Unas recientes publicaciones del colega y amigo Siro Cuartel, unidas al reciente post de Jorge Ferdecaz criticando sarcásticamente a La Diosa por presuntamente tatuarse en su piel el nombre de Alexander Otaola, es el punto de partida para este análisis que pone en evidencia una serie de contradicciones dentro de este círculo al que el propio Otaola ha llamado “El Club de la Casita de Kendall” (o algo parecido). Ferdecaz, quien suele mostrarse repetidamente defensor de todos los artistas cubanos, parece haber encontrado un límite en su discurso. Y ese límite parece ser cuando alguien toma decisiones que no encajan en su “manual progresista”.
El progresismo selectivo y el machismo disfrazado de sarcasmo
Hay algo profundamente incoherente en quienes se autoproclaman defensores de la cultura, la tolerancia y la igualdad, pero no dudan en usar el sarcasmo más básico y ofensivo cuando alguien no encaja en su “idea” de lo que debe ser un artista.
El comentario de Jorge Ferdecaz sobre La Diosa que analizaremos aquí, no solo raya en el mal gusto, sino que además delata un machismo y clasismo que, curiosamente, contradicen todo lo que dice defender.
Hacer una referencia a las vitaminas prenatales y la lactancia materna exclusiva para insinuar que alguien es idiota o “corto de luces” no es solo una falta de respeto, sino un golpe bajo que no se espera de alguien que se presenta como iluminado y feminista en sus post de Facebook.
¿Dónde está esa defensa a ultranza de los artistas cubanos que aplica a todos menos a quienes no encajan en su visión del mundo? Porque parece que, para Ferdecaz, ser artista es válido siempre y cuando cumplas ciertos requisitos: no tatuarte nombres que él considere inapropiados o no expresar admiración por figuras polémicas.
La ironía aquí es que La Diosa, con todo lo que representa, es el reflejo de la libertad artística que Ferdecaz dice defender. Ella tomó una decisión personal, que puede ser criticada, claro, pero ¿es necesario recurrir a un comentario que roza lo misógino para desacreditarla? ¿O es que el sarcasmo fácil y machista sigue siendo la herramienta favorita de quienes no tienen un argumento sólido?
Es fácil caer en la trampa de creerse superior, de usar el privilegio del sarcasmo intelectual para ridiculizar al otro, pero hacerlo a costa de una mujer que simplemente decidió expresar su admiración de manera personal es, francamente, decepcionante. Si algo demuestra este episodio es que, a veces, los mayores defensores de la tolerancia son los primeros en romperla cuando alguien no sigue su “manual” de lo que es aceptable.
Al final, lo que queda claro en este post de Jorge Ferdecaz no es solo el desprecio hacia La Diosa, sino la incapacidad de algunos de practicar lo que predican. Porque defender a los artistas cubanos debería ser más que un eslogan; debería significar defender también sus decisiones, por más que nos incomoden. Pero parece que, para algunos, la tolerancia tiene límites, y esos límites se cruzan justo cuando la libertad del otro choca con sus prejuicios.
Ya veremos si recibe un cocotazo.
El club de los “ilustrados”
Ferdecaz parece estar solo en esta actitud, si tenemos en cuenta que las figuras a las que él suele acompañar, Mabel Cuesta y Enrique Guzmán Karell, a quienes se les ha criticado que operan desde un pedestal moral que les permite juzgar y descalificar a quienes no comparten sus puntos de vista, no se han mostrado nunca particularmente misóginos. Eso sí, debemos dejar claro que este grupo, que podría definirse como una élite ideológica dentro del exilio cubano, tiene un patrón claro: si no piensas como ellos, quedas fuera del debate, clasificado como “poco inteligente” o ignorante. Pero no creo que compartan “la broma” de su amigo menos ilustre.
Y digo “su amigo menos ilustre”, porque Jorge Ferdecaz ha estado siempre listo para replicar cualquier idea que venga de Mabel o Enrique, adornándola con su característico sarcasmo.
Mabel Cuesta, con su discurso elevado y moralizante, no deja mucho espacio para el diálogo real, pero sí para captar seguidores, debido principalmente a su hermosa y frecuente actividad humanitaria por la gente desfavorecida y vulnerable.
