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El jazz le ganó la pelea al castrismo

Nicolás Reinoso en un concierto en Uruguay (Foto: Tania Díaz Castro)
Nicolás Reinoso en un concierto en Uruguay (Foto: Tania Díaz Castro)

Mi memoria, que vale millones de pesos y es subversiva, lo recuerda con lujo de detalles: Triunfan los barbudos en la Sierra Maestra y todo, menos las ideas comunistas, comienza a estar prohibido. Hasta el jazz.

No por sus acordes musicales, claro está. Los hermanos Castro, de oídos cuadrados —no se sabe qué se escuchaba en Birán, la tierra natal, aparte del canto de los gallos o el berrido de los animales—, pudieron ver el jazz no sólo como música negra o “el retorno de la música de los salvajes”, sino como algo peor: un producto de la cultura afronorteamericana, del Norte brutal que odiaban los Castro. “Cuba sí, yanquis no”.

Prohibido el jazz en Cuba, los descendientes de aquellos que lo amaban desde su aparición en el estado de Luisiana, Nueva Orleans, allá por el siglo XIX, tenían que escucharlo a escondidas, en sus casas, con el volumen bajo, por si pasaba la policía castrista.

No exagero

Víctimas de esta historia fueron muchos de nuestros mejores músicos, con sus peculiares innovaciones, verdaderos maestros de la espontaneidad y nuevos estilos del jazz latino: Nicolás Reinoso, Paquito D’Rivera, Arturo Sandoval y una pléyade de talentos que viven exiliados en países libres, para continuar con esa manifestación de tanto poder creativo, que representa una de las mejores músicas del mundo.

Partieron porque amaban al jazz más que a sí mismos. “No hay espectáculo, en verdad, más odioso, que el de los talentos serviles”, dijo nuestro Apóstol.

El pasado 30 de abril, en el Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, sede del gran concierto que culminó el evento del  Día Internacional del Jazz, declarado por la UNESCO y elegida Cuba para celebrar su sexto evento mundial, hubo una gran ausencia: ellos, los más famosos músicos jazzistas cubanos exiliados, que sufrieron el más absurdo del apartheid político, sólo por su vocación musical.

Un extraño público que bostezaba ante el recorrido de las cámaras, sin entusiasmo alguno, se veía en la platea. La entrada al recinto fue por invitaciones exclusivas.

Pero el mejor público estaba allí, en las gradas. O mejor, en las afueras del teatro, ante la estatua de José Martí del Parque Central de La Habana, donde se instalaron pantallas gigantes para el pueblo.

Paquito D’Rivera (Flickr)
Paquito D’Rivera (Flickr)

El pueblo que recuerda a Paquito, aquel niño prodigio a los cinco años, alumno de su padre, que sorprendía a quienes lo escuchaban soplar el clarinete; a Nicolás Reinoso, empeñado en hacer el jazz más libre y creativo en medio de la falta de libertad política que sufría el país, con su grupo AfroCuba, en Las Cañitas del Hotel Habana Libre, o en el club nocturno Johnnys Dream, en el barrio de La Puntilla; a Sandoval, con su mágica trompeta, que estremecía de emociones al más duro de corazón.

Ellos, ya ancianos, son las mayores víctimas de aquella triste historia, los que más sufrieron el apartheid político por su vocación musical, los que tenían que haber sido los invitados más especiales para participar en las actividades del Día Internacional del Jazz, los que se hubieran sentido más satisfechos al ver que el jazz le había ganado la pelea al castrismo.

Los que el pueblo, a pesar de los años, no olvida.

Publicado originalmente en Cubanet

Written by CubaNet

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