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Raúl pospone

Raúl Castro / Captura de pantalla
Raúl Castro / Captura de pantalla

Charles-Maurice de Talleyrand–Périgord decía que la traición era una cuestión de fecha y tal parece que su doctrina le permitió morir millonario y en su cama después de haber “prestado servicios irremplazables” en todos los bandos; algo así como si al advenimiento de la democracia en Cuba, el actual ministro de las cosas de afuera fuese mantenido en su puesto a pesar de los pesares.

Escribo lo anterior, con perdón de los entendidos en diplomacia por esa comparación atrevidísima entre el compañero ministro y el maestro de los traidores modernos. También en esto hay categorías.

Lo que no dijo el ilustre francés fue que la traición es también el alejamiento de las representaciones mentales entre los que pretenden perpetuarse en el poder y la idea secreta que la gente llana nutre y cría para identificar benéficamente el momento que está viviendo bajo el acoso del poder liberticida.

En el caso cubano, los miembros del estamento que ya a estas alturas defienden intereses familiares, privados y quizá facciosos también almacenan documentos, anécdotas, nombres e influencias de discretos amigos fuera de aquella isla para que la inevitable traición lleve paracaídas. Traición que, llegado el momento, será llamada “dialéctica de las cosas de este mundo”.

Para todos los cubanos (sin que falte ninguno), el fusilamiento del general Ochoa, el exilio en Chile del procónsul Erich Honecker, el arresto de Gorbachov en 1991, el fusilamiento de los esposos Ceausescu en Rumanía, el asesinato a manos de Fidel Castro en 2003 de tres cubanos pobres y negros que querían marcharse del “paraíso”, el ahorcamiento de Saddam en Irak, el linchamiento de Gadafi en Libia y —¡lo más importante!— puesto que la pasta ajena, ya sea de Rusia, Venezuela o del pueblo cubano es el asunto principal, la anulación en 2015 de otra parte de la deuda cubana.

El Club de París le anuló en 2015 al régimen cubano 11 100 millones de dólares. Señores, estamos hablando de miles de millones.

Esas cosas ocurridas después que cayó el muro fueron las grandes señales que sirvieron de zócalo para dos convicciones tan opuestas como firmes: los del régimen cubano comprendieron (para siempre) que cualquier cambio en Cuba tendría su coste mientras, que la gente del pueblo se dijo que puesto que nadie tenía futuro viable fuera del Gran Artificio, era menester sobrevivir hasta el final. Algo así como “¡los artificios mueren, el pueblo es inmortal!”

El régimen y los cubanos de a pie viven una irreconciliable y abismal lejanía que, como placas tectónicas, se separan unas de otras sin prisa pero sin pausa aunque fatalmente habrá un punto de ruptura por el que manarán a borbotones las traiciones de fondo cuyas consecuencias dependerán quizá de la fecha. Raúl lo sabe y por eso pospone.

Publicado originalmente por Luis Tornés Aguililla  en Cubanet

Written by CubaNet

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