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“Yo quisiera donar, pero…”

El gobierno cubano ha habilitado cuentas bancarias en ambas monedas (CUC y CUP) para que personas naturales y residentes en la Isla contribuyan a la recuperación de los damnificados tras el paso del huracán Irma. La medida se implementó luego de que un ciudadano planteara, a través de la prensa oficialista, su derecho de ayudar a los necesitados, aunque se apele también a la solidaridad de otras naciones.

La iniciativa —primera de su tipo en la era socialista—, si bien apareció en primera plana del periódico estatal Granma, no ha hecho demasiado eco en la capital; probablemente porque casi nadie lee la prensa, o porque eso de “donar dinero” no es costumbre en un pueblo cuya pobreza es tan publicitada como su buena voluntad.

El equipo de CubaNet entrevistó a varios ciudadanos que, además de enterarse in situ de la novedad, se mostraron dispuestos a donar… si tuvieran el dinero. Es típico de los cubanos vivir suspendidos en un limbo, entre el poder real de hacer las cosas y los anhelos largamente acumulados. Para lidiar con este complejo estado anímico y mental, hay que saber leer entre líneas: una cosa es lo que se alega en lenguaje articulado, y otra lo que se comunica con gestos, mirada, sonrisa, o una displicencia absoluta.

Todos los entrevistados quisieran donar algo; pero lo expresan como si la posibilidad estuviese muy distante en el horizonte. Los cubanos se han acostumbrado a que el gobierno haga donaciones en su nombre; mientras la solidaridad individual se manifiesta dentro de un marco muy específico —familiares, vecinos, amigos cercanos—, donde puedan conocer qué se necesita y apreciar el beneficio de su contribución, por humilde que sea.

Destinar dineros para quienes viven en condiciones paupérrimas tras la devastación ocasionada por Irma trasunta una contradicción, puesto que cada cubano es, en potencia, un damnificado de la historia, el fatalismo geográfico, el totalitarismo, un derrumbe, un incendio o un huracán. La circunstancia de poder donar implica, además, una libertad de acción y de conciencia a la cual los insulares no están habituados. Uno de los interpelados declaró que donaría “lo que le dijeran”, como si se tratara de una orden y no de un acto voluntario.

A la escasez colectiva de dinero y recursos se suma la desconfianza en la capacidad del Estado para administrar cualquier suma recaudada mediante donaciones. Suponiendo que el esfuerzo de la ciudadanía escapara a la prevaricación, aún quedaría el impresionante récord del gobierno en la mala administración, distribución y control de los bienes. No es de extrañar que mucha gente prefiera ayudar personalmente a los damnificados, en lugar de efectuar un depósito en las cuentas bancarias habilitadas.

Cuando la corrupción se convierte en una práctica cotidiana, resulta difícil generar respuestas positivas entre la población. La ayuda a los damnificados por Irma se ha planificado de forma atropellada, con el permanente handicap del gobierno para generar empatía y demostrar que valora a sus ciudadanos.

No hay que olvidar que la idea de abrir ambas cuentas surgió después de la criticada convocatoria de Mariela Castro a través de Facebook, para recaudar donaciones en dólares. La hija de Raúl Castro dijo en una ocasión que no le gusta copiar lo que hacen otros; pero no tuvo el menor reparo en imitar lo que se ha hecho en Estados Unidos para ayudar a los damnificados de Puerto Rico e Islas Vírgenes.

La diferencia es que el gobierno norteamericano contó con el aporte monetario de sus ciudadanos desde el primer momento. En Cuba no ha sido así, lo cual es comprensible si se considera que nadie conoce la miseria de los cubanos mejor que sus líderes. A fin de cuentas, ellos mismos la han causado.

Publicado originalmente en Cubanet por Ana León y Augusto César San Martín

Written by CubaNet

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