La muerte de Fidel Castro produjo un previsible impacto en la opinión pública mundial. Su figura había cobrado relieve internacional por sus vínculos con la Unión Soviética, su enemistad con Estados Unidos y su influencia en las experiencias de la guerrilla insurreccional de los años sesenta y setenta en América Latina.
Hoy, su hermano Raúl Castro deberá conducir una transición, exigida por el agotamiento de una economía inerte y de extrema dependencia. La necesaria apertura a las leyes del mercado deberá ir acompañada de la democratización política, una tarea sumamente compleja para un país con 57 años de dictadura, precedidos a su vez por ocho décadas de violencia y autoritarismo.
Fidel Castro dejó un legado complejo. El líder cubano fue presentado por sus simpatizantes como un emblema revolucionario; a su vez, generó repudio entre quienes defienden la democracia, la pluralidad y la tolerancia, que lo identifican como un dictador.
Una parte importante de la intelectualidad occidental prefirió soslayar la evidencia de los datos elocuentes de autoritarismo, mesianismo y violencia, para construir la ilusión de una utopía socialista y antiimperialista en el Caribe.
Así, esos intelectuales que suelen defender los DERECHOS HUMANOS en otras latitudes, justificaron los fusilamientos de prisioneros como “una necesidad de la revolución“, que es el argumento histórico de todos los déspotas. Esa violencia, instrumentada por un Estado policíaco, se extendió a lo largo de casi seis décadas y se utilizó para perseguir a los opositores y a quienes simplemente querían emigrar.
Por cierto, muchos cubanos preferían huir de ese supuesto paraíso para construir su futuro, justamente, en los Estados Unidos, el gran enemigo de Castro.
La historia enseña que los gobiernos unipersonales y sin relevos llevan a las naciones hacia la decadencia.
La historia enseña que los gobiernos unipersonales y sin relevos llevan a las naciones hacia la decadencia. Los liderazgos prolongados, como el de Fidel Castro, son síntoma de megalomanía e inseguridad.
La revolución cubana nunca exhibió la dinámica de los sistemas políticos consolidados.
La anulación de libertades elementales, como el acceso a la información, la prensa plural y la opinión sin condicionamientos son síntomas autoritarios, pero de fragilidad.
El castrismo, como todas las autocracias, no resiste críticas.
Por la misma razón, Cuba carece de partidos políticos, neutraliza a cualquier figura que se proyecte como alternativa de poder y funciona como un régimen nepótico y totalitario, sin elecciones libres y sin debate ciudadano. En ese escenario, la CUBA revolucionaria jamás logró resolver problemas básicos, como el mínimo abastecimiento de alimentos, la vivienda digna y la generación de empleo genuino. Además, cercenó la posibilidad de desarrollo personal por fuera del Estado y del Gobierno. Su economía siempre estuvo atada a los subsidios de la Unión Soviética y últimamente, al petróleo venezolano. Basta comparar su evolución con las de otros países, como Corea del Sur, Singapur o Chile, para constatar el atolladero en que Fidel Castro sumergió al país.
Hoy, tras la muerte del caudillo y sobre todo, ante el triunfo de Donald Trump, se plantean interrogantes acerca de la posibilidad de un cambio en la isla. Las negociaciones para el restablecimiento de los vínculos con Estados Unidos a través del presidente BARACK OBAMA y con el respaldo del papa Francisco podrían verse alteradas.
Sin embargo, Cuba está obligada a realizar un cambio de rumbo. Raúl Castro debe poner en marcha un cronograma que asegure una transición ordenada y próspera hacia la democracia. Entre las medidas perentorias se cuenta la convocatoria a elecciones libres, con pluralidad de partidos, en el menor plazo posible.
El régimen, sin la asistencia externa de una Venezuela sumida en su propia crisis, necesita abrir su economía, permitir mayores inversiones, con menos intervención del Estado y posibilitando la generación de empleo, con remuneraciones acordes al mundo contemporáneo.
Al mismo tiempo, debe construir un clima de tolerancia, ante la posibilidad del regreso de muchos de los dos millones de cubanos exiliados y darse una estrategia para incorporar a la producción a una población local alfabetizada, sin problemas nutricionales pero con escasa aptitud laboral.
Publicado en Eltribuno.info