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Sin fiestas populares este fin de año

Remedios es la cuna de las parrandas, sus tradicionales fiestas populares datan de una historia centenaria.

Desoyendo la voluntad de quien acaba de abandonarnos de no permitir tributo postrero a su magnífica personalidad, entre Abel Prieto y Fernando Rojas, quizá con un toque del infaltable Iroel Sánchez en la almoneda, el Ministerio de Cultura circuló paquete de medidas que inhabilita a sus dependencias en todo el país de utilizar, por lo que resta del año con ningún fin expreso, el humor y la música (que no sea sacro-trovadoresca, porque ya se difunde hasta lo inaudito a Sara González, Silvio Rodríguez o a Raúl Torres, quien ha compuesto suerte de himno-cantata para estos ritos funerarios intitulados “El hombre”), dejando así suspensas todas las manifestaciones de alegría existencial en un pueblo laborioso y luchador que “no se corrompe por nada del mundo ni se vende al inf(l)amante imperialismo yanqui”. Por cierto, excluyen de reproducir la obra revolucionaria de Pablo Milanés.

En un raptus de duelo extensible hasta límites inentendibles (que aporten puntos a favor de comisarios actuantes de esa manera abyecta, absurda e irracional, falseando el desconsuelo), el departamento ideológico a coro con el gobierno local ordenó (o recibió las órdenes de) suspender las legendarias parrandas que acontecen una vez por año entre los barrios contrincantes que salen a batirse por el reconocimiento público entre el 8 y el 29 del corriente en nuestros provincianos pueblos, especialmente del 24 al 26, preludio y colofón de fiestas navideñas —coincidente liberación a cargo del ejército rebelde— que han acompañado por siglos estas celebraciones de corte religioso con una movilización verdaderamente espontánea de las masas.

No se aclara si en el ¿feriado 25? dejarán tañer campanas ni tintinear villancicos, referentes de la natividad de un Señor que no sea aquel para el cual el anticomunista Juan Pablo I conquistó abalorios.

La censura reciente —y la polémica suscitada en torno— al filme de Carlos Lechuga en el pospuesto Festival de Cine habanero, sentó funesto precedente para los oficialistas envalentonados. Algunos bravíos andan extremando a su aire, tratando de demostrar justamente lo que el comandante, de estar vivo, habría mandado a segar por considerarlo acto de endiosamiento y perpetuación del culto del que —se asevera— abominó tanto en Stalin como Mao, y que, según prorroga el sucesor, devendrá ley definitiva durante la próxima reunión del Parlamento unicameral.

¿Se explican entonces estos desvaríos?

Corría la zafra de 1970 en henchida batida contra cualquier torsión ideológica que asomara, cuando Fidel Castro “sugirió” sobre la inconveniencia de mantener estas festividades históricas de diciembre, y en cómo hacerlas coincidir con el tórrido estío postzafra, porque se apegarían mejor al muro baleado del Cuartel Moncada que al pulcro frontispicio de los Santuarios. Ese “comentario” suyo perduró tres decenios en el candelero.

Total, si de vender cerveza con cerdo y bailar comparsa era la cosa, pues nadie como aquel sabio para hacernos refrescar el sofoco, ¡y hacerlo medio en cueros! Es decir, sonando los cueros…de los tambores.

Luego, con el tiempo y un ganchito, todo volvió a su cauce, y el aplomo del último mes demostró el burdo desapego inducido de las oriundas fechas. Andábamos ya ahogados de sudar a mares. Se presumía que en el insincero invierno nuestro nadie bebiera algo frío, ni mucho menos arrollara hasta perder habla y chancleta tras una conga callejera.

No sabemos si quedará prohibido también el jelengue para el finalista 31, vísperas del aniversario por la victoria atribuible al indemne recién partido. Esas fechas siempre han sido bastante explosivas en la historia cubana, haya o no bombas a mano, y por ahí quizá “venga llegando” el temerario impedimento que ha dejado patidifusos o mudos a mis muy exirritables coterráneos.

