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La Habana condenada a desaparecer

Demasiados años de abandono harían demasiado caro restaurar su horizonte urbano

La Habana en 2014, cuando fue elegida 'Ciudad Maravilla'. (CUBADEBATE)
La Habana en 2014, cuando fue elegida 'Ciudad Maravilla'. (CUBADEBATE)

Haría falta un catastro fotográfico detallado de toda la ciudad de La Habana, calle por calle, edificio por edificio, para que las futuras generaciones puedan conocer cómo era aquella ciudad, construida con tan buen gusto que aún hoy nacionales y extranjeros se admiran, pero que en las próximas décadas no va a existir.

En algún momento del futuro cercano, si se hace esto, se podría ingresar en una sala y ponerse a pasear en 3D, o realidad virtual, por las calles atiborradas de anuncios lumínicos de comercios de todo tipo de una de las más bellas ciudades del planeta; una ciudad que no dormía, donde la pachanga comenzaba al atardecer y terminaba al amanecer cada día de la semana.

Es posible todavía avanzar por una manzana y percatarse de que cada edificio es diferente, con un proyecto retador y destacado donde se reflejan todos los estados de la moda en diseños; la ciudad de las columnas, de los portales, de las elegantes mansiones y edificios espectaculares en su concepto.

Hoy esa ciudad maravilla está en ruinas y es insalvable. La Habana ha estado abandonada durante 58 años.

Cuando un inmueble se pone muy viejo, resulta mucho más caro mantenerlo en pie que construir uno nuevo y mejor, con mayor capacidad, probablemente más bello y en perfectas condiciones. ¿Por qué conservar el viejo? Eso se justifica cuando el inmueble tiene tan altos valores históricos, arquitectónicos o de otra clase, que ameritan tal esfuerzo e inversión.

Desgraciadamente, si ahora mismo apareciera suficiente dinero, materiales, equipos, capital humano —incluyendo directivos, ingenieros y arquitectos—, no serviría de mucho, pues cuando se comience a reconstruir —digamos— a partir del Malecón rumbo al sur, primero toda la infraestructura de la urbe tendría que ser renovada tan concienzudamente, que cuando se haya avanzado habrá de que retroceder, pues ya se habrá deteriorado nuevamente lo hecho debido a la ancianidad de las estructuras.

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En resumen, que como el mantenimiento debió haber sido sistemático y sostenido y esto no ocurrió, La Habana como la conocemos está condenada a desaparecer.

Sí cambiará el sistema de gobierno: habrá uno mejor y más adecuado. Entonces retornarán las muy necesarias y vilipendiadas compañías inmobiliarias, y tendrán que comenzar a pasar buldócer, sin dejar nada o casi nada en pie. Habrá que hacer una Habana nueva desde cero, ojalá que más bella y elegante. Ese Malecón, aunque aún bonito, podría ser incluso mejor que el que se está haciendo en Dubái.

¿Por qué las inmobiliarias privadas?

Porque se ha demostrado que  ningún gobierno realiza ciudades espectaculares o edificios asombrosos, pues nunca podrían gastar miles de millones en ni siquiera uno solo.

El Gobierno cubano, con una economía supuestamente centralizada, recepta todo el dinero que producen las empresas de este país, y con este genera un presupuesto nacional e invierte, se supone, donde más se necesita.  Sus prioridades nunca serían  levantar rascacielos o edificios de reto que cuestan una enormidad. Eso lo hace el capital privado y en Cuba no existe, no está autorizado.

En el sitio web de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información y en la Gaceta Oficial apareció la Ley del Presupuesto del Estado para el año 2017. Por primera vez en 58 años y después de muchísimas críticas y demandas de transparencia, se publicó éste, aparentemente detallado en su totalidad.

En estos presupuestos, o al menos en este, no existen porciones del PIB destinados a nuevas urbanizaciones o reconstrucciones en gran escala, a pesar de que esto tiene carácter urgente.

Décadas atrás, por los años setenta, existió un Plan Maestro para la reconstrucción de Centro Habana (nada que ver con el Centro Histórico, donde Eusebio Leal ha realizado tan gran trabajo casi a pulmón).

En este plan comenzó a hacerse lo necesario. A la altura de las calles Zanja y Hospital, en Cayo Hueso, se vació la manzana, se demolió casi todo y se construyeron edificios de 12 plantas donde cupo la población desplazada, pero este proceso solo avanzó tres o cuatro manzanas y se detuvo para siempre. Hoy, en el municipio más densamente poblado del país la mayoría de las edificaciones está en mal estado.

Para este año en el presupuesto de la nación solo se habla de microsubsidios y créditos para reparaciones o construcciones nuevas que, cuando más, alcanzan para hacer un baño y un cuarto.

