Fostá, le dicen a la anciana haitiana-tunera Rosario Macey, que ha logrado llegar hasta sus 103 años de vida y con mucha energía y ganas de seguir viviendo.
La abuelita vive cerca de sus dos hijos, llena del cariño de su familia que la hace ser una mujer afortunada y lúcida.
Fostá nació en Haití, cerca de Puerto Príncipe y está en Cuba desde los cuatro años, que llegó con su madre a la isla.
La anciana le contó a Periódico 26, que a través de su tío Emilio ella y su mamá llegaron a Cuba para unirse con su padre, quien trabajaba ya en los alrededores de San Miguel del Junco, cerca de los predios del entonces central Francisco.
Relató que los descendientes de haitianos y los codazos, que era el nombre que les daban a los jóvenes que llegaban desde ese país, trabajaban juntos en un sitio conocido como Los Ciegos.
También dijo que trabajaban en las faenas de la zafra, y en otras labores agrícolas o el desmonte de madera.
La niña haitiana se crio en Cuba, entre una mezcla de culturas de su país natal y la isla donde ahora vivía, con la lengua de los suyos y también la de los tuneros y sus costumbres.
Fostá, cuenta que creció, entre el sonido del gadá y el congó, comiendo frijol gandul, pescado, jutía, chivo, boniato y yuca.
La anciana haitiana-tunera aseguró que es bueno “que cada cual haga las cosas a su manera”, al mismo tiempo que habló de zombies, la brujería y la comida de santo, que aprendió a hacer.
Fostá, entra en la lista de los que superan los 100 años llenos de vida en la isla, a pesar de las carencias a las que deben enfrentarse y que han tenido que soportar durante años.
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Redacción Cubanos por el Mundo
