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¡Quiero volver a ver a Cuba, por última vez!

Valle_Yumuri,_Matanzas,_Cuba
Tarjeta postal en color de Valle Yumuri y Loma Montserrat, Matanzas, Cuba. El otro lado dice “Edición Jordi. No. 27.”

Yoly como le decían sus amigos más cercanos, siempre fue de esas mujeres seguras de sí misma. Cuando se proponía algo lo lograba. En Cuba se graduó de la universidad con honores y consiguió una buena ubicación al finalizar sus estudios. Enseguida se destacó y hasta alcanzo un puesto importante en su empresa. Yoly no creía en obstáculos, ni imposibles, era capaz de arremeter con la cabeza contra un muro de ladrillos, segura de derribarlo.

Yoly siempre amó a su isla, a ese pedacito de tierra donde le toco nacer, de un modo especial. En su amor por Cuba, había algo de esa fuerza que la caracterizaba, ese darse todo sin medias tintas. Amaba a su tierra con un amor total y pleno. Por su trabajo tuvo que recorrer casi toda la isla. Cada vez que llegaba a un pueblo o lugar nuevo, gustaba de tomar un poco de la tierra en sus manos y acariciarla, mientras la esparcía al viento; ¡Mi tierra! Decía con orgullo, mientras la veía dispersarse en el viento.

Sus amigos y familiares más cercanos se sorprendieron cuando un día, Yoly les dijo que se iba del país, no la entendían. Yoly los miro y les dijo de una forma que no admitía replica, ni explicaciones.

– Debo irme, tengo ganas de gritar lo que me dé la gana, sin pensar antes en reacciones, ni repudios.

Quiero construir mi propia vida, fuera de marcos y estatutos. Quiero ser libre, coño y eso para mí es más importante que un plato de comida o un buen puesto en el trabajo. Me voy del país, pero me llevo a Cuba en el alma y en mi intento. Volveré una y otra vez a mi tierra, que será siempre mía, a pesar de mares y lejanías, de exilios y años. Me voy de Cuba, pero Cuba se queda en mí, para siempre.

Yoly, como muchos, paso más trabajo que un forro e’ catre al principio, pero no se dio por vencida. La palabra derrota, no existía en su vocabulario personal. Matriculo cursos, se preparó para crecer en el futuro, trabajo duro, tanto que hasta descuido su salud personal. Al final logro montar su propio negocio y aunque no se convirtió en “millonaria”, como muchos en Cuba creían, gozaba de una buena posición económica, su negocio era su vida.

Solo descansaba cuando iba a Cuba, aunque fueran solo 5 ó 6 días. Allí volvía a ser la muchacha llena de sueños, a acariciar tierras y esparcirlas al viento, a sentirse plenamente cubana. Un día, unas amigas le cuestionaron sus frecuentes viajes a Cuba.

– Ve a Europa, deja que Paris, Madrid y Roma te deslumbren y enamoren, te olvidaras de La Habana, de Santiago, Cienfuegos y hasta de tu Cuba.

Yoly los miro muy seria y les dijo.
– Iré a Europa, dejare a las grandes ciudades deslumbrarme, solo para demostrarles que seguiré amando a Cuba y llevándola en el alma con orgullo.
Planifico su viaje, 21 días en Europa, recorrió y amo grandes ciudades, regreso a su Miami. Sus amigos le dijeron.
– ¿Bueno, ya se te quito la majomía con Cuba? ¿Cuál ciudad te gusto más?
– ¿Majomìa? Ustedes están delirando, ahora amo más a Cuba. La ciudad que más me gusto fue Madrid ¿y saben por qué? Porque me parecía ver a La Habana multiplicada y engrandecida, magnificada sin consignas, ni discursos. El mes que viene, me voy pa’ Cuba otra vez a acariciar esa tierra que siempre será mía.

