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Música para camaleones

El cantautor de origen cubano Silvio Rodríguez | archivo
El cantautor de origen cubano Silvio Rodríguez | EFE

<Los artistas cubanos aman tanto a la revolución y a Fidel, que lo mismo componen un son a un brote de marabú nacido en el monumento a Ubre blanca, un tango a las patas del mulo montado por el Che en Güinía de Miranda, que un bolero al tibor que acogió los primeros desechos del comandante, o un mambo a sus espejuelos de andar y un changüí a su barba.

La cuestión es cantarles, elogiarlos, hacer eterna la cantaleta de ineptos y cortesanos, cuya musa de guardia, fusil al hombro y uniformada de miliciana, les dicta al oído esos textos que hacen sentir ardores como alguien tocado por gastritis o blenorragias revolucionarias, y melodías triunfales no importa si en tiempo de mozambique lírico o sucu-sucu patriótico.

Los agradecidos

La cantaleta de los músicos y compositores cubanos viene de atrás, desde los inicios de la revolución cubana. Ya en los primeros años, en un ataque de deslumbramiento místico que luego se quedó en púdico rubor, Eduardo Saborit eternizó a Fidel en las montañas, entre un rubí, cinco franjas y una estrella, además de vibraciones —que supongo éticas y no satánicas—, al componer Cuba, que linda es Cuba, la única parte verdadera de la popular canción.

Luego vendría Carlos Puebla con su tradicionales “comecandelas” a reírse de la OEA (Organización de Estados Americanos), aunque también compuso en homenaje a Ernesto Guevara (Che), la canción Hasta siempre, Comandante, que aún perdura en el repertorio internacional, y de cuanto sopero, mata notas, borracho o comunista desee complacer a progresistas vejetes extranjeros de visita en Cuba, y a los ocambos mandatarios cubanos.

Pocos años después, montados en el tren de la revolución por el cabús, irrumpieron en el guateque revolucionario, algo desaliñados y peludos, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Vicente Feliú, Sara González, quienes desde el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, de solistas, o a dúos cual urracas amaestradas, la emprenderían a guitarrazos contra el imperialismo, y a favor de una revolución que a muchos descuajeringó en la jugada.

Pero aún había letras y músicas que se podían oír sin temor a una súbita caída de presión arterial por el teque alevoso de las canciones, si bien algunos se hicieron cómplices o se mostraron ridículos, cínicos o patéticos, al asegurar en sus respectivas letras: “Vivo en un páis libre…” (Silvio), “Créeme, que quiero ser machete en plena zafra/bala feroz al centro del combate…” (Vicente), o “preferir que la isla se hunda en el mar/antes que renunciar a la gloria que se ha vivido…” (Pablo), textos que enrojecieron el pentagrama musical cubano.

Aunque lo peor vendría después. ¿Quién puede olvidar a Osvaldo Rodríguez cantando aquel grito histérico-patriótico: “Que viva mi bandera/viva nuestra nación: ¡Viva la revolución!”, que sirvió de música de fondo en el acompañamiento de aquellas “marchas combativas” convertidas en turbas desaforadas que propinaban golpes, lanzaban huevos y daban toletazos a hombres, mujeres y niños que abandonaban Cuba en el año 1980?

¿En qué rincón del mundo, tugurio, plaza pública o puticlub privado, celebra Osvaldo Rodríguez el 58 aniversario del triunfo de una revolución a la que puso música, desafinada o no, para perpetuarla en el poder? ¿En cuál lugar de La Mancha, Sevilla o Madrid, disfruta Pablo su renuncia a la “gloria que se ha vivido”, antes que nos hundamos en el mar?

¿Puede Silvio decir que vive en un país libre cuando canta por consuelo y penalidad en barrios como Pogolotti, Jesús María, Atarés, La Timba y otros entre los que, por sus estrechas y fangosas callejuelas, mendigos y asaltantes, corre peligro su auto? ¿Conoce Vicente otra cosa de la guerra y la caña de azúcar que no sean las películas y el guarapo?

Se imaginan a Arnaldo y su Talismán cantándole a otra cosa que no sea la humareda que despide la leña bajo un caldero con huesos, pellejos, y trozos de viandas en medio de una calle donde los vecinos “celebran” cada aniversario de los CDR? ¿Creen posible que este cerebro con cuño, lineamientos, irrigado por jugo de naranja de su natal Ceballos, pueda un día componer algo parecido a un tema de Osvaldo Farré, Portillo o José Antonio Méndez?

¿Y qué decir del trío de agradecidos que, junto a Raúl Torres (compositor y fúnebre autor de la canción a la muerte de Chávez y del Caballo sin jinete, dedicada a Fidel, con la que recorrió el país tras la urna con los restos del Comandante, y luego lomeríos, barrios, plazas, y quién sabe si otro país —quizás Estados Unidos—, para perpetuar la eterna imagen)?

Sería interminable la lista de “compositores” que, inspirados en la revolución y Fidel, hacen carreras, ocupan cargos y reciben otras prebendas que los ubican medianamente sobre la media aunque en un perpetuo sobresalto, ya que, carentes de talento u honestidad, deben venderle su alma al diablo de la revolución y en genuflexa pose eterna cantarle y alabarla.

Y no me dejarán mentir estos inspirados compositores con musas de ordene y mande, cuando el primero de mayo presenten el estreno mundial del concepto Revolución, con texto de Fidel Castro Ruz, música de Orlando Silverio y arreglo para coro y orquesta sinfónica de Melvin Rodríguez, en un alarde de guataquería político-musical impensable.

Será en Santiago el estreno mundial, y ya imagino a los “jubilosos y estimulados” obreros, pancarta en mano, pomo de agua y pan con croqueta en bolso Cubalse (Cuba al Servicio del Extranjero), hacer de tripas corazón bajo el inclemente sol oriental, para tararear a coro, entre sudores y balbuceos de una multitud sigilosa, esos salmos revolucionarios que rezan: “Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado, no mentir nunca, tener dignidad…”

Mi temor no es que estos autores continúen en la manada de compositores con inspiración primaria, sino en que mañana suban la parada y musicalicen para coro y orquesta nacional, cuadra por cuadra, los textos de la Segunda Declaración de La Habana o La Historia me absolverá, y a mis vecinos les toque tocar la flauta, el guayo, las maracas, o los timbales.

Mientras los reptiles de Música para camaleones, del escritor Truman Capote, salen de sus escondrijos por instinto animal, sin órdenes de “arriba”, para escuchar a Mozart, los de Fidel Castro, a una sola voz y en un leve temblor, se agolparán a disfrutar, obedientes y ensimismados, la interpretación del concepto “Revolución”, en el “heroico” Santiago.

Por Víctor Manuel Domínguez / Publicado originalmente en Cubanet

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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