Miami tiene mucho que ofrecer, pero para los delincuentes foráneos, la ciudad es un campo minado. Recientes incidentes ocurridos en Miami-Dade lo dejan claro: no hay espacio para quienes piensan que pueden venir a jugar con la ley.
El caso más reciente involucra a Andrew Thurston, un hombre de Kalamazoo, Michigan, que ahora enfrenta cargos graves por comportamiento inaceptable durante un crucero que atracó en PortMiami.
Según las autoridades, Thurston, de 25 años y con un físico imponente (6 pies 8 pulgadas y 300 libras), presuntamente tocó inapropiadamente a dos adolescentes de 14 y 15 años durante una fiesta en altamar. La situación se salió de control tan pronto como el crucero llegó a Miami.
La policía del condado lo arrestó y, aunque ya está libre bajo fianza, las acusaciones de actos lascivos y molestación pesan sobre él. Thurston creyó que las aguas internacionales le daban inmunidad, pero subestimó la determinación de las autoridades locales.
Por si esto fuera poco, George Sternbergh, un fugitivo de Kentucky con una hoja de antecedentes tan extensa como cuestionable, también pensó que podía escapar a la sombra de los rascacielos de Miami. Este individuo, conocido por varios alias, protagonizó un violento episodio en las calles del condado.
Tras una persecución policial, dos choques y un acto de heroísmo por parte de una víctima que salvó a otra persona, Sternbergh fue finalmente detenido. Su lista de cargos incluye homicidio vehicular, conducción temeraria y huir de la escena de un accidente, entre otros. Su intento de fuga solo sirvió para sellar su destino.
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La línea roja de Miami
Estos casos destacan un hecho claro: las autoridades de Miami-Dade no están dispuestas a tolerar comportamientos que amenacen la seguridad de sus residentes y visitantes. Entre un eficiente Departamento de Policía y un sistema judicial firme, la ciudad deja claro que no hay escondite para quienes intenten actuar al margen de la ley.
Desde los muelles de PortMiami hasta las transitadas avenidas de Model City, los delincuentes foráneos encuentran en Miami una ciudad que responde con rapidez y contundencia.
Thurston y Sternbergh son apenas los ejemplos recientes de una lección que muchos están aprendiendo por las malas: Miami no es una ciudad para esconderse, mucho menos para delinquir.
Redacción de Cubanos por el Mundo