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Migrante cubano: “Con Trump es otra cosa”

Por qué los cubanos convictos del Mariel merecen amnistía (y los republicanos anticastristas deben apoyarla)
Por qué los cubanos convictos del Mariel merecen amnistía (y los republicanos anticastristas deben apoyarla)

El gentío se agolpaba en el Puerto de Mariel, en la costa occidental cubana, aprovechando la proclama del comandante Fidel Castro: “¡el que se quiera ir, que se vaya!”.

En aquel éxodo de cerca de 120.000 personas, estaba la adolescente María del Carmen Mesa con su familia, rogando por un cupo en un barco que los llevara a Estados Unidos, lejos de la dictadura. Los que se quedaban, los miraban con resentimiento y les gritaban “¡lumpen!”, “¡ladrones!”, “¡traidores!”.

Los lugares escaseaban, pero en medio del alboroto su padre, Cosme Reinel Mesa, divisó en el muelle a un viejo compañero de trabajo, un comunista que se apiadó de su situación. “Dame el nombre de tu núcleo familiar, chico, yo te apunto en la lista. Vas a venir todos los días con esa misma ropa, y te paras ahí en la malla. Cuando haya espacio, yo te hago una señal levantando las manos, y tienes 30 minutos para filarte con tu familia”, le dijo.

Durante varias semanas, la familia desayunaba y se paraba todo el día en la entrada del puerto, aguardando un milagro. En una mañana de mayo de 1980, el amigo levantó los brazos y Cosme apuró a los suyos: “¡nos vamos!”.

María del Carmen era una colegiala de 14 años y tenía de novio a un profesor. La despedida fue breve, con el anhelo de verse algún día en suelo continental. Abordó la nave con sus padres y el hermano menor, y al zarpar dejó atrás una Cuba que padecía los rigores del bloqueo económico. En frente, 166 kilómetros a mar abierto, hasta las costas de La Florida.

El resto de los pasajeros eran delincuentes excarcelados y enfermos mentales que el régimen expulsó de la isla, pero aquello no era lo más preocupante: apenas habían recorrido unas cuantas millas, cuando el navío empezó a inundarse por agujeros en el casco.

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Cosme se lo advirtió al capitán, un estadounidense que hacía fortuna transportando a los inmigrantes, y este le contó que no podían informar del incidente al Guardacostas, pues había reportado su embarcación como robada para cobrar el seguro.

Antes de que el pánico se apoderara de todos, el auxilio llegó de parte de un barco camaronero. Los exiliados hicieron trasbordo y se acomodaron junto a los mariscos y los tripulantes, la mayoría norteamericanos.

En aquellos días, entre las mujeres de la isla, los gringos tenían la mala fama de ser violadores. Su madre no soltaba del brazo a María del Carmen, quien les veía los tatuajes y la cabeza rapada, y sentía miedo. Tal vez por eso, y por la bravura del oleaje, no hacía más que vomitar.

El barco camaronero accedió a remolcar la nave que se hundía, cuyo timón maniobraba Cosme. Él tenía experiencia conduciendo guaguas (buses), pues solía repararlas en el municipio cubano de Jaruco, lo que le valió el apodo de “el Mecánico Paciencia”.

El estadounidense dueño del barco, para mantener la farsa de que se lo habían robado, no podía dejarse ver de sus compatriotas. Así que se arrojó al agua y se aferró al casco, desafiando las olas y las fauces de los tiburones, hasta divisar las playas de su nación. Solo ahí se soltó y nadó bajo la protección de la noche.

María del Carmen y sus seres queridos fueron recibidos por unas tías y amanecieron en un campamento llamado Mosquito, donde albergaban a los inmigrantes isleños. Lo primero que les dieron de comer fue un sánduche y una manzana como símbolo, pues en Cuba no había de esa fruta.

Después de un viaje traumático de casi 24 horas, la niña estaba fastidiada. Le dio una mordida y se dirigió con brusquedad a sus padres: “¿a esto me trajeron? ¡Yo no cambio un mango por esta manzana!”.

El vaivén político

Han pasado 37 años desde el Éxodo del Mariel, y esta historia regresa a la memoria de María del Carmen por cuenta de los recientes cambios en la diplomacia de Cuba y Estados Unidos. Ella se quedó a vivir en Miami, se casó con el antioqueño Aquiles de León y tuvo dos hijos. Obtuvo la ciudadanía estadounidense y trabaja en una farmacia.

“Hoy en día tengo miedo de volver a visitar a mis parientes en Cuba, me asusta que Trump haga algún cambio drástico y me dejen allá”, cuenta mientras conduce por las calles de Biscayne Boulevard.

