Belissa Cruz hace una catarsis defensiva en La Familia Cubana sobre lo sucedido con la planta eléctrica.
Belissa Cruz habla en La Familia Cubana sobre el famoso spot de la planta eléctrica.

Belissa Cruz y su catarsis defensiva, con dos PING…s incluidas, ante la Familia Cubana

Dec 27, 2025

Circula por las redes una entrevista concedida por la actriz Belissa Cruz al canal de la llamada “Familia Cubana”, en la que se vuelve a indagar sobre el famoso y fatídico episodio del spot de la planta eléctrica de la cual ella fue protagonista. En la entrevista, conocimos que ella además de protagonizarlo, lo escribió. O sea: el guión fue suyo.

La “aclaración” de los hechos, sin embargo, no funciona como una aclaración propiamente dicha; ni siquiera como una disculpa. En ningún momento la actriz mira a la cámara y de frente le dice al pueblo: “Señores, me equivoqué, discúlpenme”.

Lejos de eso, todo lo dicho, risitas a cada rato incluidas y un reconocimiento que, a pesar de todo el ruido se vendieron todas las plantas, funciona como lo que es: una catarsis defensiva. No hay silencio reflexivo, no hay pausa para medir el daño simbólico, no hay reconocimiento claro del lugar desde el que habló entonces y desde el que habla ahora.

Hay, en cambio, una descarga emocional pronunciada en voz alta, atravesada por risas, repito, y no solo suyas, malas palabras y una sensación persistente de incomprensión por parte de los demás hacia ella, que tiene que luchar sus frijoles porque nadie le regala un plato de comida a ella y su hijo.

En ese, “vale todo”, hay, sobre todo, un escenario que condiciona todo lo demás: el de un grupo de entrevistadores que, salvo una excepción, decide tratar el asunto con ligereza.

Esa excepción resultó ser Alejandro Cuervo, quien no solo se mantuvo serio todo el tiempo, sino que al menos formula la pregunta inicial y tal vez la más inteligente en todo el segmento, desde un lugar humano: “¿cómo viviste eso?”.

Sin embargo, la conversación se desborda rápido hacia otro registro. El resto de las voces que acompañan la charla optan por la risa, el comentario cómplice, la frase tranquilizadora. Se ríen cuando se menciona que “se vendieron todas las plantas”. Sonríen cuando se habla del ruido en redes. El conflicto se convierte en anécdota. La ética se disuelve en un muy mal performance; donde se nota que, a ninguno de ellos, y entremos ya en materia “Belissística”, le importa ni pinga.

Belissa, por su parte, entra al relato ya armada. Reconoce la autoría del spot, pero no la sostiene: inmediatamente la envuelve en explicaciones, ingenuidad declarada y una narrativa de malentendido. El centro de su defensa no es el impacto del mensaje, sino la intención con la que fue creado. Ahí aparece la fractura principal: en un país donde los apagones no son una metáfora sino una forma de vida, la intención importa menos que el efecto. Y el efecto fue leído como una invitación a resolver individualmente, con dinero, lo que es una carencia estructural. Ella niega esa lectura, pero no logra desmontarla.

En ese esfuerzo, Belissa apela a credenciales de pertenencia: también pasó trabajo, también vivió apagones, también echó aire con una penca a su hijo. No es burguesa, insiste.

Esa defensa revela algo más profundo: la necesidad de no quedar fuera de “la familia cubana”, de no ser expulsada simbólicamente del nosotros. Sin embargo, cuando el discurso se tensa, aparece la generalización: “los cubanos somos los peores”. Es un momento de quiebre. De víctima pasa a acusadora, y con eso se amplía la distancia con el mismo público al que dice comprender.

Según ella, la culpa la tuvo un oportunista porque, después de ese mensaje, todo se descontroló. O sea: según su lógica, si esa persona no hubiese comentado como lo hizo, no hubiese pasado nada y… ¡el spot hubiese sido una maravilla! (Bueno, para ella fue una maravilla comercial)

Sobre el tema del llamado oportunismo, le comentó el periodista independiente Adelth Bonne Gamboa.

Las malas palabras en boca de Belissa

Las malas palabras —las dos PING…s incluidas en boca de la misma actriz y divulgadas sin el pi…. del spot— no son un detalle menor. Funcionan como válvula emocional, como gesto de autenticidad, pero también como marcador de cierre: aquí no hay autocrítica serena, hay rabia contenida. Y esa rabia convive con algo más inquietante: la normalización del daño cuando el resultado comercial fue positivo. “Lo malo trae lo bueno”, dice Cuervo muy serio. Se vendió todo. Caso cerrado.

