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Pinochet salvó a Chile de ser la segunda Cuba del continente (+Video)

De la que se salvó: cómo habría sido Chile sin Pinochet

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Una imagen a color de Castro y Pinochet. Ambos terminaron encabezando dictaduras en sus respectivos países.

El analista político Armando Ribas provoca con sus controvertidas afirmaciones. Dice que “la izquierda se ha apropiado de la ética” y que Estados Unidos “evitó el imperialismo en el mundo” al terminar la Segunda Guerra Mundial.

Las razones son dos: Primero, Pinochet derrotó al odioso marxismo y sus milicias terroristas, armadas y financiadas internacionalmente, poniendo fin al intento de comunizar Chile, en el nombre del “pueblo”.
Y lo segundo, Pinochet “transformó” a Chile en una democracia pacífica con una de las más prósperas economías de la región. Con un extraordinario record de logros en la reforma social y económica, el establecimiento de instituciones democráticas, y tras una elección libre en la que fue derrotado, en 1990 Pinochet dejo la presidencia del gobierno del Estado dejando tras sí, un país al cual el socialismo internacional totalitario, le sera difícil doblegar nuevamente.

Allende violando la constitucion y su promesa de respetarla, dejaba que grupos paramilitares de izquierda como el MIR se tomaran por la fuerza los campos, golpeando e incluso matando a quienes oponían resistencia, según Allende esto era necesario para su REFORMA AGRARIA.

También, Allende dijo: “todas las empresas, grandes y pequeñas deben ser tomadas” Les robaban, estos grupos armados, a la gente sus empresas, sus propiedades, sin indemnizacion alguna, como siempre golpeando y/o matando a quienes se oponían, y todo esto con el beneplácito del presidente Allende.

La contraloria y el congreso declararon que el gobierno de Allende habia caido en la ilegalidad.

Estos grupos armados de izquierda, no solo mataban civiles, sino también militares y carabineros

La ex URSS envió a Chile miles de armas en optimo funcionamiento, entreno a los paramilitares (también fueron entrenados en Cuba y Angola) para realizar el autogolpe y convertir a Chile en una Dictadura de izquierda, tal como lo hicieron con Vietnam, Cuba, Angola, Corea del norte, etc. Chile en ese momento era parte de la guerra fría.

“¿Cómo se explica que un Presidente que llegó al poder a través de una elección democrática ejercite después su poder en contra de la Constitución y las leyes que le permitieron alcanzar el más alto cargo político de la República? ¿Por qué un Gobierno elegido democráticamente consideró necesario incurrir en veinte violaciones a la Constitución?

El mismo Presidente Allende dio la respuesta, en una serie de entrevistas con el filósofo y activista francés Regis Debray, expresó: “El Presidente de la República es un socialista…He llegado a este cargo para llevar a cabo la transformación económica y social de Chile, a abrir el camino al socialismo. Nuestro objetivo es el socialismo marxista, total y científico” (The Chilean Revolution: Conversations with Allende, 1971).

Es evidente que una revolución marxista que busca establecer “a dictadura del proletariado” no se puede hacer dentro de la Constitución y de la ley en una república democrática. Allende fue elegido Presidente de un país por el Congreso tras obtener sólo el 36,2% de la votación popular. Para establecer un “socialismo marxista, total y científico” la Carta Fundamental era un obstáculo insalvable.

Para comprender las causas de la ruptura democrática son clave los dos acuerdos oficiales del Partido Socialista de Chile adoptados, por unanimidad, en sus Congresos anuales de 1965 y 1967.

En su Congreso en la ciudad de Linares (julio, 1965), el Partido Socialista, el cual perteneció toda su vida Salvador Allende y que se definía como marxista-lenista, acordó lo siguiente: “Nuestra estrategia descarta de hecho la vía electoral como método para alcanzar nuestro objetivo de toma del poder…El partido tiene un objetivo: para alcanzarlo deberá usar los métodos y los medios que la lucha revolucionaria haga necesarios” (Julio César Jobet, La Historia del Partido Socialista de Chile, 1997).