Sin embargo, su tendencia reiterada a descalificar a sus críticos y ridiculizarlos – a veces, muy subliminalmente – por sus gustos o afiliaciones, refleja una desconexión con la pluralidad que dice defender. Por su parte, Enrique Guzmán Karell adopta siempre un tono más reflexivo manteniéndose a la sombra, que a la larga es menos divisivo, pero igual está ahí, latente y pensante.
Un reciente comentario suyo publicado en Facebook en referencia a la figura de José Daniel Ferrer, desencadenó una tormenta de interpretaciones que más que sumar, dividieron.
Por allí, y por otros lares, cuando las críticas han apuntado directamente a Cuesta y Guzmán Karell, siempre ha aparecido la sólita defensa de Jorge Ferdecaz, pero en esta ocasión brilló por su ausencia. Un silencio que resulta, cuando menos, curioso. ¿Acaso la lealtad dentro del club tiene límites? ¿No lo vio o no quiso meterse en camisa de once varas?
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El feminismo selectivo y las críticas de sus contemporáneos
Uno de los puntos más llamativos de este grupo es cómo aplica sus principios de manera selectiva. Mabel Cuesta, feminista ciento por ciento, ¿qué dirá sobre el ataque de Ferdecaz a La Diosa? Porque si algo queda claro es que el comentario del actor no solo fue misógino, sino también clasista, al descalificarla desde una perspectiva personal y física. La coherencia feminista demandaría una postura crítica hacia el comentario de Ferdecaz, pero hasta ahora no ha habido tal respuesta. ¿Acaso la lealtad dentro del club tiene límites? ¿No lo vio o no quiso meterse en camisa de once varas? ¿Tal vez le escribió por interno? Esperemos que sí.
Este silencio no es nuevo. Cuesta ha demostrado ser en ocasiones selectiva con sus críticas, reservándolas para quienes no comparten su narrativa mientras ignora las inconsistencias dentro de su propio círculo. Y es precisamente esta falta de coherencia la que resta credibilidad a su discurso.
De hecho, la crítica reciente, pública, que le hizo el ex periodista de Cibercuba Noticias, Lázaro Javier Chirino, encapsula perfectamente esta dinámica.
Según Chirino, Mabel Cuesta “se cree superior a muchos” y selecciona “quirúrgicamente” a las personas que la rodean, asegurándose de que coincidan ideológicamente con ella. Esta actitud, lejos de construir puentes, levanta barreras dentro de una comunidad que debería estar unida por objetivos comunes. Chirino señala además que su ayuda viene con expectativas de lealtad incondicional, lo que la aleja de un verdadero compromiso pluralista.
Por otro lado, Jacobo Londres, en otra publicación, ofreció una perspectiva igualmente crítica, destacando cómo Cuesta y quienes la rodean utilizan la moralidad como un arma para desacreditar a quienes no se alinean con su visión. Londres describe esta dinámica como un juego de poder, donde se exigen estándares imposibles de coherencia y se ridiculiza a quienes no cumplen con ellos. Esta actitud elitista no solo divide, sino que perpetúa las mismas dinámicas de exclusión que estos progresistas dicen combatir.
Al final, el progreso de los iluminados del Club de Kendall, no podrá nunca medirse por cuán elevado sea el discurso que enarbolen, sino por la capacidad de dialogar y construir desde la diferencia, como bien señala Cuartel en dos reflexiones que hizo en su perfil de Facebook.
Las actitudes de Jorge Ferdecaz, Mabel Cuesta y Enrique Guzmán Karell, al replicar dinámicas de exclusión y superioridad moral, terminan debilitando cualquier intento de unión dentro del exilio cubano. O al menos eso creo yo, quien les escribe. Y si hablamos de la misoginia de la que ha hecho alarde Ferdecaz… ¡apaga y vámonos!
Porque, al final, lo que más distancia a las personas no es la falta de inteligencia, sino la falta de humildad para reconocer que nadie tiene la verdad absoluta. Mientras ellos se ocupan de clasificar a los demás, y Ferdecaz luce descololado de lo que predica, las críticas que reciben de voces como las de Chirino y Londres son un llamado a reflexionar sobre las fracturas internas que ellos mismos perpetúan.