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Inversión capitalista vs. ‘socialismo próspero’

¿Quién gana la pugna simbólica entre el Gran Hotel Manzana Kempinski y el Museo de Arte Universal?

El próximo hotel de Gaviota en la antigua Manzana de Gómez.

Desde que finalizara su construcción, antes y después de comenzar a ofrecer servicios, el hotel Manzana Kempinski ha dado mucho de qué hablar. La polémica contratación de obreros indios en reemplazo de la mano de obra nacional, o la arbitraria decisión de retirar la escultura de Julio Antonio Mella, son algunas de las cuestiones abordadas por la prensa independiente.

El blanco coloso frente al Parque Central, continúa siendo objeto de admiración y cotilleos, sobre todo para quienes -nostálgicos o recalcitrantes- no pueden reconocer en esa edificación perfecta, el centro de estudios donde cursaron la Secundaria Básica, la Escuela de Idiomas o la Facultad Obrero-Campesina.

Cuando el Manzana Kempinski era simple y llanamente la Manzana de Gómez posterior a 1959, el inmueble se hallaba permanentemente sucio, sumido en penumbras, con techos y paredes desconchados y el elevador roto. Ahora su opulencia contrasta nada menos que con el Museo de Arte Universal; un edificio que, junto al cine-teatro Payret, testimonia el avance del deterioro y el abandono característicos de las instituciones estatales.

Si se las observa desde el Parque Central, la antítesis resulta lastimera. El engalanamiento exterior del hotel Manzana, con sus galerías vidriadas, sus bien provistas y caras boutiques, sus lámparas modernas y brillantes suelos de granito, cuya pulcritud vigilan atentos militares disfrazados de civiles, representan un triunfo vil sobre el Museo de Arte Universal. El otrora Palacio de la Sociedad Asturiana se ha convertido en una mole solitaria, negra de hollín, rodeada por un portal corrido donde, hasta hace pocos días, se daban cita delincuentes locales, vendedores, borrachos y defenestrados.

A diferencia de su flamante vecino, el Museo casi ha visto desaparecer su suelo exterior -también de granito- bajo la acumulación de orines. Es imposible recordar la última vez que lavaron las fachadas y cambiaron el alumbrado del portal corrido. Como muchas instituciones subsidiadas por el Estado, ha padecido un largo abandono hasta que surgió un buen motivo para su rehabilitación.

Hasta ahora, no habían bastado las obras de arte europeo exhibidas en las salas del Museo, ni la maravillosa colección de cerámica griega que perteneciera al Conde de Lagunillas y ha sido catalogada como la más importante de América Latina. Tuvo que inaugurarse el Manzana Kempinski para que los dueños de Cuba notaran la necesidad de devolverle a la construcción algo de su prestancia.

Actualmente una brigada se encarga del remozamiento del edificio; pero como no se trata de un proyecto millonario, los obreros trabajan con calma, descansando a intervalos porque el calor es mucho, los materiales demoran en aparecer, la paga es mala y la misión, hercúlea. El antiguo Palacio de la Sociedad Asturiana fue considerado, en la era republicana, un hito de la arquitectura ecléctica. La profusión de detalles en las fachadas demanda una acuciosa labor de limpieza y restauración para la cual no hay recursos, ni voluntad. De momento, es una suerte que hayan pulido el suelo ante la entrada principal, y estén retocando el hermoso vitral que decora la bóveda.

Incluso si se llevara a cabo una restauración capital que abarcara los techos, las lámparas rotas a pedradas, la carpintería maltrecha y las paredes exteriores, mugrosas y cubiertas de graffiti, cabría preguntarse cuánto va a durar si los custodios devengarán magros 400 pesos (15 USD) más una pálida bonificación en CUC. ¿Cuál de ellos impedirá a los borrachos orinar en las columnas, o a los adolescentes garabatear sus nombres en las paredes del Museo? ¿Qué empleado mal remunerado limpiará los enormes cristales que hoy aparecen cubiertos por una nata de polvo?

La pugna simbólica entre el Gran Hotel Manzana Kempinski y el Museo de Arte Universal establece la superioridad de la inversión capitalista sobre el “socialismo próspero y sostenible”. Es un nuevo ícono urbano, tan poderoso que la existencia de la vieja Manzana de Gómez parece haber desaparecido de la memoria de los habaneros. Hoy todos identifican esos cien metros cuadrados con el nombre de “Hotel Manzana”, como si siempre hubiera estado allí.

Publicado originalmente en Cubanet por Ana León

Written by CubaNet

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