Pero fue en su Congreso en la ciudad de Chillán cuando la opción por la violencia política alcanzó su máxima expresión. Este tuvo lugar entre el 24 y el 26 de noviembre de 1967 y asistieron 115 delegados. Hubo, además, “delegados fraternales” de los gobiernos comunistas de la Unión Soviética, Alemania Oriental, Rumania y Yuguslavia, del Partido Baath Socialista de Siria y del Partido Socialista de Uruguay.

La resolución adoptada fue una verdadera declaración de guerra a la democracia: “La violencia revolucionaria es inevitable y legítima…Constituye la única vía que conduce a la toma del poder político y económico, y su ulterior defensa y fortalecimiento. Sólo destruyendo el aparato democrático-militar del Estado burgués puede consolidarse la revolución socialista…Las formas pacíficas o legales de lucha no conducen por sí misma al poder. El Partido Socialista las considera como instrumentos limitados de acción incorporados al proceso político que nos lleva a la lucha armada

Uno de los principales ideólogos del Partido Socialista, y futuro Ministro de Relaciones Exteriores del Presidente Allende, Clodomiro Almeida, especuló entonces que este proceso iniciado por su partido conduciría a una guerra civil: “La forma fundamental que en un país como Chile pueda asumir la fase superior de la lucha armada política, cuando el proceso vigente llegue a colocar a la orden del día el problema del poder, es impredecible en términos absolutos. Yo me inclino a creer que es más probable que tome la forma de una guerra civil revolucionaria, a la manera española, con intervención extranjera, pero de curso más rápido y agudo”(Revista Punto Final, 22 de noviembre de 1967). La referencia a una guerra civil “a la manera española” es estremecedora cuando se recuerda la barbarie de ese conflicto y su millón de muertos.

Cabe destacar que el Partido Socialista era el segundo de mayor tamaño del país, que sería el principal partido en la coalición que gobernó Chile entre 1970 y 1973, y que Salvador Allende era su más destacado militante. Su partido aliado, el Partido Comunista de Chile, era el mayor y mejor organizado de todos los partidos comunistas de América Latina, y el tercero en tamaño, de todo el mundo occidental, después de aquellos de Francia e Italia.

La alianza de Allende con el comunismo venía de mucho antes. Desde ya, en el homenaje que se le hizo a Stalin en Santiago después de su muerte, uno de los oradores principales fue Salvador Allende, quien alabó de esta manera al dictador comunista: “Stalin fue para el pueblo ruso bandera de revolución, de ejecución creadora, de sentimiento humano agrandado por la paternidad; símbolo de paz edificante y heroísmo sin límites…pero por sobre todos estos aspectos…están su fe inmensa en la doctrina de Marx y Lenin, su irrevocable conducta marxista” (El Siglo, 16 de marzo de 1953).

En la década del 60, Allende aceptó servir como presidente de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), un organismo creado para exportar la revolución castrista al continente, la que había afirmado públicamente que “la revolución armada es la única solución para los males sociales y económicos de Latinoamérica”.

Allende, siendo Presidente del Senado, expresó en varias ocasiones su apoyo al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), grupo que inició la violencia guerrilla en Chile. Por cierto, desde el triunfo de la Revolución Cubana la violencia habría sido idealizada por líderes de izquierda de Chile y el continente.

Dada esta trayectoria, no es sorprende la respuesta del Presidente Allende a la Cámara de Diputados ni su creciente conflicto con el Poder Judicial. Durante 1973 la Corte Suprema le reprochado la vulneración de las atribuciones propias de ese cuerpo, lo que derivó en una violenta disputa epistolar entre ellos. El gobierno de la Unidad Popular había desarrollado la teoría jurídica de los “resquicios legales”, con los cuales no sólo se había avanzado en la intervención estatal de múltiples empresas privadas de todos los tamaños, sino que se estaba erosionando de manera fatal la necesaria confianza pública en las instituciones fundamentales de la República.

