Las diferentes tribus urbanas encuentran en la capital de la Mayor de las Antillas muy pocos espacios para su entretenimiento, distintos a pasar la noche en los monumentos de próceres latinoamericanos, según un reciente reportaje de Martí Noticias.
La Avenida de los Presidentes, o “parque G” como le llaman jóvenes y adolescentes, se ha convertido en punto de encuentro para la escena rockera.
“El aburrimiento en esta ciudad es de suicidio”; dice Lester, un joven preuniversitario habanero Kim Il Sung que escucha Slipknot mientras discute junto a otros compañeros sobre la única opción que tienen para divertirse los fines de semana: “quemar en G hasta que la policía nos desaloje”.
La Sala Maxim se convirtió desde el pasado 18 de noviembre, en el único espacio habanero destinado exclusivamente a la escena rockera y no obstante, continúa esperando su “reparación capital”.

Es precisamente la política cultural promovida por las instituciones gubernamentales la que no da cabida a las tribus rockeras, según los seguidores de este estilo musical en la isla.
“No existe ningún espacio donde escuchar bandas metaleras o de punk en directo”; cuestiona Roinel Díaz, mientras enumera las únicas opciones donde se presentan agrupaciones de rock en vivo: El Submarino Amarillo, El Diablo Tun Tun y el Turf.
“Pero en su programación solo admiten grupos de hard rock, que hacen cover de canciones de los 70 y los 80.
En estos espacios están vedadas las bandas blackmetaleras o de core, porque sus seguidores no dejan dinero a estos establecimientos.
Es precisamente la “no rentabilidad” de estas agrupaciones nacionales de rock & roll, especialmente las metaleras, las punk, o de hardcore, la razón para no programar estos géneros en clubes y discotecas de la capital cubana, subordinadas a las empresas Recreatur y Artex de los Ministerios de Turismo y Cultura, respectivamente.
“Esta es una ciudad que se volvió musicalmente machacona y socialmente violenta”; argumenta Yisel Oliva, estudiante de primer año de Historia, quien ve la creciente violencia entre adolescentes y jóvenes como resultado de los mensajes “de los grupos reguetoneros y timberos”, que son la oferta invariable y casi única en estos espacios.
“La violencia es una forma de llamar la atención y de gritarle a la sociedad que existimos y estamos en contra de la política cultural”, dice Saidel Guzmán, un incondicional de la cultura punk que no niega los actos violentos como respuesta “al asedio de la policía” y a la obligación de compartir un mismo espacio “con diferentes subculturas urbanas”.
“Los rockeros en Cuba hemos sido siempre obligados al nomadismo y a fijar la melomanía como estilo de vida individual; ahora somos obligados a la violencia, sin un espacio social propio”; cuestiona el joven Leonel Rodríguez en referencia a los dos años que lleva clausurada la Sala Maxim, sede de la Agencia Cubana de Rock.
Para Saulo Baró, otro adolescente punk, la violencia llega con “el hastío o la presión de cargar con estigmas impuestos”, comenta mientras intenta hacerse un selfie escalando la estatua de Simón Bolívar. Según su novia Irisdeisi, poder disfrutar de un grupo punk, en vivo, “es algo imposible en esta ciudad, y para escuchar bandas metaleras tienes que esperar al Brutal Fest”, el único festival exclusivo para el género hardcore/metal que contó, hasta el año 2015, con dos ediciones anuales.
“Hoy ser rockero equivale a desaparecer como individuo…te conviertes en parte del apagón cultural y de la violencia social” manifestó Lachi, un rockero de cuarenta años y fanático de Deep Purple.
Redacción Cubanos por el Mundo