Una simple pregunta publicada en Facebook volvió a destapar una herida vieja y nunca cerrada:
“¿Es cierto que a los niños de 0 a 7 años les van a quitar medio pomo de leche y que hoy fue el último día del pomo entero?”
La respuesta llegó rápido, desde las bodegas, no desde los medios oficiales. Decenas de padres confirmaron lo mismo: la leche normada para los niños ya comenzó a reducirse a medio pomo diario en varios territorios del país.
“Yo estaba ahí cuando llegó el carro del lácteo, al mediodía”, escribió Raudel Gallo. Según su testimonio, el camión llegó cargado para entregar la leche completa, pero fue descargado. Parte del contenido, asegura, se destinó a hacer yogur. A los niños les tocó “medio pomo de enjuague”.
En municipios como Guáimaro la medida ya es una realidad. “Hoy en mi bodega empezaron con eso. En vez de mejorar, quitan cada día más”, comentó un padre. Para muchas familias, la leche no es un complemento, es uno de los pocos alimentos seguros para los niños. “Si antes no me alcanzaba, ahora no sé qué voy a hacer”.
La indignación crece porque no se trata solo de escasez, sino de una historia que se repite. En 2007, Raúl Castro prometió en un discurso que en Cuba habría “un vaso de leche para cada cubano”. Aseguró que se eliminaría el límite de edad y que no sería solo hasta los 7 años. La promesa fue clara. El resultado, casi dos décadas después, también lo es: más racionamiento, menos leche y padres haciendo malabares para alimentar a sus hijos.
Mucho antes, en enero de 1982, Fidel Castro presentó al país a la famosa vaca Ubre Blanca, convertida en símbolo nacional tras producir casi 110 litros de leche diarios y batir un récord mundial. Aquello se mostró como prueba de que Cuba podía alcanzar la autosuficiencia y hasta “superar a Estados Unidos”. Décadas después, Ubre Blanca quedó como anécdota histórica, mientras los proyectos posteriores fracasaron y la leche desapareció de la mesa del cubano común.
Hoy, los comentarios en redes mezclan tristeza, cansancio y sarcasmo. “Nos dijeron que los niños eran lo más importante”, escribió una madre. “Todo quedó en mentiras”. Otro resumió el sentir popular: “Vamos progre-retrocediendo”. Algunos ya anticipan el discurso oficial: que hay que consumir menos leche, que es temporal, que mañana se resolverá.
La situación se agrava con otros problemas básicos. Vecinos denuncian más de diez días sin agua potable por roturas “de tiempo indefinido”, mientras sienten que todas las cargas recaen sobre el pueblo y nadie responde.
“Es para los niños”, insiste un comentario. “Ya que no les dan más nada, al menos respeten eso”.
Entre promesas incumplidas, símbolos del pasado y una realidad cada vez más dura, la reducción de la leche infantil vuelve a confirmar una verdad que muchos cubanos repiten sin esperanza: en Cuba, la historia cambia de discurso, pero el vaso —o el pomo— siempre llega incompleto.