Ni pensar en inmobiliarias para la población, aunque existen y se están desarrollando subrepticiamente, pero para los extranjeros que pagan bien y dejan ganancias. Tal es el caso del Club Havana, al oeste de la capital, y ahora en la muy poco urbanizada playa de Santa María del Mar, donde han autorizado a compañías europeas a fabricar hoteles y otras facilidades para turistas.

La población está construyendo a su aire, pero casi siempre con muy escasos recursos, sin plan, ni estética, ni concierto con el entorno. Incluso, en ocasiones, sin permisos. Las leyes y normas urbanísticas son, al parecer, letra muerta.

Para los militares, en cambio, sí hay proyectos algo más grandes. Por ejemplo, la urbanización del Reparto Maravilla, en Alta Habana. Allí entregan las viviendas totalmente amuebladas y equipadas, con incluso calentadores solares en sus techos, a precios muy bajos para miembros del Ejército y el Ministerio del Interior (MININT).

Pero no todas estas urbanizaciones destinadas a la clase en el poder tiene la calidad del Reparto Maravilla. En el proyecto similar que hicieron al fondo del Casino Deportivo, en el Cerro, los edificios son de muy mala calidad y peor vista. Muchas de las losas prefabricadas utilizadas como cubierta se ven a simple vista desalineadas y desniveladas. Por otra parte, debido a la mentalidad de miseria, no se construyeron garajes.

En cambio, el pasado año,  cerca de la Ciudad Deportiva, construyeron un edificio de muy amplios apartamentos, con garaje incluido, para altos oficiales quienes sí tienen el automóvil que “toca por plantilla”.

En tanto, las familias de escasos recursos, los emigrantes ilegales del interior del país y otros, edifican como pueden y donde pueden.

Recientemente, en el reparto Miraflores Viejo, en una zona llamada El Albergue, quedé asombrado por la gran cantidad de (no sé si llamarlas así) viviendas; covachas mitad mortero y bloques, mitad planchas de zinc o maderas viejas.

Se trata de personas necesitadas que han construido un barrio totalmente insalubre, sin calles, alcantarillado o plan; sin orden ni concierto. Sobre los trillos se ha edificado a diestra y siniestra, mientras montañas de basura se acumulan en las esquinas. Aquí la electricidad llega por tendederas, y el agua… por casualidad.

Esto sucede hoy en toda la enorme periferia de la ciudad, aunque asimismo lo encontramos en zonas céntricas, como en la famosa carretera de El Husillo, en Puentes Grandes.

Este barrio-albergue originalmente fue para familias que habían perdido sus viviendas por derrumbe. Se inició en las abandonadas facilidades de una desactivada fábrica y su almacén, a un costado de una amplia zona cercada, muy bien cuidada y vigilada por diversos medios electrónicos donde están las Direcciones de Criminalística y de Informaciones (SUIN) del MININT. En su parte sur, frente a la Calzada de Perla, han derribado un bonito bosquecillo de viejas casuarinas y también construyen un reparto militar. Por supuesto que no es para los albergados, quienes llenarían diez complejos como este, o probablemente más.

Gracias al abandono y a la ineficiencia e indolencia oficial, la ciudad, todas las ciudades cubanas, se van transformando en enormes suburbios marginales donde las personas sobreviven a duras penas.

Los subsidios y los créditos de los que habla el Estado parecen un mal chiste.

En Cuba, azotada por frecuentes  huracanes, según estimados oficiales como los del último censo se necesitan más de 200 000 viviendas con techos rígidos o “de placa” (hormigón armado). Pero edificar así cuesta  mucho. Y los diminutos préstamos que concede el Estado no alcanzan siquiera para financiar un baño como Dios manda.

En Cuba se necesitan edificios muy resistentes. Los techos ligeros vuelan en los ciclones y no hay un sistema de seguros que cubra semejante pérdida, por lo que los afectados deben esperar por la “generosidad” del Gobierno; algo que muchas de las víctimas del Sandy en Santiago de Cuba aguardan aún, por no decir los que sufrieron lo mismo más recientemente en la provincia de Guantánamo durante el paso de Matthew.

Por mi parte, cuando retornen las inmobiliarias que alguna vez el gobierno erradicó,  a lo mejor, en un futuro, va y resida en el piso 110 del Havana Trump Tower, justo en el nuevo Malecón. Si es que para entonces aún estoy vivo y me alcanza el salario. Me gusta la idea, con todo lo que sugiere.

Por Eduardo Martínez Rodríguez / Publicado originalmente en Cubanet

Written by CubaNet

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