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El descongelamiento de las relaciones bilaterales, que inició en 2015 con la administración del presidente Barack Obama, se detuvo con la entrada en escena de Donald Trump.

El nuevo jefe de la Casa Blanca ratificó en varias oportunidades que no está satisfecho con las políticas de La Habana, y en junio tomó dos decisiones que reversaron acuerdos preestablecidos por Obama y Raúl Castro: prohibir a los estadounidenses comerciar con empresas cubanas vinculadas con militares y condicionar los viajes de sus connacionales a la isla caribeña.

“No creo que haya una solución cercana a esta situación con Trump y Castro al frente, al contrario, va a empeorar”, opina Irving González, abogado de Inmigración residente en Miami. Según dice, el peor escenario sería la deportación de todos los cubanos que aún no alcanzan el estatus legal por causa de los últimos cambios.

Si bien las condiciones tienden a agravarse con la posición de Trump, el primer golpe para los inmigrantes cubanos llegó con Obama, quien en enero puso fin a la política de Pies secos/Pies mojados.

Virgen de la Caridad

A temprana edad Miguel Ángel Sánchez Román se desencantó de la Revolución. “Nací en este sistema político, uno crece en esa doctrina y piensa que es el país más ideal del mundo, pero no – relata-. No me interesaba ser activista a favor o en contra de Fidel. Aunque estudié Diseño Gráfico becado en La Habana, tuve que aguantar hambre, luego empecé a trabajar y el Gobierno vigilaba los topes de mis ganancias, todo lo cuestionaba. Ganaba el equivalente a 15 dólares, pero las regulaciones gubernamentales no me daban para vivir decentemente”.

La oportunidad de dejar aquel mundo se le presentó en México, gracias a una amiga que lo animó. Envió sus papeles para aspirar a una maestría de Artes en una universidad de la capital y luego de superar incontables trámites en el consulado cubano, llegó a suelo azteca el 20 de septiembre de 2006.

Tenía la beca asegurada, pero su intención no era matricularse, sino usarla de catapulta hacia EE.UU. Al tercer día de su arribo, abordó un autobús hacia Matamoros, limítrofe con la ciudad de Brownsville, Texas.

En el trayecto iba enjuagado en los nervios, como si estuviera cometiendo un pecado. Sus amigos le habían dicho que comprara el pasaje más costoso, porque ese bus no lo requisaba la Policía; que viajara de noche entre el sábado y el domingo; y que usara la camisa por dentro, para parecer más mexicano.

En el puente internacional se presentó ante los agentes de Migración de EE.UU., “soy cubano, vengo a pedir asilo”, les comentó, esperando recibir el amparo de la Ley de Ajuste Cubano y de la política de Pies secos/Pies mojados.

Lo sometieron a un severo interrogatorio en español e inglés, que para dónde iba, que con quién, que si era fanático del régimen y él decía que no y que no. El fantasma de la deportación empezó a rondarlo cuando uno de los agentes revisó su maleta y extrajo una agenda telefónica, en cuya cubierta aparecía el rostro de Fidel.

– “¡Ajá, eres pro Castro!”, lo acusó uno de los agentes.

– “No, solo es una agenda, allá muchas cosas las venden con esa imagen”.

El funcionario revisó el listado de contactos y un nombre le llamó la atención: “¿Yazer? ¿Como Arafat? ¿Es un árabe? Qué tal que usted venga a contactar terroristas aquí”.

– “¡No, Yazer es una amiga que vive en La Habana!”.

La inspección al equipaje continuó, y una de las agentes encontró entre la ropa un pequeño cuadro de la Virgen de la Caridad. “¿Eres católico?”, preguntó.

“Y a partir de ese momento –recuerda Miguel Ángel– cambió su actitud 180 grados, me trató diferente. No sé si fue un milagro, pero esa imagen la sensibilizó”.

EE.UU. le dio la bienvenida, al abrigo de la ley de Pies secos/Pies mojados, una norma de inmigración impulsada por el presidente Bill Clinton en 1995, para hacer frente a la llamada Crisis de los Balseros. En resumidas cuentas, el documento promulgaba que su nación otorgaría la residencia a quienes llegaran a tierra firme, y deportaría a los que interceptara en altamar.

Miguel Ángel tiene 39 años, también vive en Miami y es residente legal, empleado en una empresa de publicidad. Tras la derogación de la directriz de Pies secos/Pies mojados, reflexiona: “me causa intriga ver qué pasará ahora, esa ley era la válvula de escape para la olla a presión que es Cuba”.

Al igual que María del Carmen, siente temor cuando visita a sus familiares isleños, más ahora que llegó Trump. “Sé de gente que ha ido de visita a Cuba, tuvo accidentes de tránsito y los dejaron allá, no pudieron regresar a Florida”.