El 26 de mayo de 1973, en protesta por una negativa del Gobierno a cumplir con una decisión judicial, la Corte Suprema resolvió por unanimidad dirigirse así al Presidente de la República: “Esta Corte Suprema se ve obligada a representar a Su Excelencia por enésima vez la actitud ilícita de la autoridad administrativa en su interferencia ilegal en asuntos judiciales, así como de poner obstáculos a la policía uniformada en la ejecución de órdenes de los tribunales del crimen; órdenes que, bajo las leyes vigentes, deben ser llevadas a cabo por dicha fuerza policial sin obstáculos de ninguna índole; todo lo cual implica un desprecio abierto y voluntario de fallos judiciales, con completa ignorancia de las alteraciones que tales actitudes un omisiones producen en el orden legal, como se representó a Su Excelencia en un despacho anterior, actitudes que implican, además, no sólo una crisis en el Estado de Derecho, sino también el quiebre perentorio o inminente de la legalidad de la Nación”.

A los pocos días, Allende, en un discurso público, respondió de esta manera: “En un período de revolución, el poder político tiene derecho a decidir en el último recurso si las decisiones judiciales se corresponden o no con las altas metas y necesidades históricas de transformación de la sociedad, las que deben tomar absoluta precedencia sobre cualquiera otra consideración; en consecuencia, el Ejecutivo tiene derecho a decidir si se llevan a cabo o no los fallos de la Justicia” (esta cita y la anterior están en Suzanne Labin,Chile: The Crimen of Resistence, 1982).
Cabe destacar que, al día siguiente del Acuerdo de la Cámara de Diputados, el 23 de Agosto, la Corte Suprema adoptó otra resolución denunciando nuevamente los intentos del Gobierno de quebrar la independencia del Poder Judicial.

El ejercicio antidemocrático del poder por parte del Gobierno del Presidente Allende había conducido, entonces, no sólo a un abierto conflicto constitucional entre el Presidente de la República y el Poder Legislativo, sino también a un gravísimo choque entre este Presidente y el Poder Judicial. Además, el país era virtualmente un “campo armado”, lo cual preocupaba sobremanera a las Fuerzas Armadas (Dos estudios que comprueban esta realidad, desde diferentes perspectivas, son aquellos de Paul Sigmund, The Overthrow of Allende, 1977, y de James Wheelean, Desde las Cenizas, 1991).

Por supuesto, la caótica económica del país –hiperinflación, racionamientos, crisis de balanza de pagos, desabastecimiento de productos esencial, desempleo- creaba una caja de resonancia a estos conflictos institucionales, pero es necesario precisar que ese no fue el argumento del Acuerdo de la Cámara de Diputados para solicitar la remoción del Presidente Allende.

Oscar Waiss, quien fue director del Diario Oficial e íntimo amigo de Allende, refleja en estas afirmaciones el grado de extremismo que primaba en algunos dirigentes de la Unidad Popular: “Había llagado el momento de echar el fetechismo legalista por la borda; el momento de llamar a retiro a los militares conspirados; de destituir al Controlador General de la República; de intervenir la Corte Suprema de Justicia y el Poder Judicial; de incautarse de El Mercurio y toda la jauría periodística contrarrevolucioria. Resultaba mejor dar el primer golpe, pues el que pega primero pega dos veces” (Revista “Política Internacional” N 600, Belgrado, abril de 1975).

Existen múltiples evidencias del rol tutelar que ejercía el dictador cubano Fidel Castro sobre Gobierno de la Unidad Popular. Desde ya, éste había extendido una visita oficial a Chile de una semana a un interminable mes de recorridos por país y arengas revolucionarias. Incluso dejó una incitación escrita a la guerra civil en una notable carta manuscrita del 29 de julio de 1973. Dirigida a su “querido Salvador”, la última que le escribiría, el dictador cubano lo anima a que “en caso de que la otra parte…se empeñase a una pérfida e irresponsable exigiendo un precio imposible de pagar por la Unidad Popular y la Revolución, lo cual es, incluso, bastante probable, no olvides por un segundo la formidable fuerza de la clase obrera chilena y el respaldo enérgico que te ha brindado en todos los momentos difíciles; ella puede, a tu llamado ante la Revolución en peligro, paralizar los golpistas, mantener la adhesión de los vacilantes, imponer sus condiciones y decidir de una vez, si es preciso, el destino de Chile. El enemigo debe saber que está apercibida y lista para entrar en acción. Su fuerza y su combatividad pueden inclinar la balanza en la capital a tu favor aun cuando otras circunstancias sean desfavorables” (Textos completo en Testimonios).

Video: CNN

Written by Redacción CPEM

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