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Díaz-Canel: Presidencia real, presidencia virtual

El desplazamiento de Raúl Castro hacia atrás del telón es parte de un montaje

Miguel Díaz-Canel, dictador de Cuba / Foto: Cortesía
Miguel Díaz-Canel, dictador de Cuba / Foto: Cortesía

El traspaso del mandato presidencial de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel será en Cuba un procedimiento puramente formal.

Por un lado, a corto y mediano plazo, no habrá cambios ostensibles en el organigrama de una estrategia económica diseñada para dar la sensación de un éxito rotundo, cuando en realidad la miseria sigue instalada en casi todo el territorio nacional.

Respecto al ámbito de la política lo que puede pronosticarse con absoluta claridad es un mayor refuerzo de los blindajes ideológicos que el partido utiliza para evitar que Adam Smith desbanque a Lenin en la iconografía que se asumió, a la luz de la historia, por razones puramente utilitarias.

Es decir, que cualquier esperanza de liberalización en esa zona que algunos se han apresurado en llamar poscastrismo debe ser matizada por el sentido común.

Las transformaciones reales llegarán, pero mediante un larga y sinuosa evolución.

Mientras respire y sus neuronas no entren en cortocircuito, Raúl Castro estará en su búnker refrigerado, supervisando la fidelidad de los herederos en el cumplimiento del plan basado en el retoque del modelo y en la criminalización de cualquier intento en suplantarlo con el manual de la racionalidad.

Que no sea el presidente es lo de menos. Basta que mantenga sus otros cargos, como el de secretario general del Partido y la lealtad de los altos mandos del ejército para que el modelo conserve los necesarios márgenes de funcionabilidad.

El tiempo ha demostrado que el régimen tiene bien aprendida la fórmula para gobernar administrando la escasez y aplicando todas las variables represivas sin vacilaciones de ningún tipo.

El mundo, dicen que civilizado, si no aplaude las fechorías se entretiene en airear insustanciales escaramuzas retóricas o en reciclar silencios cada vez más prolongados.

Sin camuflajes ni trastabilleos, la dictadura cubana hace los arreglos pertinentes para alcanzar, el 1 de enero de 2019, sus 60 años de existencia.

Parece que lo logrará a la sombra de los tejemanejes de la geopolítica que al parecer favorecen una lenta disolución, como alternativa a un colapso del modelo que degenere en una desestabilizadora crisis humanitaria.

Hay que dar por descontado que el desplazamiento del general-presidente, hacia atrás del telón, es parte de un montaje.

Fuera de las cámaras y los micrófonos, quizás le sea más fácil materializar sus propósitos de morir sin ceder un ápice ante el reclamo, de los oponentes internos y externos, de permitir una democratización.

A modo de conclusión, Raúl Castro es el presidente vitalicio de Cuba aunque no aparezca en la nómina como tal.

La única prueba válida para cerciorarse que dejó vacante la plaza serán sus honras fúnebres.

Después del entierro, está por ver si aparece un remedo de Gorbachov que en aras de salvar el socialismo de la debacle contribuya a su extinción con el aceleramiento de las reformas.

Los más pesimistas estiman que el autoritarismo es un mal endémico con el que habrá que lidiar en el futuro.

Auguran una paulatina ampliación de las alianzas entre el capital foráneo con militares y cuadros del Partido, reciclados en empresarios.

El castrismo podría sobrevivir a la muerte de sus fundadores. Basta que haga efectiva su asociación con los bancos y las transnacionales de Occidente y se disponga a descentralizar el poder político sin que se menoscabe su hegemonía.

Es muy probable que los centros de poder mundial converjan en darle el beneplácito a un hombre fuerte.

En esa ecuación, Díaz-Canel sería solo un ave de paso.

El plan requeriría de un personaje más afín al estilo de Vladimir Putin. Es decir un Raúl Castro más juvenil y pragmático.

Publicado originalmente en Cubanet por Jorge Olivera Castillo

Written by CubaNet

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