La lista de los chupatetas del Ministerio de Cultura de Cuba y de modo general de las instituciones culturales cubanas no se queda solo en los nombres revelados por mí estos días. Alexis Triana, Raúl Torres y Tony Ávila, se pudiera decir, son unos infelices al lado del camaján mayor: Arnaldo Rodríguez, el del Talismán.
Arnaldo ha evolucionado muchísimo desde que fuera utilero y deviniera en facharían de instrumentos para armar su banda. De esa historia ya se ha hablado alguna vez y es sin dudas un mérito que acumuló de frente a la casta enguayaberada del PCC, a la cual, con el tiempo, ha mostrado la más absoluta obediencia.
Tanto servilismo no solo le ha servido para mantener, en medio de las crisis, una clientela más o menos estable, turística, en la paladar El Talismán, sino que también le permitió hacer cambalaches en el momento más oportuno con el cambio de la moneda; y… ser seleccionado para abrir una Mipyme.
El documento oficial así lo prueba: una SRL domiciliada en Playa, La Habana, dedicada a gestionar bares, discotecas, pistas de baile y organizar cumpleaños, bodas y cualquier actividad festiva “permitida por la ley”. No podía faltar esa muletilla legalista. Pero, ¿de dónde sale el músculo para emprender tantos proyectos como los que Arnaldo impulsa al mismo tiempo? La respuesta es clara: del dinero público.
Arnaldo Rodríguez lleva años sacando tajada gorda del presupuesto del Ministerio de Cultura. Se ha convertido en un organizador profesional de festivales y eventos por toda la Isla, uno diferente cada mes si se lo propone.
Y reparte, pero se asegura de tocar en los mejores lugares.
El más conocido es el Festival Piña Colada, que se celebra en su natal Ciego de Ávila, y que según confirmó una fuente del MINCULT bajo condición de anonimato, recibe una asignación millonaria del Estado cubano cada año. Parte de ese dinero, apunta la misma fuente, “se reparte en la estructura, toca a los jefes”, y otra parte va directo al bolsillo de Arnaldo, quien opera con la tranquilidad del que se sabe intocable.
No por gusto figura entre el top 5 de los más beneficiados por el Ministerio de Cultura, junto a Jorgito Karamba; Issac Delgado; la capitana del MININT Rochy Ameneiro y su marido Josué García, dueño de La Rueda Producciones (promotores de eventos con altísimo financiamiento estatal); y Maykel Blanco, el de Salsa Mayor, quien además es protegido personal de Lis Cuesta, esposa de Miguel Díaz-Canel.
Son músicos que manejan a discreción fondos públicos para organizar conciertos, festivales y giras, mientras en Cuba faltan libros de texto, papel para imprimir y electricidad para que los niños vean una función de teatro sin que se les apague el aire.
Arnaldo, sin embargo, va más allá. No solo promueve conciertos con fondos públicos y se presenta como artista comprometido con “la cultura revolucionaria”. También ha sabido leer el nuevo lenguaje del poder: privatiza mientras defiende la empresa estatal socialista, predica austeridad mientras organiza fiestones con patrocinios públicos y privados, y crea mipymes mientras declara que no hay que privatizar la cultura.
Su empresa Mambo S.R.L., que recién fundada enganchó un Proyecto de Desarrollo Local en coordinación con la Dirección Municipal de Cultura en Playa, agrupa la producción de eventos, gastronomía, gestión cultural, e incluso actividades sociales como el proyecto Lucecita, con niños y personas con discapacidad intelectual. Todo eso suena bonito, hasta que uno entiende que es parte del mismo modelo parasitario: el Estado pone la plata, Arnaldo el logotipo, y el resto va a parar a cuentas personales.
Las migajas, las reparte en proyectos como “Lucecita”, con niños, donde es posible que algo, alguito, de su dinero personal sea distribuido ahí.
Dice él que “no se ha divorciado” de EGREM ni de MUSICUBA, las empresas estatales que lo representan desde hace 20 años. Y no lo hará, porque sabe que es precisamente esa relación simbiótica la que le permite seguir accediendo al presupuesto estatal, a contratos en el extranjero, a los recursos y privilegios que le permiten vivir como un empresario capitalista, sin renunciar al lenguaje y los beneficios de la oficialidad cultural cubana.
Arnaldo, el del Talismán, el “creador en toda la extensión de la palabra”, como lo llaman algunos periodistas oficialistas, es en realidad un símbolo perfecto del modelo de simulación cubano: artistas que visten de pueblo pero gestionan como burgueses, que cantan por la Revolución mientras arman empresas para el lucro personal, que hablan de identidad y valores para justificar su acceso exclusivo a recursos que la mayoría del país jamás verá. Mientras los verdaderos creadores viven del invento o el exilio, él vive del Ministerio. Y lo vive bien.