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Irene, una “libre” recolectora de café: “La vida del monte es así”

Las cubanas que no andan entre asfalto y semáforos, tan valientes como tantas otras, son vistas a propósito de la celebración del Día Internacional de La Mujer

Irene, recolectora de café de 60 años, es especial, es como una extensión de la naturaleza misma. Foto referencial
Irene, recolectora de café de 60 años, es especial, es como una extensión de la naturaleza misma. Foto referencial

El municipio Tercer Frente sobrepasó las mil 69 toneladas en la cosecha cafetalera 2017-2018. Sus recolectores, entre muchos una recolectora en particular, hicieron un arduo trabajo entre los altos y bajos que marcaron la jornada producto del huracán Irma y el huracán de la revolución de los Castro.

Pero de entre tanta lucha en Santiago de Cuba, la mayor productora cafetalera del país, destacan varias historias relevantes a propósito del Día Internacional de La Mujer.

Irene, una mujer oriunda de Granma de casi 60 años, se pasea morral al hombro entre el lomerío y la naturalidad con que subía y se desplazaba entre las alturas era proporcional a su timidez, según reseña de Cuba Sí.

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Esta campesina cafetalera es tan cubana y tan valiente como el ama de casa que se trepa a un P4 capitalino, la secretaria de una oficina municipal del centro del país, o la profesional que se inclina sobre el microscopio en el extremo occidental de la Isla.

Especial

Pero Irene es especial, es como una extensión de la naturaleza misma, sencilla, purísima, con ese aire originario y de descubrimiento perenne que le aletea en la mirada.

“Me recuerdo a mí misma como con ocho o nueve años en un lugar llamado La Laguna, parada junto a una canasta chiquita para recoger café”, asegura de entrada.

“Prácticamente, eché mi niñez y juventud recogiendo café; no me gustaba, pero tenía que hacerlo por la necesidad. Después, ya me gustó, y también hacer cualquier tipo de trabajo. La gente me dice que por qué soy así, como una hormiga de trabajadora, y queriendo las plantas, los frutos…, será porque soy hija de campesinos”.

Irene trata de definirse entre sus pensamientos y deseos. Trata de encontrar el origen de su amor al campo, no como aquella que se lamenta del pasado amargo, sino como la que disfruta de su presente y insiste en conseguir el camino que la trajo allí.

“Mire usted, esto del brazo es de una hormiga rabúa negra que me picó; tendré que tomar benadrilina y echarme luzbrillante porque si no, mañana no puedo recoger. No es una hormiga abundante por aquí, está salteada, pero parece que a mí me hace daño. Tanto como no tomar café al amanecer, vaya; hasta dolor de cabeza me da, si me falta. Y no es que tenga vicio, pero…”.

Para Irene todas las vidas son iguales. Ella siendo campesina cree que la vida del resto de la gente en Cuba es igual de laboriosa y ajetreada que la de ella.

Es la única mujer de su brigada recolectora y la cuidan bastante dado que no la dejan ir a los lugares muy empinados.

De su vida

Vive con su mamá y con su hijo de 30 años en un lugar llamado Arroyo de los Chinos. “Es una casita de guano y tabla de palma, el agua hay que cargarla, pero la carga mi muchacho”.

“A mí me gusta mucho criar animales. Tengo puerquitos, una puerca que me parió diez, y uno con ciento y pico de libras; también tengo dos gallinas y ocho pollos que ya están pa’ caldo”, comenta de sus gustos.

“Ya a las cuatro y media, antes de cantar los gallos, estoy despierta, y a las seis lo tengo todo preparado, la comida echada a los puercos, y cuando los pollos se tiran del palo, ya también les tengo su comida. La primera que entra aquí al cafetal soy yo; a veces ni el mismo finquero ha llegado”.

Irene no desiste, ni se muda. Lo de ella es el campo. “¡Qué va, lo mío es esto aquí!, que es un lugar muy bueno, rico, porque caminas amplio, para donde quiera. Si estás aburrida, vas a ciertos lugares que una conoce y allí puedes ponerte a oír el canto de los pajaritos”.

Expresa resignada: “Llegué hasta noveno grado. No sé qué será, que yo quisiera aprender más cosas, pero no llego”.

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Nunca había estado en La Habana, y al cine había ido una sola vez. “Al vídeo sí que voy a veces, cuando terminamos temprano. La vida del monte es así”, describe con una sonrisa.

“Computadora sí yo sé lo que es. Las he visto en la escuela de Arroyo de Jiguaní, que está de Matías para allá. La peluquería queda en el centro de Matías y yo vivo, vea, a unos cinco o seis kilómetros, por eso he ido pocas veces, cuando tengo mi tiempo; lo más es buscar los alimentos, que no me falten. Ah, y recoger café”, comenta su rutina de vida.

“Lo que más me gusta ver es una mata de café bonita, que no haya goteo ni quemazón. Cuando me topo con una mala, se me corta el cuerpo; la recoges, pero no es lo mismo, se te pierde el entusiasmo”.

A Irene no le disgusta cruzar el río, ni mojarse con las matas al entrar por la mañanita.

“A la verdad, yo no soy persona que se molesta porque haya rocío. Aunque me gusta la diversión, el bullicio del pueblo sí que me molesta. De todas formas, prefiero ponerme a escuchar los pajaritos, aunque no en jaula, sino libres como yo”, concluye.

Redacción Cubanos por el Mundo

Written by Dayana Fernández

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