Una reciente publicación aparecida en la página de Facebook de la Embajada de EE.UU. en Cuba, en la que se resalta la figura de la cantante cubana Laritza Bacallao, ha generado una ola de controversia y descontento en las redes sociales.
Los comentarios de los internautas no se han hecho esperar tras la publicación, criticando duramente el desconocimiento de la historia de Cuba, particularmente la esclavitud, y la elección de Bacallao, quien por cantar le ha cantado a Fidel Castro, una figura históricamente opuesta a los intereses estadounidenses y un enemigo acérrimo de todas las administraciones norteamericanas.
La controversia se centra en varios puntos clave.
Primero, la mención de Laritza Bacallao, quien, a pesar de su talento musical, es vista por muchos como una artista oportunista e ignorante, cercana al régimen cubano, lo cual choca con los valores y la historia de resistencia y lucha por la libertad que muchos exiliados cubanos y sus descendientes valoran profundamente.
Además, el hecho de que Bacallao invoque el nombre de Celia Cruz, una icónica cantante cubana negra que fue censurada y prohibida por el régimen cubano durante años, ha sido particularmente irritante para los internautas cubanos. Cruz representa no solo el exilio cubano, sino también la resistencia contra la opresión y la dictadura, valores que parecen haber sido ignorados o malinterpretados por la embajada en esta promoción.
Las críticas también se extienden a la percepción de que este tipo de “intercambio cultural” promovido por la embajada, lejos de construir puentes de entendimiento y respeto mutuo, parece trivializar la dolorosa historia de Cuba y sus complejas realidades actuales. En particular, los comentarios subrayan la insensibilidad hacia la historia de la esclavitud en Cuba, una herida profunda en el tejido social de la nación que aún tiene repercusiones en la actualidad. La esclavitud no es un tema que se pueda tratar a la ligera, y mucho menos ignorar o banalizar en intentos de promoción cultural que parecen desvinculados de la realidad cubana.
La reacción en las redes sociales refleja un profundo malestar con la percepción de que la embajada está, quizás sin querer, promoviendo una narrativa que minimiza las luchas y sufrimientos del pueblo cubano a lo largo de su historia.
Los comentarios pueden resumirse en tres aspectos claves.
Uno: las críticas sobre la banalización de la esclavitud y el uso inapropiado de figuras históricas:
Dos: los comentarios sobre la gestión de las redes sociales de la Embajada:
Tres: los comentarios que mencionan la necesidad de un cambio político liderado por Donald Trump:
Todas estas categorías de críticas, con ningún comentario a favor de la publicación de marras, reflejan un profundo descontento con la forma en que se ha manejado la comunicación por parte de la Embajada de EE.UU. en Cuba, criticando la falta de sensibilidad hacia temas históricos y culturales importantes, así como cuestionando la influencia y objetivos detrás de las publicaciones realizadas.
Este episodio resalta la importancia de un enfoque cuidadoso y respetuoso por parte de las instituciones extranjeras cuando se involucran en la promoción de la cultura y la historia de países con pasados complejos y dolorosos como Cuba.
La historia de Cuba, marcada por la resistencia contra la esclavitud, el colonialismo y la opresión dictatorial, merece ser contada con respeto, profundidad y sensibilidad hacia aquellos que han sufrido y siguen sufriendo bajo el peso de esas realidades.
Este incidente subraya la necesidad de una mayor comprensión y respeto por la historia y la cultura cubanas, especialmente cuando se promueven iniciativas culturales que tienen el potencial de influir en la percepción pública.
La embajada, como representante de los Estados Unidos en Cuba, puede promover el intercambio cultural, pero tiene la responsabilidad de hacerlo una manera que honre y respete la rica y a menudo trágica historia de la isla, y de la tragedia que significó la esclavitud.
Este episodio sirve como un recordatorio crítico de esa obligación y como una mancha horrenda en la historia de la diplomacia estadounidense.
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