La caristia económica, las dificultades cada vez mayores para trabajar la tierra o simplemente para costear el pan diario, han socavado las costumbres que regían los valores de la hospitalidad, la solidaridad y la sociabilidad de los campesinos cubanos, que sin guateque y sin comida, se han visto limitados para ofrecer hasta una taza de café a sus visitantes.
“La alegría que había antes ya no la hay. Sí llega alguien en el momento que uno está almorzando se le brinda el almuerzo y ya, pero sí uno no lo conoce, ya no se puede hacer. Sí se puede esconder el caldero, se esconde. Ya no hay humanidad”, confiesa conteniendo la risa una residente del campo mientras lava la ropa en su ranchito de madera.
Un anciano asegura que cualquier persona que llegara a la casa se le ofrecía al menos una taza de café, y sí se quedaba a conversar, se le pedía quedarse a almorzar. En cualquier caso, la llegada inesperada no sería compensada con menos de un plato de harina con boniato y leche.
Guateques y carreras de caballos
El guateque era para la década de los años 50, una bullosa fiesta que se celebra en una casa particular y en la que se baila y se bebía, y en la que no faltaba una comilona. La comida no preocupaba, era suficiente para saciarse y compartir con quien fuere. Estas celebraciones iban de la mano con las carreras de caballo que hacía en horas de la noche los jóvenes de los campamentos rurales.
“A las 12 de la noche se hacía el guateque y se oían los caballos, ya todo eso se ha perdido. Ahora el campo es para la juventud pura desolación. Esta juventud no quiere venir al campo a trabajar y a luchar, lo de ellos es el rock and roll y el cha cha chá”.
Redacción Cubanos Por El Mundo