Pero no está cerrado. Porque la frivolidad con la que se trató el tema en la entrevista no es solo responsabilidad de Belissa. Es un síntoma más amplio de cómo ciertos espacios mediáticos cubanos, incluso en la diáspora, prefieren el chucho al análisis, la complicidad al conflicto, la risa al silencio incómodo. Entrevistadores que no preguntan desde la grieta, sino desde el colchón. Que acompañan, suavizan, protegen. Canales como el de esta familia que divulgan un contenido sin filtros que será devorado sin filtros, contribuyen a no dudarlo a autentificar y respaldar todo el clima de violencia verbal y física que está teniendo lugar ahora mismo en el país.

¡Y luego critican a Otaola!

La catarsis defensiva de Belissa Cruz no ocurre en el vacío. Ocurre frente a una “familia” simbólica que pretende erigirse y elegirse como la auténtica y más representativa, que ríe, asiente y pasa página rápido. El problema no es que se rían. El problema es de qué se ríen. Y de lo que dejan intacto cuando lo hacen.

Hago un punto y aparte para analizar los comentarios dejados en la publicación.

Al analizar 106 comentarios escogidos al azar entre los 455 que hay en estos instantes en que se escribe la nota, descubrimos que no estamos ante un debate, sino ante un campo emocional polarizado donde la mayoría de los comentaristas no discuten el hecho original (el spot), sino la identidad moral de Belissa. El eje no es “qué se dijo”, sino “qué clase de persona es” ella.

Y es necesario analizar el clima, las posiciones y las lógicas de esos 106 comentarios, no para reproducirlos sino para entender qué tipo de comunidad se activa, qué se perdona, qué se justifica y qué se cuestiona, siempre en continuidad con lo dicho por la actriz.

En ese marco, se pueden identificar cuatro grandes grupos.

El primer grupo es el más numeroso: los que aupan. Aquí Belissa no es una actriz que cometió un error comunicativo, sino una “tronco de ser humano”, una “mata entera”, una mujer “real”, “auténtica”, “sin pelos en la lengua”, malas palabras en vivo incluidas. La validación no viene de su discurso actual, sino de su pasado reciente en Oriente, de su presencia allí tras el paso del huracán Melissa; de haber llorado con los damnificados, de haber caminado sobre kilómetros de fango. Es una lógica de crédito moral acumulado: “hizo el bien antes, por tanto no puede haber hecho el mal ahora”. En este grupo, el spot queda anulado por la biografía.

El segundo grupo es el de quienes perdonan y justifican, aunque con más matices. Reconocen que “quizás estuvo feo”, que “el mensaje no fue el mejor”, pero inmediatamente lo diluyen: era una promoción más, la publicidad siempre ha existido, ella no tiene la culpa de lo que pasa en el país, no prende termoeléctricas, solo trabaja. Aquí aparece con fuerza la idea de que la intención limpia el impacto. Si no quiso ofender, entonces no hay ofensa. Este grupo acepta que hubo ruido, pero lo ve como exageración, maldad ajena o manipulación.

Un tercer grupo, más pequeño pero significativo, es el de quienes critican sin linchar. Son los comentarios que dicen: no te burlaste, pero el mensaje fue incorrecto; cuando eres figura pública debes medir palabras; no era el momento; no todo se justifica con autenticidad. Este grupo no niega su valor humano ni su trabajo previo, pero no acepta que eso la exima del error. Aquí aparece una crítica adulta: no pide cancelación, pide responsabilidad.

El cuarto grupo es el más tenso: quienes confrontan frontalmente. Aquí el discurso ya no es sobre formas, sino sobre fondo. Se habla de oportunismo, de vivir del dolor ajeno, de normalizar la miseria, de vender soluciones inaccesibles al 90% del país. En estos comentarios aparece, por primera vez con claridad, la lectura política que Belissa rechaza: el spot sí fue leído como “no protestes, resuelve tú”. Es importante notar que este grupo es rápidamente rodeado, atacado y silenciado por los otros tres.

Y aquí entra un elemento sociológico clave: la comunidad no debate, defiende. La mayoría de los comentarios no dialogan con la crítica, la expulsan. Al crítico se le llama estúpido, envidioso, oportunista, traumado, enfermo, alguien que “habla desde allá”. Se construye un nosotros moral (“los que sabemos quién eres”) contra un ellos patológico. Esto reproduce exactamente la lógica que Belissa usa en la entrevista.

Otro patrón claro es la normalización de la vulgaridad como autenticidad. Para muchos comentaristas, decir malas palabras no resta, suma: es “ser real”. Quienes señalan incomodidad con ese lenguaje aparecen como mojigatos o elitistas. Se establece una equivalencia peligrosa: lenguaje agresivo = verdad. Eso explica por qué las dos PING…s no solo no molestan a muchos, sino que refuerzan la identificación.

