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Ariel Ruiz Urquiola relata su estadía en la cárcel y su huelga de hambre

Destaca la insistencia de sus represores es violar sus derechos humanos para que desistiera de privarse hasta de tomar líquidos

“Una barraca asfixiante de dos letrinas y una ducha para 52 reos” en el Campamento de trabajo Cayo Largo, lo recibió. Ariel Ruiz Urquiola, biólogo cubano y preso político del régimen, no soportó una violación de sus derechos más. Emprendió una huelga de hambre y sed que lo llevó a la libertad a través de una licencia extrapenal hace casi una semana. Ahora cuenta su historia en la prisión; según reseña Diario de Cuba.

Ruiz Urquiola se declaró en la más radical delas protestas el pasado 16 de junio de 2018. Estaba decidido: obtenía la libertad o se liberaría con la muerte. No soportaría las condiciones en las que tenía que cumplir un año de pena por el delito de desacato ratificado por el Tribunal Municipal de Viñales el 8 de mayo de 2018.

Lo acosaban los pensamientos de: la injusticia con la construyeron un delito de desacato para encarcelarlo. También las maniobras judiciales, el abuso de las autoridades contra la población penal y la violación de su derecho al trabajo. Pero lo que más lo impulsó fue la situación de salud de su hermana Omara Isabel Ruiz Urquiola, paciente oncológica desde 2005 y de cuya sobrevivencia Ariel es el máximo responsable.

Para tratar de que desistiera de su huelga, funcionarios del régimen lo trasladaron la Prisión Kilo 5. Lo internaron en una celda de castigo. Ahora, cuando se recupera en su casa, cuenta toda su experiencia.

Entrevista completa

¿Cómo era la celda en la que te encierran una vez que llegas a Kilo 5?

Era una celda de menos de cuatro metros cuadrados en la que yo no cabía acostado. A las 10.00 de la noche me daban una colchoneta y la retiraban a las seis de la mañana. Por el retrete salían ratas, tenía que taparlo con la mitad de un pomo plástico de dos litros, de esos de refresco, que había desde antes que yo llegara.

Había una escotilla con barrotes a la que yo acercaba la cara para inspirar oxígeno. Pero para eso tenía que hacer un esfuerzo, porque quedaba alta. Cuando ya no tenía fuerzas para ello, me tiraba en el piso para inspirar el aire fresco que entraba por la parte inferior de la reja de la celda. Tenía que tirarme en posición oblicua porque mi cuerpo no cabía a lo largo. Me faltaba el aire y tenía taquicardia que solo podía controlar con prolongados ejercicios de meditación vipassana.

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¿Cuántos días pasas en esa celda?

Desde el martes hasta el viernes, el sexto día de la huelga. Entonces se decidió mi traslado al hospital Abel Santamaría. Allí me recibió un mayor de alias Tito, que es el jefe por el MININT de la sala K, junto al doctor Valiente y la enfermera Belkis; jefes del servicio médico y de enfermería respectivamente.

En tanto la mayoría de los médicos y todas las enfermeras fueron unos profesionales magníficos, a las cuales les estoy muy agradecido. El mayor Tito fue un hombre con una conducta reprobable desde el primer momento.

¿En qué consistió su conducta?

Él mandó a clausurar el ventanal de la celda donde se me ubicó al llegar. Yo le pregunté que por qué lo hacía y me dijo que a todos se les daba el mismo tratamiento.

Al otro día, cuando me llevaron a pesarme, no había ningún ventanal cerrado, solamente el mío. Fue entonces que reclamé, pero no me abrieron las ventanas hasta dos días después, que abrieron la parte superior; nunca completamente.

Esa primera noche que llego a la sala el mayor Tito gritaba, para que lo oyeran todos, que yo tenía un perro muerto y peste en la boca. Me dijo que al otro día llegarían la pasta y el cepillo dentales. Que no podía seguir con esa peste en la boca creando tan mal ambiente a enfermeras y médicos.

Yo llego luego de seis días en el calabozo de Kilo 5, vengo con aliento cetónico. En esos días no me había bañado, no me había cepillado los dientes, no había comido ni bebido. El cepillo y la pasta de dientes nunca llegaron.

Tortura de aseo

Al día siguiente yo le pedí a la enfermera una torunda de gasa para lavarme los dientes. La torunda fue mi cepillo, y el jabón mi pasta dental, durante toda la estancia en el hospital. A mí me tenían que dar un cepillo y pasta dental como parte del aseo de la prisión. No es un favor que me hacían, sino un derecho del cual también se me privó.

Adicionalmente hubo amigos míos en Pinar del Río que me llevaron cepillo, pasta dental y jabón, y nunca me los dieron. El día 16, el último de la huelga, el mayor Tito se apareció con un cepillo dental, supuestamente de su casa, para mí.

¿En el hospital te bañabas?

Yo me bañaba todos los días.

¿Cuál fue el momento más difícil de la huelga?

El noveno día. Porque ese día viene a la sala un médico clínico, el jefe del Servicio de Medicina Interna, que fue como recuerdo que se presentó. Y él decidió cambiarme el suero de dextrosa diluida al 5% por glucosa concentrada, si mal no recuerdo; o dextrosa, en unas jeringuillas de 10 cc. Aquello a mí me preocupó. Luego de tantos días de inanición esas inyecciones me iban a generar un gradiente de hiperosmoticidad que tendría consecuencias para mi cuerpo.

Al día siguiente, el décimo de la huelga, cuando yo trato de incorporarme no había forma alguna de que pudiera tener equilibrio. Abro los ojos y lo que veo es el mundo rodando alrededor de mí. Tenía que sujetarme la cabeza con las manos porque tenía una fuerte sensación de perderla.

