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Manual de la poca vergüenza

Manual de la poca vergüenza
Manual de la poca vergüenza

Guarapo le pasó la cuenta a las churris más cotizadas, burguesas y por supuesto ajenas al comunismo del momento, incluida Ava Gardner y a alguna que otra pájara pinta también, según se comentaba en los mentideros habaneros.
Se zampó los mejores jamones y las langostas más exquisitas.

Pescó en las aguas más cristalinas a bordo de los mejores yates que elegía para él, con invitados de lujo nunca cubanos, nunca de países socialistas y ni siquiera comunistas, siempre ricos y famosos, amantes del vil metal y de la buena vida como Gabriel García Márquez, Oliver Stone, Gerard Depardieu, o Barbara Walters.

Dio entrevistas sólo a periodistas norteamericanos, a algún italiano como Miná o brasileño como Frei Beto, nunca a un cubano que no fuese la quintaesencia del chicharrón obsecuente “Guatacandy” y sucedáneos, con la honrosa excepción de una joven María Elvira Salazar en una de sus visitas a New York.

Se sacó todas las compañías molestas de encima y taló todos los árboles rectos de su entorno cuyas sombras evidenciaban su naturaleza retorcida.

Se bebió los mejores caldos, vinos españoles de las mejores cosechas a lo largo de todos los gobiernos hispanos, los mejores franceses cuando Mitterrand e italianos cuando Craxi, un fenómeno bebiendo caro, puliendo divisas en el mejor bouquet. Bebía ron Isla del Tesoro, de cuatrocientos euros la botella, una entelequia para el resto de cubanos.

Guarapo no se fue a vivir a Alamar, en el famoso emprendimiento revolucionario de microbrigada que tanto alababa, aunque tuvo una linda casa en Cojimar de esas que poseía decenas en el territorio nacional, justo a la entrada de Alamar antes de que este barrio obrero se convirtiese en la bandera estética del socialismo “bachiplanero”, ni se fue a vivir a Párraga ni a Jatibonico, sino que prefirió algo más exclusivo, seguía inclinado como en sus años mozos por lo Chic, nada más ni nada menos que el área más suntuosa de Cuba, que se comenzó a construir en 1911 como un exclusivo club y campo de golf, con edificios magníficos y que luego se convirtió en el Havana Biltmore Yacht and Country Club, uno de los sitios más caros del continente.

Cuando enfermó no hizo ni siquiera el amago de usar su tan cacareada medicina cubana, se hizo llevar una eminencia del Hospital Gregorio Marañón de Madrid para cerrar con calculados pespuntes la hendija por donde penetraba su permanente terror a la muerte, el mismo miedo que lo llevaba viajar con ingentes cantidades de efectivos militares y fuertes y costosas medidas de seguridad, en una ocasión llegó a viajar con quinientos guardaespaldas a Buenos Aires aquél que cacareaba “Patria o Muerte” pensando más bien en “Trasero cómodo y Muerte a los molestos” rodeado siempre de hordas de genízaros.

Reprimió a todo religioso durante los años en que la URSS era la tubería de sangre y clorofila de sus caprichos, luego sin inmutarse besó las manos de tres Papas diferentes e hincó la rodilla para ser absuelto de sus crímenes más que pecados, sin aguardar el dictamen de la Historia.
Guarapo estiró todo lo que pudo su vida en un estado lamentable, gastó gruesas cantidades del dinero del paupérrimo pueblo cubano para poder vivir un día más.

Este pillo crack hizo su particular “Robolución” personal e intransferible desde la Sierra Maestra hasta el Havana Biltmore Yacht and Country Club, para pasársela pipa, chachi, joya, de mil maravillas a costa de millones de pajueranos que quedaron en la Isla, de otros millones que se fueron, y de unos cuantos que entre el paredón, la prisión, la locura, las noventa millas marítimas mortaja de hordas de desesperados, las guerras de África, la marginación y el alcoholismo suman cientos de miles de vidas segadas, y así y todo, aún hoy, hay quien sigue yendo a la Plaza de la Involución transpirando chorros de obsecuencia con chispa de tren y pasta de oca para dar vivas a la sempiterna momia del viejo bribón.

Martín Guevara Duarte

Written by Martín Guevara

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