación con la muerte del dictador. Yo no seré el primero en reprochar y condenar la brutalidad de este personaje, ni seré el último. Pero lo que seguramente pocos imaginaron fueron las palabras que pareciesen celebrar la vida del tirano despreciado por parte de personalidades de Hollywood, académicos, y gobernantes izquierdistas como las del primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. Aun las palabras sutiles expresadas por nuestro propio presidente, Barack Obama, preocupan.

Según Jesse Jackson, Castro era un luchador por “la libertad y la liberación”. La publicación liberal The Nation lo describió como “alegre, ruidoso y descarado”, palabras no usadas normalmente para describir a alguien cuyo gobierno fue responsable por la muerte o desaparición de miles de sus propios ciudadanos.

¿Que pretende la izquierda? ¿Si celebran la vida de este hombre fracasado, será que concuerdan con las ideas marxistas de Fidel?

¿Por qué ignorar décadas de persecución, hostigamiento, exterminio de inocentes y represión de libertades religiosas, económicas y de prensa?

Este movimiento –muy a menudo animado por líderes y académicos respetados– parece ignorar el sufrimiento de tantas personas que se opusieron al déspota. Parece ser insensible a la sangre vertida por aquellos valientes que lucharon por lograr la libertad de su amado país –estos que sí mostraron ser patriotas al preferir exponerse a la muerte antes de vivir bajo el dominio de una dictadura–. Ahora solo nos queda el consuelo de que la tiranía que esos héroes lucharon por erradicar será consumida por una nueva generación que se levantará en su contra –ya que este régimen mantiene un poderío tenue–.

Pero repito, la nostalgia de la izquierda por Castro resulta problemática. Y es que desde el momento en que Fidel tomó el mando arrebató el poder derramando sangre para no voltear atrás. Dejó, pues, la palabra por la espada. Se hizo avaro, farsante y asesino. Arruinó a Cuba. Le robó la libertad a todo individuo. Despojó la autonomía ingénita de todo cubano. Oprimió toda oposición política y desperdició los recursos naturales de un país rico por interés propio. Opuesto a la convención moderna –aquella que induce al crecimiento económico del sector privado– optó por el estatismo, dejando a un lado las ideas de la libertad.

De acuerdo con muchos izquierdistas, el imperativo moral que justifica los altos impuestos y gobiernos expansivos es la importancia de aliviar el sufrimiento y mejorar la vida de los pobres y débiles de la sociedad. ¿Es posible que no consideren la miseria y la escasez que dejó el huracán de malas ideas de Castro? ¿Que no aprendieran de las duras lecciones que resultaron en la ruina de la bella isla mientras el resto del mundo gozaba de un desarrollo y prosperidad nunca imaginados?

Creo que la defensa que hace la izquierda de Fidel reside, en buena parte, en esa guerra infatigable que levantó en contra el país capitalista vecino: Estados Unidos. Por alguna rara razón, esto acalora los corazones de los liberales. Pero es preciso aclarar que ciertamente no todos en la izquierda han sucumbido a la melancolía por la muerte de Fidel. Las imágenes vistas por televisión hacen pensar que algunos de los que se encaminaron al restaurante Versailles en Miami para sumarse a las celebraciones al escuchar de la muerte de Fidel fueron seguidores de índole progresista. Pero insisto en mis inquietudes; me cuesta mucho trabajo entender a los que lloran por Fidel.

Independientemente de la nostalgia que siente la élite progresista por Fidel, ahora solo resta preguntar al cerrar este capítulo siniestro, ¿que se espera para el pueblo cubano? En lo personal, añoro ver unas legítimas reformas de libre comercio que desde luego resultarán en crecimiento económico y aumentos en la productividad. Un pueblo que ha vivido reprimido por tanto tiempo, ciertamente buscará aprovechar el cambio para acercarse más a lo que es un resultado inexorable: la libertad.

Fuente: Univisión

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