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Un viejo conflicto con una sola solución

La triste historia del negro discriminado, en muchas partes del planeta, es más vieja que andar a pie. Es posible que sólo haya tenido gran parte de solución en los Estados Unidos, durante los últimos años del siglo pasado, aunque la propaganda antiyanqui de la televisión cubana diga lo contrario.

En Cuba, comenzó con la emigración africana y en la actualidad, como se sabe y pese a lo que proclama el castrismo sobre la reivindicación del negro, los resultados negativos son obvios.

Recientemente, un grupo de intelectuales convocaron a un análisis sobre el tema en un local de La Habana. La intención, aunque un poco velada, era recomendarle respetuosamente al régimen castrista que se ocupara más de los afrodescendientes, puesto que apenas tienen acceso a lugares donde más corre el dinero: hoteles, paladares, bares, etc.

Incluso —vaya sorpresa— hasta protestan porque tienen poca participación en la prensa nacional del gobierno raulista.

Me pregunto, como vieja fundadora del Movimiento de Derechos en Cuba, si estos amigos partícipes del evento no saben que este lleva exactamente treinta años luchando porque en Cuba desaparezca la clasificación social establecida por la dictadura comunista, no sólo por el color de la piel, sino también —y sobre todo— por las ideas.

Los que, por ejemplo, pensamos que un régimen capitalista cumple más con los derechos todos del hombre que una dictadura totalitaria-comunista, estamos considerados en Cuba como herejes que solo merecemos la hoguera.

Para que todos en Cuba estemos en condiciones de igualdad, estamos obligados a pensar como lo exige la dictadura: creer que la ley de alquileres no destruyó la imagen arquitectónica y la calidad de vida humana del país, creer que la ley de reforma agraria no arruinó nuestra agricultura, creer que las nacionalizaciones y sobre todo la Ofensiva Revolucionaria de 1968 no acabó con nuestro floreciente y tradicional comercio y con nuestra economía, creer que la alianza con los gobiernos soviéticos y el divorcio con el superdesarrollado vecino del norte no nos hizo retroceder más de medio siglo…

En las universidades cubanas, por si esto se le ha olvidado a alguien, más pronto ingresa un negro comunista que un disidente u opositor, tampoco pueden trabajar en un paladar, mucho menos en un hotel. Tampoco nuestros periodistas independientes pueden publicar sus escritos en la prensa nacional.

Están —o mejor dicho, hemos estado— condenados a un apartheid político-social mucho peor que el apartheid racial del negro, denunciado este, sin embargo, por el Movimiento de Derechos Humanos a partir de 1987, cuando la población penal de Cuba se componía de un 80% de negros, en su mayoría jóvenes, algo que aún perdura en las cárceles cubanas, así como en los solares inhabitables que pululan en La Habana.

Incluso cuando estaban prácticamente reprimidas las sectas religiosas en Cuba, a lo largo de los primeros treinta años de la llamada Revolución, fue el MDH de Cuba la primera organización que protestara públicamente para que se respetara la libertad de cultos, admitida mucho después, entre otras cosas gracias a nuestras denuncias, razón por lo cual hemos sufrido difamaciones, prisión y destierro, sólo por portar la bandera más sagrada de la humanidad: La Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

Esta Declaración no se basa en dos o tres artículos, sino que son treinta los aprobados aquel 10 de diciembre de 1948, incluso por Cuba. Cada uno de ellos, sin excepción, logra, con su cumplimiento, una sociedad más justa, donde cada ciudadano puede disfrutar de los mismos derechos.

Estamos, pues, ante un viejo conflicto con una sola solución: cuando desaparezca la dictadura totalitaria castrista, envejecida y fracasada, donde el hombre es esclavo de un Estado ineficiente, que sólo puede pregonar su gastada y aburrida trayectoria, más fabulación que historia y no logra el progreso y la independencia individual de sus habitantes.

Publicado originalmente en Cubanet por Tania Díaz Castro

Written by CubaNet

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