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Cuba, ¿eterna plaza militar?

Todo comenzó en 1968 (¿o quizás antes?), con la “Ofensiva revolucionaria” que puso la propiedad empresarial en manos del Estado. Pero ya en 1959 se hizo evidente la fuerza del poder uniformado sobre el estamento civil en una revolución que llegó a la cúspide de forma armada.

A pesar de la coalición de organizaciones antibatistianas que integró el Gobierno, con la recreación del partido único los militares se fueron posicionando en puestos claves dentro de la dirección de Cuba. Así ocurre hasta la actualidad con el Buró Político, el Consejo de Estado y de Ministros y, por supuesto, la economía, la cual (talón de Aquiles del socialismo real) siempre mostró su ineficacia en manos de los burócratas del partido único y solo sobrevivió gracias a las dádivas del gran aliado soviético y sus satélites de Europa del Este.

Cuba tuvo un ejército enorme, capaz de hacer guerras al otro lado del mundo, pero eso fue sólo hasta 1990, año en que el subsidio exterior cesó y los efectivos militares debieron reducirse drásticamente. Casi al unísono se hizo evidente la inviabilidad del modelo empresarial estatal cubano, con maquinarias atrasadas, productos nada competitivos en el mercado, poca noción de la eficiencia y nulos resultados a nivel global. Un país sin empresas, con un ejército impagable, eso era la maltrecha República en los albores del siglo XXI.

La respuesta fue más militarización, pues de pronto hubo que contener a un pueblo descontento mediante una fuerza superior, a la vez que enviarles a los enemigos exteriores el mensaje de que el Gobierno seguía con la misma capacidad de respuesta bélica de siempre. Entonces, de pronto, allí estaban las playas, los escenarios paradisíacos, los campos vírgenes, el mar Caribe como ese Mediterráneo lleno de sorpresas que atrapan al extranjero… y se hizo el milagro del turismo.

Claro, el control de los uniformados sobre el nuevo ramo se volvió a hacer evidente, no era para menos, pues la vieja burocracia empresarial que empantanó al país en la era anterior a 1990 bien poco sabía de cómo hacer competitivo un sector que de pronto tuvo que situarse ante otros destinos turísticos como República Dominicana, Puerto Rico o Bahamas, países con mucha más experiencia y mayor apertura en todos los sentidos. Cuba tenía y tiene aún su camino cuesta arriba, pues no logra las cifras esperadas, ni la eficiencia necesaria para que el turismo mueva al país del letargo en que lo dejó la larga sucesión de utopías.

Pero lo preocupante, en torno a la cuestión del poder militar sobre el país, es que Cuba es una república, o sea, una nación donde el poder civil es soberano y se hace servir de lo militar, al menos en concepto. Muy al contrario, el ejército toma posición de los puntos cardinales en la sociedad y mantiene el Estado en permanente esfera de confrontación, aún cuando ese enemigo externo tan cacareado muestra muy poco interés en una aventura bélica en la Isla.

La lógica de la Guerra Fría aún no abandona los informes internos que tienen en sigilo al país, donde cualquiera puede ser catalogado de servidor a una potencia extranjera y caer al margen del orden social. Las perspectivas de la participación ciudadana se reducen, cuando solo se permite que determinado grupo de personas (léase generales y coroneles) posean facilidades al frente de empresas privadas, eufemísticamente sociedades anónimas.

El necesario empoderamiento económico que tanto se combate en el campo civil, se permite a bandas abiertas en lo militar. Hasta el momento el ejército se ha mostrado monolítico, amén de deserciones aisladas, pero la apropiación de la economía pudiera ser el principio de diferencias interinas que lleven a Cuba a la fisura y el pronunciamiento castrense de unos generales contra otros.

A pesar de que un solo grupo empresarial y un solo hombre tienen en sus manos los hilos de empresas de todo tipo, que además como entidades han ganado en eficiencia y algunas ya son competitivas, el reparto entre poderosos pudiera lesionar aún más la esperanza de que resurja de sus cenizas el poder civil.

Ninguna entidad oficial publica las cifras de dinero recaudadas por el ramo militar, ni cómo se distribuyen, ni siquiera se ofrece la más mínima información a los propios trabajadores de esas empresas. El secretismo pudiera estar encubriendo no solo la acumulación de enormes capitales privados, sino un fenómeno que aconteció en la extinta URSS y que fue el puntillazo final del socialismo real: junto a la economía estatal se fue formando una segunda economía basada en un capitalismo a lo bestia, dinámica donde prevalecieron los más fuertes y el trabajador desposeído quedó a la deriva.

El traspaso presidencial previsto en 2018 será la prueba de fuego para el débil estamento civil de la oficialidad, pues quizás los militares empoderados no estén dispuestos a recibir órdenes de burócratas emanados del Partido. La debilidad manifiesta de las instituciones cubanas, basadas en el voluntarismo y en estímulos simbólicos, quizá no pueda contra el empuje de unas fuerzas armadas que ya se han fogueado en el campo del mercado y la competencia capitalista. En todo caso, el ejército no cederá terreno pues tiene mucho que perder mientras que el poder civil apenas ha ganado nada en más de medio siglo de socialismo real cubano.

La Cuba militar sustenta las riendas de las ciudades en derrumbe y de los campos desolados y eso, aunque parezca poco y pobre, ciertamente significa mucho dinero.

Publicado originalmente en Diario de Cuba por Adonis Yunior Santos

Written by Diario de Cuba

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