Un texto escrito por la joven to de Isabel Cristina Lopez Hamze, compartido en sus redes sociales, es un ejemplo inquietante de cómo la narrativa oficial y la cotidianidad de la crisis en Cuba pueden entrelazarse para normalizar e incluso romantizar una realidad marcada por la miseria. Aunque la intención de la autora probablemente no haya sido otra que la de compartir recuerdos personales y familiares, la descripción de las penurias de la infancia cubana se presenta de una manera que, en última instancia, refuerza el discurso oficial.
El relato de las noches de apagones, descrito con un aire casi nostálgico, convierte un contexto de carencias extremas en una serie de anécdotas entrañables. La autora detalla cómo su familia se adaptaba a la falta de electricidad, agua corriente y alimentos, presentando estas circunstancias como el marco de experiencias felices y memorables.
Frases como “No recuerdo cuando se iba la corriente, recuerdo cuando venía y todo el barrio gritaba de emoción” y “Para mí estar sin electricidad era algo normal, que se encendiera todo de pronto, era otro tipo de felicidad”, pintan un cuadro en el que la miseria se transforma en un espacio de disfrute y aprendizaje.
Lo que resulta aún más perturbador es la forma en que narra: “Algunos de los mejores recuerdos de mi infancia son en apagón. Nosotros tres acostados, mi papá echándonos fresco con un cartón”.
Esta narrativa, sin quererlo, ha servido de perilla al medio oficialista Tribuna de La Habana, un órgano ideológico del Partido Comunista de Cuba, que la ha utilizado sin remilgos, y probablemente sin pedirle permiso a su autora, para ilustrarla como ejemplo de resiliencia y fortaleza, proyectando la idea de que los cubanos pueden encontrar dicha en la precariedad.
La romantización de las privaciones es particularmente preocupante cuando se inserta en el contexto de un país que lleva 65 años bajo un régimen que perpetúa estas condiciones. Lo que debería ser una denuncia implícita de las carencias estructurales se convierte, sin querer, en una especie de enseñanza: los apagones y la falta de recursos no solo son soportables, sino que pueden ser vistos como episodios llenos de “amor y cultura”. Esto traslada la responsabilidad de la crisis al individuo, exaltando la adaptación personal en lugar de cuestionar el origen de las dificultades.
Mientras algunos lectores podrían interpretar el texto como una simple evocación nostálgica, es vital criticar cómo relatos como este contribuyen a un discurso que perpetúa la resignación y la sumisión ante la crisis, en lugar de desafiarla y exigir soluciones.
Lo “raro” es que esta no es, ni será, la única persona en Cuba que “romantice” los apagones.
Un ejemplo reciente es el del cantautor Cándido Fabré, quien afirmó que “en apagón uno aprende” y que durante esos cortes de electricidad “hen ese poquito rato”, él “hace cosas”.
Fabré, conocido por su postura afín al régimen, incluso compuso un tema titulado “Entre apagón y alumbrón”. Estas declaraciones, lejos de denunciar la realidad insostenible de los apagones, se alinean con la narrativa de “resistencia creativa” que promueve la cúpula del poder en La Habana, reforzando una visión de conformismo y resignación disfrazada de virtud.
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