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Un calvario por la Aduana de Cuba

La oportunidad de comparar, en un mismo día, cuánto son maltratados los de la isla

Recientemente, luego de haber sido advertido por un oficial de la Seguridad del Estado de que no me permitirían realizar un viaje a Jamaica, pude hacerlo.

Fueron días de mucho estrés familiar. Se trataba de mi primer viaje al extranjero, muy deseado por mí y mi esposa, pues el objetivo era reencontrarnos con nuestro hijo menor, a quien el Gobierno cubano no le permite entrar a Cuba hasta el 2020 por haber abandonado en el 2012 la misión de trabajo que cumplía en Venezuela. El Gobierno cubano le embargó la cuenta en divisas que tenía en el banco, fruto de su trabajo, y se apropió del dinero sin ofrecernos ninguna explicación, de la misma forma en que la Seguridad del Estado se apropió de varios objetos personales míos y de una suma de dinero que ahorraba para arreglar mi casa, el 15 de octubre del 2015. Casi dos años después no he recibido información alguna sobre el destino de esos bienes. Se trata de acciones ilegales contra las que, los ciudadanos que defendemos nuestro derecho a ser diferentes, nunca obtenemos una respuesta jurídica efectiva. No olvidemos que en Cuba quienes deben aplicar las leyes se subordinan a los órganos represivos del Estado.

Varios días después de haber sido advertido de que no se me permitiría viajar, el mismo oficial de la Seguridad del Estado le dijo a mi esposa que la decisión aún no estaba tomada, que podría salir “si me portaba bien”. Pero es que siempre “me he portado bien”, pues en 59 años de vida jamás he asesinado a ningún policía por la espalda, no he puesto bombas en las calles o en los cines de mi patria, no he acosado a otras personas que piensan diferente de mí, no le he robado al Gobierno y soy una persona decente. Si “portarme bien” significaba que dejara de escribir para CubaNet, eso no ocurrió. Doy gracias a Dios por haberme reencontrado con mi hijo menor, pero aunque la experiencia fue positiva en todos los aspectos estuvo marcada por el maltrato que recibí en el Aeropuerto Internacional Antonio Maceo a la salida y el regreso.

El viernes 21 de julio salí hacia Jamaica en un vuelo de Aerogaviota, compañía cubana que cobra 400 dólares estadounidenses por un vuelo de ida y vuelta de apenas cuarenta minutos, a razón de cinco dólares el minuto.

Luego de realizar los trámites de rigor ante el representante de la aerolínea pasé al área de Inmigración. Un oficial me preguntó por mi profesión y al responderle que era periodista independiente comenzó a preguntarme con quién iba a encontrarme, quién pagaba mi viaje y hasta dónde iba a hospedarme, algo que me pareció y todavía me parece impertinente (quizás se deba a mi ignorancia en cuanto a viajes al extranjero). Después de pasar por el arco detector de metales un joven aduanero me cacheó sin siquiera pedirme permiso para tocarme, lo cual le advertí, pero me respondió que era el procedimiento habitual. Minutos después mi esposa y yo fuimos llamados por otra oficial de la aduana que tenía ante sí nuestros maletines, previamente despachados al chequear los boletos de viaje y que ya habían pasado el control de rayos X en la sección de equipajes. Le pregunté por qué hacían eso y también me respondió que era el procedimiento, aunque sólo nos lo aplicaron a nosotros.

En el área de Inmigración del aeropuerto internacional Norman Manley, luego de revisar mi pasaporte, me preguntaron cuánto tiempo iba a permanecer en Jamaica y si tenía pasaje de regreso, nada más. En la Aduana, un tipo gigantesco me preguntó qué había en mi equipaje, y luego de responderle que llevaba algunos regalos, mis ropas y dos botellas de ron Havana Club me dijo con una sonrisa: “Go, go, enjoy Jamaica”.

Al regresar el 28 de julio, en el aeropuerto jamaicano pasé los chequeos de rigor y revisaron mis documentos en menos de diez minutos a pesar de la extensión de la cola de pasajeros.

Regresé a Cuba con sólo 21 kilogramos de los 120 que podía traer, pensando que así podría salir rápido del aeropuerto Antonio Maceo, por la zona verde, como establecen las normas aduaneras cubanas. Craso error. A la llegada, un oficial de Inmigración me sometió a un interrogatorio harto intrusivo, al extremo de que tuve la sensación de que en vez de regresar a mi patria como viajero estaba en una unidad policial acusado por la comisión de un delito. Luego de muchas preguntas inquirió por mi profesión. Recordando lo ocurrido al salir hacia Jamaica le respondí que era un abogado desempleado. Entonces me preguntó: “¿Pero Ud. es también periodista independiente, no?” “¡Ah, sí, claro!” “¿Y cuál es su blog?” “No, no tengo”. Luego me indicó que podía pasar a la Aduana.

Cuando tomé mi maletín e iba a la salida un oficial me dijo que fuera con él al mostrador. Allí revisó meticulosamente mi equipaje. En el bolsillo de mi bolso de mano había una memoria flash que llevé conmigo a Jamaica sin percatarme. Tenía dos artículos que había remitido a CubaNet. El oficial me indicó que lo acompañara a una oficina, donde comenzó a leer el contenido de la memoria en una PC. Otro oficial se acercó, leyó los artículos y le dijo que me devolviera el objeto, que no me demorara más, pero el primero respondió que iba a consultarlo.

Una hora y media después era el último pasajero que quedaba en la Aduana. El oficial decidió retener mi memoria flash, la cual, según me dijo, sería revisada. Como constancia me dio un documento en el cual no pude leer absolutamente nada debido a la mala calidad del papel carbón utilizado.

Cuando salí de allí habían transcurrido dos horas y treinta minutos. Sentí una pena inmensa por esos oficiales, cuya imagen y profesionalidad dejan mucho que desear. No hay comparación entre el trato que recibí en Jamaica y en mi país. No puede haberla: ambas aduanas representan dos visiones muy diferentes de lo que debe ser el respeto a los seres humanos.

Publicado originalmente en Cubanet por Roberto Jesús Quiñones Haces

Written by CubaNet

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