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¿Dónde me baño?

La gente busca sombra como puede, ante el precio de alquilar una sombrilla de playa (Foto del autor)

En Cuba es difícil encontrar, para el cubano de a pie, un lugar adecuado para darse un chapuzón. Y con temperaturas de hasta 40 grados centígrados, eso es precisamente lo que pide el cuerpo. Pero el paquete de un día en una piscina en cualquier hotel de La Habana cuesta 20 dólares. Nada menos que el promedio salarial de cualquier trabajador profesional.

Por esta razón no es sorprendente ver a los jóvenes bañándose en una cisterna, en represas, o inclusive en cualquier charco de al menos medio metro de profundidad, hecho por alguna rotura en las tuberías soterradas. Queda la playa, claro, pero el transporte, la falta de condiciones y el mal ambiente le quitan las ganas a cualquiera de enrolarse en una aventura así.

A algunos vecinos del poblado de Panamericana y Fontanar no les queda otro remedio que lanzarse a una cisterna de agua que abastece a una fábrica cercana, para apaciguar el insoportable calor. Situada detrás del Hospital ortopédico Julito Díaz, la improvisada “piscina” cuenta con poco más de 4 metros de ancho y lo mismo de largo, con algunos árboles alrededor que le brindan sombra. Los visitantes se tumban a descansar como si estuvieran en un auténtico lugar de recreo.

José Andrés Ramos viene a este lugar con su familia, y considera que “esto es una buena opción, si te pones a pensar en lo caro que están las piscinas por ahí”.

“Bañarse aquí sale gratis y me queda cerca de la casa. Hemos venido casi todos estos días. Traemos la comida hecha y almorzamos debajo de estos árboles. Yo trabajo por cuenta propia, vendiendo cloro a domicilio, pero no hay salario que aguante para ir a pasarse el día en una piscina normal. Tendría que pagar 60 dólares en total. Aquí no tenemos problemas, si es que a la policía no le da por sacarnos. Hasta ahora todo bien”, cuenta Ramos.

En tanto, una de las pocas piscinas públicas al alcance de los bolsillos más modestos se encuentra en el Parque Lenin, cerca del poblado de Calabazar. Y los fines de semana aquello parece lo que en la jerga popular se dice “una olla de grillos”: bañistas de Calabazar, Boyeros, La Víbora, El Capri y muchos otros, vienen a parar aquí. La entrada cuesta 50 centavos de dólar.

Un trabajador del centro que no quiso revelar su nombre, opinó sobre esta situación que “todo el que tenga un poco de sentido común no trae a sus hijos aquí”. El mayor problema, dice, es la violencia y la promiscuidad: “Yo jamás dejaría a un hijo mío adolescente venir solo; son demasiadas personas bañándose. Se incrementa la posibilidad de contraer una enfermedad, y la violencia, los robos y la drogadicción se dan a diario en este lugar. El mal ambiente y las riñas que se forman dejan una sensación de miedo. En la entrada hay tres policías cachando a los jóvenes para no dejarles pasar objetos punzantes, debido a broncas en veranos anteriores”.

Por otra parte, agrega que la comida es de mala calidad porque “venden panes viejos, y pizzas con Dios sabe qué ingredientes”. Aquí para poder bañarse un poco más tranquilo, debido a los robos hay que dejar las pertenecías a una trabajadora del lugar en un local de muy tristes condiciones, donde la encargada se sienta en una silla a cuidar los bolsos tirados en el suelo.

Existen también las piscinas de casas particulares. Los dueños aprovechan el verano, con su incremento de bañistas, para alquilarlas. Cuestan alrededor de 30 dólares el día y algunas permiten decenas de personas a la vez. Conocidos, amigos y familiares se ponen de acuerdo para pagar la tarifa entre todos. Todavía resulta caro, sin embargo sale más barato que las opciones turísticas que propone el gobierno en sus hoteles.

Los que se deciden, en cambio, por la playa, tienen que estar dispuestos a gastar en un día el equivalente de casi todo su salario de un mes. Para bañarse en el mar hay que dejar las pertenencias en la arena, con la constante preocupación por los robos. El precio del transporte privado para regresar es de escándalo: desde Mar Azul –donde se ubica el hotel del mismo nombre– hasta el centro de la Habana, un taxista particular puede cobrar hasta 3 dólares por persona.

En ómnibus, ir a la playa puede ser muy complicado (Foto del autor)

En cuanto a las ofertas gastronómicas, son tan pobres en cuanto a calidad y a tan elevados precios que la gente tiene que llevar casi obligatoriamente la comida desde casa. Varios bañistas en la playa, entrevistados para este reportaje, coincidieron sobre lo complicado de comer en Mar Azul. Marta Peñalver, trabajadora de un círculo infantil, dice correr el riesgo de que la comida traída desde temprano se ponga en mal estado por el excesivo calor. “Las ofertas gastronómicas aquí no están al alcance de todos y lo que puedo comprar es de muy mala calidad. Por ejemplo, arroz congrí frío, croquetas sin freír bien y helado derretido. No hay dónde guarecerse del sol, además, y alquilar una sombrilla de playa cuesta dos dólares. Por eso tenemos que traer de casa cuatro palos e improvisar una casita de campaña”.

Esta señora también opina que “los cuentapropistas aprovechan la situación para sobrevalorar los productos, así como hacen los boteros [taxistas particulares]. Yo vivo en Boyeros, para llegar a la playa tengo que levantarme a las cuatro de la mañana con tal de evitarme la ‘molotera’ que se forma desde horas tempranas en la parada del ómnibus que viaja a la playa. Para regresar tengo que estar dispuesta a pagar un taxi que cuesta un dólar por persona, a veces más; de lo contrario, en un ómnibus estoy expuesta al mal ambiente que viaja en él”.

Con tales condiciones, no es de extrañar que quedarse en casa resulte una opción viable. ¿Pero qué es un verano sin un baño? Disfrutar verdaderamente de uno se ha convertido en algo prohibitivo para la mayoría.

Written by CubaNet

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