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Cuando la nostalgia de uno es moda casi universal

De diciembre para acá ha crecido sin parar la presencia de Cuba en los más diversos medios de comunicación. También el número de turistas y de visitantes ilustres que ya han estado, tienen fecha de llegada o pronostican visitar nuestro archipiélago.

Reviso fotos y comentarios en las redes sociales. Muchas veces me encuentro que los nuevos tiempos van descubriendo lugares, rostros, costumbres que para muchos cubanos que andamos por el mundo forman parte de la mejor nostalgia.

En mi caso, recuerdo aquella etapa estudiantil -en los setenta de la pasada centuria- en la que varios condiscípulos del marino y entrañable pueblo de Punta Alegre me animaban para sumarme a una excursión a Cayo Guillermo. El actual polo turístico era un lugar totalmente virgen. Se iba en un barquito y había que llevar hasta el agua potable para pasar unas horas en sus preciosas playas.

Algo similar ocurre con la capital cubana. En mi juventud La Habana Vieja era menos valorada que El Vedado. Evoco ahora un trabajo del brillante cronista Zumbado en el que hace el retrato del esnoboide, nombre que le daba a ese personaje voluntariamente excéntrico, intelectual de la indumentaria, esnob criollo. En un momento -cito de memoria, sin el libro delante- dice que a su retratado “le gustan el té, La Habana Vieja…”. Queda claro que los cubanos de a pie preferían otros barrios y una taza de humeante, dulce café.

Más allá de la melancolía, es de suponer que ese proceso de creciente interés por nuestro país siga poniendo ante los ojos de los que llegan espacios que formaron y forman parte de nuestras vidas, y -lo más importante- que pueden resultar atractivos.

No soy nada especialista en oferta turística ni en su promoción, pero tengo la certeza de que si se sostiene ese crecimiento habrá espacio para más turismo rural y no necesariamente en lugares famosos o para excursiones en grupos. La montaña sin mucho nombre pero hermosa, el pueblo de tierra adentro tranquilo irán encontrando visitantes fieles. Puede ocurrir que en un par de años algunos se cansen de las playas repletas o de una ciudad preciosa pero con algo de previsible como Trinidad.

Y tal vez lleguen turistas hasta mi Tamarindo. En ese caso ya verán lo que es un valle radiante y muchas otras bellezas. En el oriente cubano también hay lugares olvidados que mañana podrían entrar en el circuito -sobre todo en el menos tópico o clásico- de los que nos visitan.

Lo ideal sería que buena parte de los que llegan regresen con una visión cultural que desborde el frecuente reduccionismo de las guías al uso y los tópicos en circulación. A los norteamericanos puede importarles bastante el Latino, nuestro ya legendario estadio de pelota. Y, fuera de La Habana, ese matancero Palmar del Junco, de sonoro nombre y tan enraizado en la historia beisbolera nacional.

La oferta cultural es tema del que unos años atrás escuché hablar hasta el cansancio.

Siguiendo el hilo de estas líneas, estaría bueno que la visita a los teatros habaneros se convierta en algo atractivo y habitual para los turistas interesados. Entre la creciente multitud de los que están llegando a Cuba se supone una diversidad de motivaciones y gustos que no siempre se tienen en cuenta. Una instalación -en la que estuve muy poco tiempo y conozco más bien por (buenas) referencias- como la Fábrica de Arte Cubano, puede juntar mucha gente de fuera, partiendo de que está resultando atractiva para miles de habaneros.

Los que andamos con el alma en la maleta y hasta los que sienten o dicen que han puesto a la memoria en algún lugar bastante lejano del uso diario, compartiremos ahora un poco más nuestros recuerdos, las anécdotas de las visitas a Cuba con esos muchos que se estrenan o reinciden en un destino que se ha puesto de moda.

Publicado en Cuba Contemporanea 

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