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De compras en La Cuevita

Las autoridades cubanas acabaron un una de las mayores ferias que tenía la capital

A punto de cumplir los 40 años, Melinda pensó que debía tratar de rejuvenecerse un poco. Nada drástico como operaciones o pérdida de peso: más bien vestirse más juvenil, adornarse un poco. Reunió algo de dinero y se fue de tiendas. Como recordó que, años antes, donde más barato había comprado era en La Cuevita, se dirigió al pequeño barrio enclavado en el popular municipio de San Miguel del Padrón, donde se desarrolló la mayor feria comercial ilegal en los 500 años que tiene La Habana.

Durante su anterior visita, tres años atrás, la venta empezaba desde el mismo momento de bajarse de la guagua. Los principales protagonistas eran los artículos de uso doméstico: palitos de tendedera, vasos, pozuelos, escobas, cepillos, cubos, palanganas. También zapatos, juguetes y un largo etcétera de artículos confeccionados con plástico, incluyendo mucha bisutería barata. Otros objetos eran de aluminio, como jarros y percheros.

Como la feria creció, ya resultaba posible encontrar prendas de vestir, ropa interior y de cama, efectos eléctricos reparados, ristras de ajo y hasta un puerquito destetado o un pavo vivo. También todo tipo de artículos que alguna vez se vieron en las tiendas, en los departamentos TODO X 1 CUC. Eran un poquito más caros ―1,40 CUC o 35 pesos― pero el surtido era mucho mayor que en las desabastecidas tiendas estatales.

La bisutería más cara, elaborada con acero quirúrgico, también se vendía en la vibrante barriada a mitad de precio que en el resto de La Habana. Un mar de personas iba y venía por la calle principal. Procedían de todas las provincias, y muchas de ellas se dedicaban a hacer negocios de cierta envergadura.

Cuando la feria logró notoriedad, el gobierno se dio cuenta de que el plástico utilizado para todos los artículos había sido desviado. A veces se robaban y derretían un tanque de basura para convertirlo en palitos de tendedera. Los artículos de a dólar, en el mismo momento de ser puestos a la venta en cualquier tienda, eran comprados en grandes cantidades por intermediarios, que después lo revendían. En lugar de competir con mejores precios y mayor abundancia de artículos, el Estado se dedicó a reprimir a los emprendedores.

Para La Cuevita fue Melinda en junio de 2017. Al bajarse de la guagua, la primera impresión que recibió fue la de haber llegado a uno de esos pueblitos deshabitados que aparecen en algunas películas del Oeste. Ni una mesita, ni una percha. Nada. Unos muchachones que encontró en la calle, le preguntaron varias veces; “¿Qué busca?”. Ella respondió “hilo”, y la enviaron para casa de Fulano.

Después dijo “acetona”, y la mandaron a ver a Mengano. En este caso, no sólo  consiguió la mercancía deseada, sino también un teque sobre el Armagedón y Jehová. Buscando carteras, la única que tenía era Ciclana. Todos estaban escondidos en sus casas, casi siempre en pasillos interiores.

Al salir de los recovecos, le preguntaban a un amigo que permanecía afuera si la calle estaba despejada. Están escamados, pues los policías, cada vez que detectan una operación comercial, le quitan la mercancía al comprador, y tanto a éste como al vendedor les imponen multas de 1500 pesos. A los reincidentes les puede tocar hasta un año de cárcel.

Melinda buscaba pulsos, aretes y collares. Varios vendedores tenían de acero quirúrgico, que en teoría no se pone prieto, aunque en la práctica algunos sí lo hacen. La mandaron a varias casas, subiendo y bajando la calle que otrora estuviera repleta y hoy permanece desierta. Después le indicaron dónde estaba la feria legal, pero allí se vende lo mismo que en todas las de La Habana, sólo que un poquito más barato.

Melinda se fue un poco más adornada con sus nuevos aretes, pulsos y carteras. Se sintió rejuvenecida, como si, en vez de 39 años, tuviera sólo 38.

Publicado originalmente en Cubanet por Iris Lourdes Gómez García

Written by CubaNet

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