De las incongruencias y manipulación de hechos del régimen cubano hemos dedicado extensas líneas en este portal con el firme propósito de no permitir que la mala memoria haga que repitamos errores del pasado. A propósito de ello, ver cómo en la actualidad la prensa oficial lanza titulares sobre el “derrumbe de cercas” y el fin de la demonización del trabajo por cuenta propia que durante décadas satanizó, persiguió y mantuvo contra las cuerdas, no puede producir otra reacción diferente que recordar quién fue el encargado de sembrar la aversión contra el sector privado en Cuba: ese coma andante que durante décadas sintió a la isla como una parcela propia.
En un reciente artículo de Escambray, firmado por el periodista oficialista Enrique Ojito, quien planteara la propuesta de “construirle monumentos en las almas” a Fidel Castro, luego de que según este se negara al culto a su personalidad, asegura que de forma progresiva se ha ido disipando la “aversión hacia el trabajo por cuenta propia”, ese término empleado en las modestas reformas económicas buscando ignorar por completo la expresión “propiedad privada”, por sentirla ofensiva.
“Décadas atrás, todo lo que olía a ese tipo de propiedad era rechazado de plano. Hoy por hoy, son menos los que ven con estigmas a quienes ejercen una actividad por cuenta propia”, dice el artículo que plantea la transición de la aversión “al cambio de mentalidad”, sin explicar a profundidad quien sembró en el sistema las ideas de rechazo a la iniciativa privada.
Ahora que el régimen cubano necesita echar mano de todo lo que pueda, descubrió que no existen bandos en una economía nacional que necesita de la empresa privada y de las instituciones públicas para salir a flote. En palabras del ministro del régimen, Alejandro Gil Fernández: “No hay un ellos y un nosotros. Todos somos uno”.
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¿Qué pensaba Fidel del trabajo por cuenta propia/ sector privado?
Pero eso no pensaba Fidel cuando luego de nacionalizar las grandes industrias del país decidió también echar mano a los negocios de pequeños y medianos comerciantes, a quienes culpaba por pretender vivir mejor que los demás. Su “ofensiva revolucionaria” los veía así como “parásitos” y “privilegiados”, una situación que no tenía cabida en el modelo de país que concebía.
Fue así el modo en el que el coma andante decidió acabar con más de 55 mil pequeños comercios controlados por el cubano de a pie acabando con su modo de sustento. ¿Qué significó aquella ofensiva? La fulminación de bodegas, carnicerías, lavanderías, barberías, talleres automotrices, carpinterías y hasta la producción de artesanos cubanos. Todo por el medio. Todo por la nada. Todo por el odio hacia la iniciativa privada.
Si reconocer los errores, llamarlos por su nombre y afrontarlos es la “conducta revolucionaria” que el coma andante validaba entonces y demandaba ¿por qué durante décadas solo han sabido esconder la cabeza como el avestruz culpando al “bloqueo” de la destrucción en Cuba? Cuando hay una historia que precede el daño y la ruina y que hoy viven los cubanos.
Apenas ahora, Miguel Díaz-Canel y sus ministros, periodistas como Ojito y tantos otros “revolucionarios” descubren que con trabajo, con inventiva, con capacitación y con estímulo individual puede levantarse un país. Los cubanos ya lo sabían, el mundo entero lo sabía. Por ello miles se lanzaron al mar y hoy son grandes empresarios en otras fronteras que atienden la vida de quien en Cuba no puede pagar el pollo, la carne o los huevos del día a día.
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Redacción Cubanos por el Mundo