Yoly seguía trabajando duro y descuidando su salud, no hacía caso a las señales que su cuerpo le daba, su terquedad y fortaleza le hacían creer capaz de vencer enfermedades. Una mañana se desmayó en el trabajo y la llevaron de urgencia al hospital. Tiene la azúcar alta, debe cuidarse y hacer dieta, le dijeron los doctores muy serios. Yoly se rio, mientras se decía; la diabetes no podrá conmigo. Hizo caso omiso a consejos y recomendaciones de amigos y médicos, su terquedad que la había ayudado a triunfar en la vida, le hacía trampas, jugándole una mala pasada.

Unos meses después, Yoly fue ingresada de urgencia. El médico fue tajante esta vez.
– O te cuidas y sigues nuestras indicaciones o te mueres. Debes estar varios días en el hospital hasta que logremos estabilizar los niveles de azúcar.
Paso unos días en el hospital, una mañana al levantarse de la cama, tropezó y cayó al suelo. La enfermera y el médico la encontraron llorando.

– ¿Qué pasa? No veo bien, veo todo nublado.
El médico la miro serio, mando a salir a la enfermera y tuvo con ella una larga conversación. Diez días después, Yoly salía del hospital, había perdido peso, estaba pálida. Llamo a sus amigos y amigas más íntimos. Cuando todos estuvieron presentes les hablo.
– Quiero que me acompañen en un viaje a Cuba, voy a recorrerla completa. Los que no tengan el dinero, yo les ayudare, yo me encargo de los gastos allá. Voy a rentar una guagüita y con los que decidan ir conmigo, recorreré toda Cuba.

Los amigos empezaron a decirle que hacía solo dos meses había regresado de Cuba, que debía esperar unos meses para recuperarse. No falto hasta quien invento algún pretexto para no acompañarla. Yoly los miro a todos y con esa voz y ese tono que más de una vez había convencido a muchos, les dijo.
– ¡No entienden que me estoy quedando ciega! El médico me lo dijo aquella mañana que me caí en el hospital, lo mantuve en secreto hasta hoy. No quiero lastimas, ni consuelos. Solo quiero volver a ver a Cuba, antes de quedarme completamente ciega. No quiero ir sola, por vez primero necesito ayuda para hacer algo, no voy a insistir, solo quiero saber quiénes me acompañaran.
Todos sus amigos decidieron acompañarla. Al mes siguiente Yoly y sus amigos, llegaban a Cuba, en este su último viaje para ver a su tierra.

Yoly recorrió toda la isla, de un extremo a otro. Se extasió con las palmas, las flores, con los mogotes de Pinar del Rio, con los paisajes del Valle de Yurumí, con el Escambray y con las montañas de la Sierra Maestra, no le quedo rincón por visitar, ni tierra por acariciar, todo le parecía una fiesta y un regalo divino. Dedico unos días a recorrer La Habana, la miraba sentada en el muro del malecón y sus lágrimas se confundían con el mar que la salpicaba. Llego el último día del viaje, en el regreso al aeropuerto sus amigos no hablaban, no querían romper el encanto y la magia de los últimos minutos de Yoly viendo a su tierra, despidiéndose de colores y paisajes, de ciudades y pueblos.

Al llegar a Miami, sus amigos la acompañaron hasta su casa, colaron café y se reunieron a tomarlo en la terraza. Yoly tomo su café sorbito a sorbito, como quien quiere detenerse en el instante y que el tiempo no avance. Miro a sus amigos y les dijo.

– Ya no me importa quedarme ciega, en mis recuerdos podré ver a Cuba una y otra vez, eso era lo único que necesitaba para despedirme con dignidad de la visión. No me tengan lastima, no la necesito, los recuerdos de mi tierra, me compensaran de lo que no podre ver en un futuro. Tengo a Cuba, aquí y aquí, dijo mientras se tocaba la cabeza y el pecho y eso hará menos doloroso mi estado, gracias por acompañarme.

Todos se abrazaron llorando y contaminados del amor por Cuba de Yoly.

La historia es real, yo solo la adorne y la convertí en un cuento para compartirla con ustedes.

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