¿Crees que ese cambio te lo hayan hecho a propósito para inducirte el abandono de la huelga por el agravamiento de tu estado?

Eso no te lo puedo decir. Yo lo que te puedo narrar cuáles fueron los hechos. Le pedí al doctor Valiente, cuando llegó, que me restableciera el tratamiento con dextrosa diluida que se había estado llevando hasta ese día. Y El lo hizo.

Entonces desaparecieron los mareos y volví a valerme por mí mismo, hasta el fin de la huelga. Eso me confirmó las dudas que tenía respecto de la dextrosa altamente concentrada.

¿Te iban a ver personas del Ministerio del Interior?

Constantemente. Venían a perturbarme en algunos casos y en otros a persuadirme.

Cuando venían a perturbarte, ¿cómo actuaban?

Cínicamente. Solo que no hubo angustia que se resistiera a mis ejercicios de meditación. No me sentía que sufría. Sino que me liberaba gracias a esa técnica para mitigar el sufrimiento y el dolor del cuerpo. Bendito el día en que me decidí a aprenderla durante una de mis estancias académicas en Alemania. En aquel entonces no imaginé que se convertiría en mi tabla de salvación repetidas veces.

¿En los últimos días también venían a perturbarte?

Sí claro.

¿Qué hacían?

Cuando solicité la asistencia religiosa, el mayor Tito la negó. Yo le grité que violaba mis derechos humanos y que era un ignorante. Su respuesta fue: “Ahora te voy a llevar a Fiscalía por otro desacato”.

Después él mismo me llevó un papel para que hiciera la petición por escrito, negándome que tuviera derecho a ella por mi indisciplina grave. Nunca le dieron esa petición al obispo, le dijeron que yo la había solicitado verbalmente, lo que era mentira.

Al día siguiente vino el obispo Jorge Serpa.

¿Qué efecto te produjo su visita?

Fue la segunda vez, desde que me prendieron en mi rancho, que las lágrimas en mis ojos no me dejaron ocultar mi estado de emoción. La primera fue después de leer una carta de Armando Chaguaceda pidiendo solidaridad por mi caso. Delante de mí había no solo un obispo, había un padre inquieto por abrazar a su hijo sin reproches.

¿Cómo te informan que tenías otorgada la licencia extrapenal?

Ellos trataron de inducirme a abandonar la huelga hasta el último momento. La comunicación de la libertad extrapenal no estuvo exenta de ese empeño. Un médico me comunicó que yo estaba en una fase en la que ellos temían por mi condición, por lo que era necesario trasladarme a una sala mejor para asistirme.

Yo me negué y los oficiales quisieron cargarme a la fuerza. Entonces les dije que si iban a volver a abusar de mis derechos humanos. Me dejaron y entró el jefe del Órgano Provincial de Prisiones, el teniente coronel Rodolfo, acompañado de una mayor. Él me dijo: “Ariel si no quieres ir a la sala de cuidados progresivos, pues te llevamos para la prisión”. Y yo le respondí: “Pues para ahí voy, de donde nunca debí haber salido, a no ser en alma”.

Entonces cambia el tono y me dice: “Tienes otorgada una licencia extrapenal por el Tribunal Provincial Popular, la sanción la vas a cumplir fuera de prisión”.

Me era difícil creer lo que estaba pasando, le pregunté a Marilin, la enfermera de servicio ese día, que si lo que estaba ocurriendo era cierto. Ella asintió con la cabeza. Entonces yo salgo como si fuera para la prisión, porque se suponía que allí iría mi hermana a buscarme. Para mi sorpresa me llevan a otra sala del hospital, una sala civil con personas en libertad.

¿Qué sentiste cuando llegaste a esa sala?

Preocupación, porque mi hermana no llegaba. Me habían dicho que ella venía en camino.

Una mentira más, porque tú hermana no fue avisada nunca.

No fue avisada nunca. A pesar de haber dejado todas las vías posibles de comunicación, mi hermana se enteró por mi mamá, según me cuenta.

¿En qué pensabas durante tu huelga?

La mayor parte del tiempo no pensaba, meditaba. Pensaba cuando se reunían personas conmigo, sobre todo cuando eran profesionales de la Medicina, pero esos espacios fueron pocos y breves.

Las imágenes más vívidas que tengo fueron construidas antes, cuando me leí la obra autobiográfica Cómo llegó la noche, del maestro normalista Huber Matos. Si cuando miraba mi finca “El Infierno” lo hacía sin espanto, fue porque a pesar de las calamidades que oscurecieron gran parte de la vida del maestro Huber; no le cegó la memoria de los pequeños pueblos del oriente cubano, ni el deseo de sus habitantes de ser prósperos en ellos.

Si aceptaba mi responsabilidad fue porque me consideraba ridículo en comparación con el escenario que habitó el maestro Huber por 20 años en las prisiones de este país.

En este momento eres un referente para todos los cubanos que trabajamos por la restauración del Estado de derecho y la libertad en nuestro país. ¿Cómo te sientes con esa condición?

Me siento con la tremenda responsabilidad de añadir, a las obligaciones que llevo, una nueva por los derechos de los presos cubanos. Enmarcado en las violaciones del Derecho penal y el procedimiento penal, así como de las condiciones infrahumanas y humillantes que afligen a gran parte de la población carcelaria que conocí. Sobre la población penal cubana dominan dos flagelos de la Cuba contemporánea: la injusticia y el miedo.

Redacción Cubanos por el Mundo

 

Written by Karelis García

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