Laureano Falla Gutiérrez fue uno de los muchos magnates que amasó su fortuna en Cuba durante el siglo XX.
Este hombre español, que llegó a Cuba en 1874 con una pequeña tienda de ultramarinos, terminó convirtiéndose en uno de los hombres más ricos del país con una fortuna estimada en 35 millones de pesos.
Falla Gutiérrez, quien encabezó la dirección de varias grandes empresas cubanas, falleció en su mansión en El Vedado en 1929, y su muerte fue lamentada por el presidente Gerardo Machado en persona.
El periodista Francisco G. Navarro, desde la provincia de Cienfuegos recoge en una nota publicada en el diario 5 de Septiembre, partes de la vida de este hombre. Lo hizo, sin saber quizás – o sabiéndolo – que esta es la verdadera esencia del triunfo del ser humano en una sociedad muy distante de la actual.
Según narra este, Falla Gutiérrez comenzó su carrera en Cuba trabajando en una tienda de ultramarinos en La Esperanza, Villa Clara. Luego, se mudó a Santa Isabel de las Lajas, donde comenzó a comerciar con ganado y carne. Fue allí donde conoció a Nicolás Castaño y Capetillo, un banquero vasco con el que se asoció para expandir su negocio en Cienfuegos. Juntos, compraron varios ingenios azucareros, incluyendo el Central Andreíta y el Manuelita.
Con el tiempo, Falla Gutiérrez se convirtió en uno de los hombres más influyentes de Cuba, ocupando varios cargos ejecutivos en empresas y organizaciones importantes, como la Compañía Cubana de Fibras y Jarcias en Cárdenas y la Papelera Nacional en Puentes Grandes. También fue presidente de la Unión Agrícola Industrial y ocupó cargos importantes en el Banco Comercial y la Nueva Fábrica de Hielo, entre otros.
Falla Gutiérrez también se convirtió en una figura prominente en la sociedad cubana, encabezando la directiva de la Colonia Española en Cienfuegos y siendo uno de los fundadores del Sanatorio en esa misma ciudad. Incluso fundó un pueblo en Camagüey, llamado Falla, cerca del ingenio que construyó, el Adelaida.
La vida de Laureano Falla Gutiérrez es un ejemplo de cómo muchos inmigrantes españoles llegaron a Cuba con poco y lograron acumular grandes fortunas gracias a la industria azucarera y otras empresas en la isla. Su historia también refleja el papel que desempeñaron los magnates españoles en la economía y la sociedad cubana durante gran parte del siglo XX.
Con respecto a Nicolás Castaño – o don Nicolás como solía llamarlo mi abuela, que trabajó para él durante mucho tiempo – hay una anécdota muy importante y graciosa si se quiere, que habla muy bien del verdadero espíritu de los hombres que como él y Laureano, se ganaron la fama y el nombre gracias a su duro trabajo.
Don Nicolás asistió con su hijo a una gala benéfica, y al finalizar la misma se recogió dinero entre los presentes. Su hijo, que había asistido con él al evento donó $100 pesos cubanos; él, solo $20.
A la organizadora le resultó extraño aquello. Incluso pensó que Don Nicolás se había confundido. Con mucha diplomacia se le acercó y le dijo en voz baja, pero perfectamente audible para los que se encontraban cerca:
“Pero Don Nicolás, su hijo donó $100 pesos y Ud. solo $20”
Este, le respondió:
“Es que él es hijo de millonarios; yo no”.
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