La situación en Guantánamo está tan fuera de control que parece sacada de una película de desastres.
Aquí no hay héroes que vengan a salvar el día, ni final feliz a la vista. La realidad es cruda, y lo que está pasando allí es el colmo del desastre humanitario.
Según diversos testimonios que se han recogido boca a boca, de los que no te habla en noticiero ni los medios, la gente, desesperada, ha tenido que refugiarse en las montañas, e incluso en cuevas, porque sus casas quedaron completamente bajo el agua después de que las lluvias colapsaran las presas cercanas. Imagina esto: familias enteras sobreviviendo como pueden, viviendo sobre los techos de sus casas mientras el nivel del agua sigue sin bajar. Y lo peor es que no hay señales de que la situación vaya a mejorar pronto.
Los municipios de San Antonio e Imías, en Guantánamo, se convirtieron en zonas de desastre. El agua subió más de tres metros, arrasando con todo lo que había en su paso. La mayoría de los habitantes no tenían idea de lo que se venía porque, como de costumbre, las autoridades no hicieron bien su trabajo. A pesar de que se sabía que las presas estaban a punto de colapsar, no hubo ningún aviso adecuado, y muchos fueron sorprendidos en plena noche, sin tiempo para evacuar.
En un intento desesperado por sobrevivir, los que tenían suerte subieron a las azoteas de sus casas, mientras que otros no tuvieron más opción que escapar hacia las montañas. Lo más impactante es que algunos han terminado viviendo en cuevas, como si estuviéramos retrocediendo a tiempos prehistóricos. La falta de electricidad y comunicación ha dejado a muchas de estas personas completamente aisladas del mundo, sin saber si sus familiares están vivos o muertos.
Las autoridades, por su parte, parecen más interesadas en controlar la narrativa que en salvar vidas. Los pocos informes que llegan a la prensa estatal son poco menos que triunfalistas, mientras que los verdaderos relatos de lo que está ocurriendo provienen de la iglesia y de los propios supervivientes. Cáritas, la organización humanitaria local, es prácticamente la única entidad que ha podido coordinar ayuda, y eso solo con permisos limitados.
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El acceso a las zonas más afectadas está controlado casi exclusivamente por el MININT y las FAR, y solo unos pocos han podido pasar para llevar agua, comida y otros suministros esenciales.


La ayuda humanitaria es prácticamente nula. Los pocos que logran enviar alimentos, lo hacen a través de Cáritas, quienes llevan galones de agua y comida enlatada. Pero es apenas una gota en un océano de necesidades. Algunos de los alimentos se llevan en neveras plásticas que logran mantener la comida fresca por un tiempo, pero la situación es tan crítica que las prioridades se han reducido a lo básico: agua para beber y algo que comer. Muchos de los refugiados han perdido absolutamente todo, y los que se han quedado con algo están tratando de compartir lo poco que tienen con los demás.
Para colmo, las carreteras están destruidas, los puentes colapsaron y muchas comunidades siguen incomunicadas. En algunas zonas, la única forma de llegar es caminando kilómetros entre el barro y los escombros. Las autoridades no han tenido la capacidad —o la voluntad— de enviar la ayuda necesaria, y la falta de combustible ha paralizado cualquier intento de movilización masiva de recursos.
Lo más escandaloso de todo es la negligencia absoluta del gobierno. No había ni un solo equipo de comunicación en las zonas afectadas cuando las lluvias comenzaron a caer, y la respuesta de las autoridades ha sido, como mínimo, vergonzosa. Los tres días de apagón nacional fueron la gota que colmó el vaso. No había forma de avisar a las personas del inminente desastre, y cuando por fin reaccionaron, ya era demasiado tarde para muchas familias. Se dice que hay decenas de desaparecidos, y las cifras de fallecidos no paran de crecer. Incluso algunos hablan de personas que murieron en medio del caos, como un hombre de apellido FIFE, cuyo cuerpo fue encontrado entre los escombros.


Las pocas historias que han salido a la luz muestran un panorama desolador. Hay familias que han perdido todo, pero que siguen tratando de salvar lo que pueden en sus fincas, mientras cocinan con leña en improvisados fogones.
El Valle de Caujeri, uno de los más productivos de la zona, está devastado, con cultivos arruinados y la economía local en ruinas. Para colmo, las pocas tiendas que quedan abiertas están desabastecidas, y los precios de los productos básicos han subido por las nubes.
A pesar de todo, algunos intentan organizarse. Las donaciones están llegando a cuenta gotas, y la gente hace lo que puede para ayudar. Cáritas sigue recolectando alimentos y suministros, pero el camino hacia la recuperación parece largo y tortuoso.
En medio de este caos, las redes sociales han sido el único espacio donde la verdad ha salido a la luz. Las imágenes y videos de las inundaciones, las casas destruidas y la gente viviendo en los techos circulan entre los que pueden acceder a internet, mientras que la televisión estatal sigue fuera de sintonía, ofreciendo una versión maquillada de los hechos.
Guantánamo, ahora más que nunca, es el reflejo de una gestión desastrosa y de una población que, a pesar de todo, sigue resistiendo. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Lo único cierto es que esta crisis ha puesto en evidencia, una vez más, la desconexión total entre el gobierno y la realidad del pueblo.