El Ministerio del Interior de Cuba (Minint) informó este miércoles que está priorizando la investigación del femicidio de Leydi Laura García Lugo, la estudiante de medicina que fue encontrada muerta ayer en Villa Clara.
La noticia, que anuncia el comienzo de un largo proceso investigativo para esclarecer el horrible crimen, supone un alivio por cuanto encierra una posible esperanza de que sea hallado el culpable, pero no es la respuesta que la sociedad cubana a tono con estos tiempos necesita.
El hecho será investigado como un asesinato más. Y no, no es un asesinato más. Es un femicidio. Es un delito tipificado y sancionado como tal en numerosos países; una figura delictiva que, en Cuba, por razones que aún son imposibles de explicar no acaba de ser reconocida.
Lamentablemente, desde los albores de la historia asistimos atados de pies y manos a esta obra teatral que se llama patriarcado, en la que cada cual tiene un rol según el sexo biológico con el que vino al mundo.
El macho asesina a una mujer porque la sociedad, construida por y para los varones, le han hecho creer que sí, que se puede, que es válido y justificable que, si una mujer te engaña, tienes todo el derecho del mundo a golpearla, incluso matarla y además – si quieres – exhibirlo al mundo como un éxito. Un “machazo”.
Esa misma sociedad ha enseñado a los hombres que cualquier mujer que les pase por delante tiene la obligación de satisfacer sus deseos.
Que, si la chica está borracha, es una fácil. Si es lesbiana, está desorientada o probablemente nunca ha tenido buenas experiencias con hombres. Que está obligada a incluirte en su vida sexual, aunque NO le gustes, aunque NO seas bonito, aunque NO quiera ella, y aunque muchos NO más entren en la ecuación.
Los medios de comunicación contribuyen al crimen. Miles de realizadores de videoclips, artistas, productoras de cine o directores nos le enseñan a través de sus materiales audiovisuales.
¿Tienes carro? Esa chica te pertenece si lo deseas. ¿Tienes dinero? Ella debería acostarse contigo. Es su deber. ¿Tienes joyas? Cualquier mujer se sentiría afortunada de estar a tu lado. ¿Eres famoso? Ella debe dejarse poseer. Así funciona, eso “nos educan” cada día.
El femicidio en Cuba no existe, según Mariela Castro
Lástima que entonces, aparezca Mariela Castro con toda la desfachatez del mundo y asegure ante la opinión pública que el femicidio no existe en Cuba “gracias a la Revolución”.
Después de todo, el gobierno necesita mantener ¿las conquistas alcanzadas? para seguir predicando la palabra del socialismo, esa sociedad justa e inclusiva que ha intentado levantar infructuosamente en sesenta años de dictadura.
Para el apellido Castro, la violencia contra la mujer en Cuba es obra de extraterrestres. Casos aislados. Gente loca.
El asesinato de Leydi Laura García Lugo en Villa Clara, y el de Leidy Maura Pacheco en la provincia de Cienfuegos en el año 2016, a quien secuestraron, violaron entre tres y mataron posteriormente, son una bofetada en la cara de Mariela Castro y del Gobierno cubano.
No hablamos de política. Hablamos de justicia.
Tal vez, el asesino de está última haya sido denunciado reiteradamente ante las autoridades como un violador, un maltratador de mujeres. Y las autoridades apenas le hayan hecho una advertencia, o hayan dicho que eso es “un problema entre marido y mujer.
¿Quién sabe por qué nada más se les impone una multa de 250 pesos? ¿Quién explica por qué los oficiales de la PNR aconsejan a las víctimas “arreglarse” con su pareja, luego de este golpearla? ¿Quién entiende por qué hasta se tienen que escuchar frases como “estaba buena”? ¿Quién explica por qué la culpa tiene que ser de ella pues vestía una saya corta, o tenía el escote un poco abierto, o sus labios estaban pintados de rojo?
¿Quién sabe si es como uno de los asesinos de la chica cienfueguera, con varias denuncias por agresión sexual y que estaba en la calle libre al momento de cometer el asesinato?
Mientras no se reconozca el femicidio en Cuba, seguiremos asistiendo impávidos, desarticulados, apesadumbrados, llorosos y desarmados a una puesta en escena donde los actores “del género” asesinan a sangre fría y reciben condenas irrisorias.
A Leydi Laura la mató su agresor, pero también la mató el Gobierno y la matamos nosotros.
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