También es evidente la fatiga moral del cubano. Hay comentarios que no defienden a Belissa por ella, sino por cansancio: “hay que sobrevivir”, “todo el mundo hace promociones”, “así llevamos 60 años más”. Aquí el conflicto se diluye en resignación. No se analiza el mensaje porque ya no se espera coherencia ética de nadie.

En conjunto, estos comentarios no absuelven ni condenan el spot: absuelven a la persona. Y al hacerlo, refuerzan una cultura donde el carisma, la biografía emocional y la pertenencia pesan más que el contenido del mensaje. Por eso la catarsis defensiva de Belissa encuentra eco: no es solo su descarga, es la descarga de una comunidad acostumbrada a justificar para no pensar. Y por eso, estamos como estamos, Venancio.

En “defensa” de Belissa

No todo el mundo reacciona igual al contar un recuerdo. Digamos que, ya pasada la tormenta con la planta, a Belissa se le fue un poco “la risa”, y a otros dos también. Eso lejos de “contradecir” nada, suele ser una señal de que el cuerpo llegó tarde a la conclusión que la cabeza intentó saltarse al principio.

Cuando alguien cuenta un episodio que le explotó en la cara, la primera vez que lo narra muchas veces lo hace con risa por tres razones muy humanas: porque necesita controlar la vergüenza, porque quiere mostrar que “no le afecta”, o porque está intentando convertir algo traumático en anécdota para que duela menos. Es lo que la psicología describe como “nervous laughter” o risa nerviosa: una respuesta frecuente ante tensión, ansiedad o incomodidad, que puede funcionar como mecanismo defensivo y regulador de emociones. Es una risa de superficie, de supervivencia social.

En cámara, además, la risa funciona como escudo: si me río, yo decido el tono; si no me río, el tono me arrastra. Investigaciones sobre humor como señal interpersonal y sobre estilos de humor en contexto social va justo por ahí: el humor no solo expresa emoción, también gestiona relaciones y percepciones.

Que ahora, “pasada la tormenta”, se le haya ido un poco la risa a ella y a dos más encaja con un patrón muy común: cuando se apaga el ruido (likes, memes, ataques), queda lo que no se ve en el momento del show: el cansancio, la culpa, el susto, el daño real. Ahí la risa ya no sirve, porque ya no estás “aguantando” el golpe en directo; estás viviendo las consecuencias: la gente que dejó de hablarte, el hijo por el que tuviste miedo, el estrés, el asco de volver a abrir Facebook para leer los comentarios que te van dejando.

En términos de lectura del caso, eso cambia todas las perspectivas: al inicio el grupo se apoyaba en la frivolidad como anestesia (“lo malo trae bueno”, “se vendió todo”). Si ahora a algunos se les fue la risa, es posible que estén empezando a entender que no era solo un malentendido de internet, sino una herida de reputación y de confianza, y que no se cura con choteo.

La pregunta clave, entonces, no es si se les fue la risa. Es: cuando se les fue, ¿apareció algo nuevo? ¿Apareció un reconocimiento del impacto (no solo de la intención)? ¿Apareció una mirada menos defensiva y menos “oportunistas vs nosotros”? ¿O solo cambió el tono, pero siguió intacta la explicación?

Una enseñanza para Belissa

En casos como estos, ante preguntas como estas, lo que queda, después de que se apaga la risa y baja la espuma, no es solo una polémica cerrada ni un error corregido. Queda una lección incómoda que en Cuba —y alrededor de Cuba— suele aprenderse tarde: no todo vale, aunque haga falta. No todo “frijol” conviene comérselo, aunque el plato esté vacío. El problema no es la promoción en sí, ni el trabajo del actor, ni siquiera la ingenuidad alegada; el problema es el momento, el contexto y la ausencia de un criterio que diga basta antes de grabar.

“Zapatero a su zapato” no es censura, es frontera: saber cuándo el oficio deja de ser neutro y empieza a cargar con un peso que no le corresponde.

En tiempos de crisis permanente, cualquier gesto público se politiza, quiera o no quien lo emite, y fingir sorpresa después es parte del autoengaño. Por eso cuatro ojos ven más que dos: porque el aplauso cercano suele ser el peor consejero, porque la risa compartida anestesia, y porque alguien tiene que hacer la pregunta antipática antes de que lo haga la calle.

La lección acá dicha no es para una actriz, ni para un spot, ni para una entrevista tratada con frivolidad; es para una cultura entera que ha normalizado el “todo vale” como mecanismo de supervivencia, sin medir el costo simbólico. Y ese costo, cuando llega, no siempre se puede explicar con risas, ni borrar con buenas intenciones.

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