La educación, uno de los pilares que el régimen cubano solía enarbolar con orgullo, enfrenta hoy una crisis sin precedentes. Según cifras recientes, Cuba tiene un déficit de más de 17 mil maestros. Pero, ¿dónde están todos estos educadores? La respuesta podría sorprender a muchos: en el extranjero, ofreciendo sus servicios en “misiones” que se asemejan más a la exportación de mano de obra que a la cooperación internacional. O desencantados de un régimen que los esclavizó y engañó como bebés lactantes durante años y convertidos en migrantes irregulares por selvas y montes de Centroamérica.
Durante años, Cuba ha encontrado en la exportación de servicios, incluidos médicos y maestros, una fuente principal de ingresos para su Producto Interno Bruto (PIB). Estos profesionales, a menudo enviados al extranjero en condiciones que rayan en la explotación, se han convertido en una especie de “sacos de azúcar” modernos, recordando los tiempos en que Cuba era una potencia azucarera mundial.
El éxodo de profesionales de la educación no es un fenómeno nuevo.
Las causas son múltiples: bajos salarios, condiciones laborales precarias y la falta de incentivos para permanecer en el sector. Sin embargo, lo que resulta irónico es que, a pesar de la aguda escasez de maestros en la isla, el gobierno cubano sigue ofreciendo sus servicios educativos al extranjero. Recientemente, el embajador de La Habana en Kingston ofreció exportar docentes cubanos a Jamaica, un país que también enfrenta su propia crisis de éxodo de maestros.
Este panorama deja en evidencia una contradicción flagrante. Mientras las aulas cubanas carecen de docentes y en algunas escuelas no se ha impartido ni una sola clase de ciertas asignaturas, el gobierno sigue viendo a sus profesionales como mercancías exportables en lugar de valorarlos como el recurso valioso que son para el desarrollo nacional.
El gobierno cubano, en lugar de abordar las causas subyacentes de esta crisis, parece estar más interesado en obtener ganancias a corto plazo a expensas de la educación de sus jóvenes. La solución no radica en culpar al embargo o a otras fuerzas externas, sino en reconocer y abordar las deficiencias internas que han llevado a esta situación.
En resumen, si Cuba realmente quiere abordar su crisis educativa, debe comenzar por valorar y retener a sus maestros, en lugar de verlos como un producto de exportación. Solo entonces podrá comenzar a reconstruir su otrora prestigioso sistema educativo.
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