Me pregunto cuándo, cómo y porqué perdió este pueblo su distintiva capacidad de rebelarse contra injustas imposiciones. Un país históricamente alérgico a cualquier tipo de autoridad ha terminado adocenado, adormecido. El fabuloso aparato de pavor e interdependencia estalinista ha conseguido lo que siglos de opresiones y clamores libertarios jamás pudieron.

Se suman certezas de que en Camagüey, sitio de vecinos propensos al machete y la montura a lo Agramonte, también las ceremonias típicas en los municipios fueron sin explicación abolidas. Ya oiremos de tinajas y botijas rotas, lanzadas a la calle en son de furia, también de asaltos sedientos a mano desarmada. Tal vez excusando el oportuno fervor revolucionario que les embargó siempre, pero barros tirarán.

¿Preludio de otra trocha de Júcaro a Morón?

No obstante, cuando el verde billete —hermano del prestigio utilitario— entre al juego de las rentabilidades que el MINTUR perderá con tal disposición, apartarán la congoja, se secarán los pocos mocos y permitirán que San Juan de los Remedios, cuna primigenia con cinco siglos de tradiciones en sus espaldas, realice sus jolgorios arrastrando a medio mundo, lie contratos jugosos que tributen loable monto a sus arcas si no se hicieran los traga-papeles, cuales chivos con tontera.

Claro, están ya, desde hace meses, vendidos los paquetes hoteleros que incluyen esa noche estelar del 24 a turistas y turoperadores extranjeros, los que aún guardan en memoria fiascos frescos, como cuando regresaron a sus países en el 500 aniversario con el plumaje alicaído, el dinero dilapidado y sin un suvenir ni una foto, pero acaso por razones que no coinciden con la suspensión del actual momento “tétrico”.

Los millares de pérdidas en valores y vergüenza, los asumirá como siempre el pueblo cubano. Porque lo que hayan padecido los nacionales en esas pálidas fechas consagradas al esparcimiento, derivación de los mismos descalabros institucionalizados, les tienen sin cuidado.

Los trabajadores de los barrios y entusiastas parranderos que tienen su labor adelantada, con carrozas, trabajos de plaza y fuegos de artificio casi listos, tendrán que conformarse con poner —en vez del volador de a peso, la batea de petardos, el mortero de luces y el cohete— el grito en el cielo. Pero lo harán desde el fondo de sus casas, porque de cobrar por el esfuerzo costosísimo en la preparación de esa contienda, nada.  A menos que las autoridades abran los ojos a tiempo. Y desde arriba alguien les delate.

Una vecina bullanguera que lleva dos semanas fuera de sus cabales por causa del silencio sepulcral al que no se acostumbrará nunca —ni muerta, dice—, ante la noticia de que su familia exiliada no podrá reunirse esta vez y anda devolviendo los pasajes reservados en los países donde residen sus parientes, me soltó bembiblanca: “Más nos debería de pasar. Aquí todo el mundo firmó por algo que de seguro tuvo que ver con estas picuéncias. A aguantare entonces pa’ no aterrizar en el fanguero cuando se acabe el aguacero”.

De manera excepcional, permitieron la parrandita infantil en Remedios (remedo de la grande que ofrece monumentales trabajos y orden de salida menos caótico) pero sin changüí ni alharacas de trompeta china. Solo fuegos artificiales. Porque ya tenían posicionado en contraataque a un público cabrón, con la mecha encendida y frente a tal desafío los jerarcas se tornan cautelosos. Ya se sabe que nada habrá, ni 15 ni 16. Y en Caibarién, ni pitoche. No tenemos currículum para eso.

Lo único bueno que vaticino de esta arbitrariedad, es que descansaremos un rato más del reggaetón. Los bicitaxistas —sagaces— apelan a audífonos para distribuir su pachanga entre la clientela, ajenos a las zozobras ajenas. Acto seguido, pedalearán tarareando lo que sea. Y cuquearán multa extra.

Habrá cualquier reacción de esperarse. Por incautos, jamás terminaremos de asombrarnos ante lo obvio. Que corra pues, libre, el río Cauto. A ese sí no podrán controlarlo.

Publicado originalmente en CubaNet

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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