María Teresa Palacios, directora del Grupo de DD.HH. de la Universidad del Rosario y experta en Migraciones Internacionales, estima que la terminación de Pies secos/Pies mojados eliminó un derecho automático que tenían los cubanos, de obtener residencia, lo que produce un impacto en el deseo de los migrantes que quisieran abandonar la isla hacia ese destino. Ahora “deben solicitar asilo o refugio, en caso de que puedan argumentar ser perseguidos políticos”.

Odisea entre corruptos

A diferencia de María del Carmen y Miguel Ángel, que llegaron a la tierra del Tío Sam por las rutas Cuba-La Florida y Cuba-México, Luis Hernando Reyes sobrevivió a una odisea de 25 días por Sur, Centro y Norteamérica.

Salió de Cuba porque escaseaba la comida para él, su esposa y dos hijos. En 2015 voló hasta Ecuador y pasó a Colombia por tierra, en la frontera con el departamento de Nariño, y allí comenzó su calvario.

“O pagas, o te deportamos a tu país”, le dijeron tres veces los policías corruptos que lo pararon en sus trayectos en bus por Ipiales, Cali y Turbo. En esas extorsiones perdió 1.000 dólares.

El mismo chantaje le aplicaron los uniformados de Honduras y Nicaragua, los cuales le arrebataron 300 dólares más.

Tras casi un mes de camino, llegó al puesto migratorio de Nuevo Laredo (México), donde los agentes fronterizos de EE.UU. le ayudaron a ingresar gracias a Pies secos/Pies mojados.

Luis ya es residente estadounidense y labora en una fábrica de vidrios y cristales en Miami. Anhela llevar a su familia, pero las últimas medidas de Washington lo dificultan.

“Veo muy mala esta situación para los cubanos, porque estábamos de cierta manera favorecidos. Todavía queda la Ley de Ajuste, aunque con la llegada de Trump uno no sabe qué vaya a pasar, chico”, expresa el hombre de 44 años.

Piensa en su esposa e hijos y lamenta que el problema ahora es para los que no alcanzaron a entrar antes de Trump. “Sé de mucha gente que quedó varada en México o que deportaron a Cuba”.

El abogado González cuenta que se incrementó el número de cubanos en centros de detención temporal. Hay congestión judicial por tantas solicitudes, los jueces deben estudiar muchas peticiones de asilo. “Tengo un caso en el que el proceso fue trasladado de Texas a Ohio, y de ahí a una corte de Missouri”, relata el jurista.

En muchas ocasiones, el origen de la inmigración no es la persecución política, sino la grave situación económica, por lo que los exiliados no logran obtener el asilo y son deportados.

A Cuba, ni pa’ morir

Después del mordisco iracundo a la manzana en el campamento de refugiados, a María del Carmen sus padres le recordaron las razones por las cuales dejaron Cuba.

Cosme siempre estuvo en contra de los Castro y por ello pagó cárcel dos veces. Por eso, cuando se dio el éxodo del Mariel, empacó sus corotos y se llevó a la familia. Los vecinos de su barrio, comunistas radicales, les arrojaron huevos, los persiguieron y, cuando se fueron, saquearon la casa. El Estado tomó posesión de los bienes y de su viejo hogar solo quedaron los ladrillos derruidos y el rastrojo que se tragó las paredes.

Los primeros años de exilio, María del Carmen los pasó con resentimiento, hasta que su madre viajó a Cuba y le trajo fotos de la antigua casa, “en ese momento le agradecí que me hubiera traído”, rememora.

La docente Palacios afirma que, con la presente situación bilateral, “no es claro aún que las medidas de embargo vayan a cesar. El presidente Trump se ha mostrado beligerante con sus declaraciones respecto de las medidas para liberar a los cubanos y debilitar el régimen socialista. Esa actitud ha generado descontento en Raúl Castro, pues él no permitirá ningún tipo de injerencia que desconozca la soberanía del país”.

“El Mecánico Paciencia” falleció por un cáncer pulmonar en 1992, haciendo de Miami su morada final.

Aunque no se conocen entre sí, María del Carmen, Miguel Ángel y Luis comparten este pensamiento: envejecer y morir en Estados Unidos, porque a Cuba ya la sienten lejana, impropia y en decadencia.

Miguel Ángel, que algún día espera procrear descendencia, comparte un café a un costado del océano Atlántico y para subrayar lo que piensa cita una frase del escritor cubano Enrique Núñez Rodríguez: “La patria no es donde está la cuna de los padres, sino donde se mece la cuna de los hijos”.

Publicado originalmente en El Colombiano

Written by María Fernanda Muñóz

Periodista venezolana. ¿La mejor arma? Humanidad. Pasión se escribe con P de periodismo

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